Moscú (CNN) – Olga Novitskaya no es la típica rebelde. Esta traductora, tiene 54 años, vive en un antiguo edificio de apartamentos en el distrito de Cheremushki, en Moscú, y quiere quedarse allí. El Ayuntamiento quiere que Novitskaya, y alrededor de 1,6 millones de personas, se trasladen a nuevos edificios altos. Y eso ha desencadenado un insólito movimiento de protesta.
Moscú está llevando a cabo el mayor programa de reasentamiento urbano de su historia moderna, preparándose para derribar más de 4.500 edificios de apartamentos que albergan aproximadamente una décima parte de la población de la capital rusa. Muchos de los residentes no están felices por ello.
Una protesta rechazando el programa atrajo a más de 3.000 personas durante el fin de semana, según la Policía de Moscú. Una ONG que mide el tamaño de las multitudes, Beliy Schetchik, aseguró que habían asistido unas 5.000, una participación sustancial para los estándares rusos.
Es la última de una serie de raras manifestaciones en Rusia, donde las voces de la oposición son cada vez más sofocadas. En marzo, las protestas anticorrupción no sancionadas sacudieron al Kremlin debido a su tamaño y extensión. Más han sido convocadas para el próximo mes, a pesar de una prohibición a nivel nacional sobre tales manifestaciones.
En la protesta de este domingo, bajo la estrecha vigilancia de cientos de policías, los manifestantes sostenían carteles hechos a mano que decían “Renovación igual Deportación”. Pedían pacíficamente la renuncia del alcalde de Moscú.
A pesar de las repetidas manifestaciones contra el programa de reasentamiento, manifestantes como Novitskaya admiten que sus esfuerzos son poco proclives a detener la destrucción de sus hogares.
“Al menos queremos que se oigan nuestras voces”, dice, esforzándose por hablar por el sonido de los altavoces. “No sé si los que toman decisiones ven la televisión, no sé si les importa, pero debemos hacer lo que podamos”.
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El bloque de apartamentos de concreto de cinco pisos de Novitskaya fue construido el año antes de su nacimiento, cuando Nikitia Khruschev era líder de la Unión Soviética.
Durante su gobierno, decenas de miles de bloques de viviendas idénticos se multiplicaron por toda la Unión Soviética.
Él hizo de “la mejora de las condiciones residenciales y culturales y sociales para las clases trabajadoras” una prioridad. Hasta el día de hoy, los edificios de hormigón cariñosamente conocidos como Khruschevki evocan recuerdos de la URSS.
Un musical soviético muy querido de 1962 muestra a una pareja celebrando su mudanza a uno de los nuevos Khrushchevki de Cheremushki. En una banda sonora compuesta por Dimitri Shostakovich, los jóvenes amantes cantan alegremente “esta habitación es nuestra, este apartamento es nuestro”.
Novitskaya compró su apartamento y se mudó en 1998. Crió allí a su hija y está visiblemente molesta ante la perspectiva de que sea obligada a irse.
“Empecé a ser como una Juana de Arco, empecé a pelear, por algún interés en común o no sé qué”, dice, con lágrimas en los ojos.
Los edificios no son muy atractivos a la vista, plenos de pasillos de concreto con escaleras notoriamente oscuras y peldaños ruinosos. Pero están sólidamente construidos y tienen amplios patios verdes donde los árboles crecen y los niños juegan. En muchos casos los residentes han ocupado sus apartamentos durante décadas.
El alcalde de Moscú, Sergei Sobyanin, asegura que los bloques de viviendas están cerca del final de su vida natural. “Incluso si hacemos renovaciones en estos edificios, en 10 a 20 años se convertirán en viviendas peligrosas”, le afirmó al periódico Komsomolskaya Pravda.
La oficina de Sobyanin ha puesto mucho esfuerzo en persuadir a los residentes en que estarán mejor, prometiendo apartamentos más grandes y más modernos en lo que la ley de renovación llama un “ambiente urbano cómodo”.
Un sitio web del Gobierno de la ciudad muestra fotografías de nuevas viviendas de gran altura con modernos ascensores, cámaras de seguridad y parques infantiles. Un canal estatal emitió recientemente una especial de televisión de media hora durante el cual el corresponsal escuchó cuando el alcalde expuso su plan de renovación urbana.
Las autoridades prometen que los residentes sólo tendrían que mudarse de su apartamento existente una vez que el contrato para uno nuevo se firme, pero las leyes concernientes a la reubicación todavía se están revisando en el Parlamento ruso.
Todo el proceso se pondrá a votación este mes, pero los residentes se encuentran recelosos de que sea manipulado.
“Hacen promesas, pero luego dicen: todavía no hemos decidido”, se queja Novitskaya. Ella es una de las miles de personas que no confían en las promesas de las autoridades. “No creo que debas explotar la avaricia (de la gente), su ignorancia y su ingenuidad si puedes llamarla así”.
El proceso ha dividido a los residentes y llevado algunos enfrentamientos incómodos. “No puedo decir que fuéramos los mejores amigos”, dice Novitskaya, “pero éramos buenos vecinos”.
Ahora hay una división: “Puedes llamarla guerra civil”.
Frente a su edificio durante una visita reciente, varias mujeres residentes entregaron volantes a favor del proyecto de reubicación. “No queremos quedarnos aquí”, dijo su líder, una mujer llamada Tatiana Bowman.
Insistió en que Novitskaya es una de las integrantes de las minorías en el barrio que están en contra de la demolición del edificio. “Estamos cansados de vivir aquí, está en pésimo estado y nos gustaría salir de esta casa lo antes posible”.
Otros se quejan de humedad, pequeñas cocinas o tuberías de alcantarillado que presentan filtraciones. Ellos quieren un lugar nuevo para vivir. Una mujer de mediana edad, que se negó a ser identificada, dijo que vivía en un apartamento oscuro en la planta baja y deseaba mudarse a un edificio nuevo.
“La gente que está en contra dice que el nuevo edificio no será lo suficientemente bueno”, le dijo a CNN. “¿Qué esperan conseguir, un lugar en el Kremlin?”.
A medida que Moscú se ha expandido, el terreno ocupado por muchos Krushchevki se ha vuelto cada vez más valioso. Esa es una razón por la que muchos de sus residentes quieren quedarse. Algunos han gastado preciosos ahorros comprando y reformando sus casas. No quieren ser arrastrados a un rascacielos anónimo, mientras los desarrolladores obtienen grandes ganancias.
Los opositores también se preocupan de que los nuevos bloques de apartamentos sean mal construidos. CNN visitó un rascacielos de 20 pisos todavía en construcción y encontró que las baldosas en el nuevo exterior ya se estaban cayendo.
Olga Novitskaya, por su lado, no está impresionada por lo que se ofrece. “Es realmente horrible, de muy baja calidad. No hay árboles”. “Sería como vivir en un hormiguero”, dice ella.
“Quiero que mi vida sea vivida de la manera que yo quiero que sea. No quiero que nadie piense que soy sólo una figura en un tablero de ajedrez y que pueden moverme”.