(CNN Español) – Hicimos un viaje por una de las tradiciones más significativas de los costarricenses de la mano de Luis Madrigal y Juan Fallas quienes, desde diferentes puntos de Costa Rica, viven conectados por una costumbre que la Unesco declaró Patrimonio Cultural de la Humanidad en 2005, “la tradición del boyeo y la carreta”.
La colorida carreta de bueyes es la artesanía más famosa de Costa Rica, la misma que Luis pinta con pasión y que anima a Juan a seguir con el oficio de sus antepasados: el boyeo, siempre al mando de bueyes fieles y de la carreta.
Legado de múltiples colores
El pincel y los colores más vistosos son su mejor compañía. En un rincón de su casa, Luis Madrigal pinta una rueda de carreta, atrás está un ejemplar de la guaria morada, la flor nacional que luce vigilante y parece al tanto del compromiso de Luis con el dueño de la carreta: entregarla lo más rápido posible y así revivir el legado de una época en la que reinaba como principal medio de transporte.
Luis dice que su pasión está vinculada con la identidad del costarricense, que lo transporta a ese país que se superó a partir de la producción del café y de la carreta, el medio que hizo posible que el grano llegara a los puertos cuando no existían otras opciones.
La carreta tuvo su época de oro en el siglo XIX, pero la tradición costarricense de engalanarlas comenzó a principios del siglo XX, con una combinación de trazos que distinguían a cada una de las regiones del país. Aunque se mantienen las características generales, Luis no repite diseños y guarda los moldes con fecha y el nombre del dueño de la carreta, porque es una forma de mostrarle al cliente que su diseño no se va a volver a utilizar.
Las formas y los colores también hablan del país: se escogen los más llamativos y adornan otras artesanías. “Somos una zona tropical, entonces tenemos mucha vegetación, mucha flor, y si se detiene a ver un ‘colocho’, que es como lo llamamos, verá que son tallos , hojas, flores, pistilos, semillas”, asegura Madrigal.
La tradición de un pueblo
Una mega carreta de 14 metros de largo y 5 metros de ancho, en el parque central de Sarchí donde vive Luis en la comunidad ubicada en la región Alajuela, es la prueba más grande de la tradición que impulsa este pueblo: construir y pintar carretas, de ese espíritu que todos ahí quieren compartir. Según Luis esa abundancia de colores representa la alegría que identifica al costarricense.
Desde los puentes del lugar hasta los negocios recuerdan que estamos en la cuna de la tradición. Aquella que Luis evoca con sombrero de diseño propio, cerca del negocio que lleva el nombre de su primer maestro –ya fallecido– Joaquín Chaverri. También llevó a CNN a la fábrica de carretas Eloy Alfaro, el nombre de otro pionero que conserva la forma artesanal de hacer estos medios a partir de una rueda hidráulica. Aquí las construyen y también las pintan. En medio de la elaboración de una carreta, Uriel Alfaro cuenta que esa rueda hidráulica cumplió 94 años de funcionar todos los días.
El boyeo, un oficio que pasa de generación en generación
Hasta Sarchí llegan encargos de todo el país, de amantes de las carretas que las piden pintadas a su gusto y en diferentes tamaños, porque se han convertido en un souvenir.
Muchos de los pedidos van también directo a preservar otra costumbre, el boyeo, un oficio que pasa de generación en generación. Además de la crianza y el cuido de los bueyes, esta práctica exige que el boyero, como se le llama a quien asume las tareas, aprenda a manejar con destreza y astucia los bueyes para el transporte y el trabajo del campo. Al mismo tiempo, los animales se van acostumbrando a su amo, al yugo y a la carreta. En 2005, la Unesco declaró al boyeo y la carreta Patrimonio Cultural de la Humanidad, porque incluyen conocimientos y habilidades intangibles que alimentan una tradición.
Aunque a veces separados por grandes distancias, boyeros y artesanos están conectados por el mismo compromiso, revitalizar la práctica. Así sucede con Juan Fallas, uno de los boyeros a los que llegan pintadas las carretas de Luis Madrigal. Ellos viven en laderas opuestas de la cordillera volcánica central. “Todo esto nosotros lo traemos de tradición, de nuestros papás, prácticamente toda la vida hemos estado en esto”, dice Fallas.
Para trabajar, pero también para pasear
En un pequeño pueblo de El Guarco en Cartago, provincia aledaña a la capital San José, Juan alimenta a sus bueyes muy temprano para luego enyugarlos y emprender un largo viaje, tarea que comparte con su sobrino. Juan dice que paciencia, años de entrenamiento y maña moldean el temperamento de los animales. De hecho, asegura que entre más años tengan, más inteligentes son y que los utiliza para sacar madera, para arar los campos y también para pasear.
Durante la visita de CNN no fueron llevados a trabajar la tierra. En esa oportunidad se fueron de paseo. La casa de Juan es uno de los puntos de encuentro, hasta ahí llegan familias completas de otras zonas del país en camión para emprender luego, con carreta y bueyes, el recorrido. Rosa Solís, por ejemplo, lo hace con su esposo y sus tres hijos. Ella explica que pasar con las carretas entre las montañas es una de las experiencias más bonitas y que disfruta mucho la tradición. Juan, Rosa y sus familias forman parte de un grupo de boyeros interesado en fortalecer la costumbre. Como estos grupos y con el mismo objetivo, hay en otras zonas del país.
Esta vez el recorrido que hacen es de tres días, siguiendo la ruta que era común en el pasado para trasladar productos, sobre todo café. Con el dominio sobre bueyes, que reciben obedientes las órdenes, se inicia la aventura que se realiza una vez al año. Cada carreta genera su propio “canto”, un sonido único, producto del golpe del anillo de metal en la rueda cuando se mueve por los caminos.
Los vimos alejarse, perderse en el horizonte, en un viaje que resiste el paso del tiempo para mantener viva parte de la identidad costarricense, un tributo al campesino: historia viva al ritmo de carretas y bueyes.