Nota del editor: Frida Ghitis es columnista de asuntos internacionales para ‘The Miami Herald’ y ‘World Politics Review’ y fue productora y corresponsal de CNN. Las opiniones aquí expresadas son exclusivamente suyas.
(CNN) – La Casa Blanca emitió el pasado 26 de junio una preocupante declaración donde advertía de “posibles preparativos para un ataque con armas químicas por parte del régimen de (Bashar) al Assad” en Siria. Si al Assad efectúa otro ataque químico, prometía la declaración, “él y su ejército pagarán un alto precio”.
No sabemos exactamente cuándo ni dónde, pero hay una muy alta probabilidad de que Estados Unidos se involucre en una nueva guerra, o de que escale considerablemente su participación en un conflicto existente. Puede ser en Siria, pero hay otros lugares donde pudiera ocurrir.
Podemos esperar esto porque el Gobierno actual ha demostrado claramente que tiene predilección por el uso de la fuerza sobre el ejercicio de la diplomacia y porque a veces la guerra es casi inevitable.
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Ir a la guerra siempre es una premisa arriesgada. Pero conforme Estados Unidos ve cada vez más peligros y desafíos en Siria, Corea del Norte y otros lugares, también es cada vez más probable que el próximo gran conflicto surja sin el beneficio de una cuidadosa deliberación, una política exterior coherente o algo parecido a una unidad nacional o colaboración bipartidista.
Las guerras emprendidas por George W. Bush en Iraq y Afganistán también demuestran que una acción militar exitosa puede resultar mucho más elusiva de lo que anticipan los generales y puede desencadenar una reacción en cadena de consecuencias insospechadas. Afganistán ya es la guerra más larga de Estados Unidos.
Ya hay tropas estadounidenses desplegadas en Siria, donde Estados Unidos podría verse arrastrado a una guerra mucho más grande, según admiten en privado funcionarios del Pentágono.
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La misión ahora es luchar contra ISIS, pero los recientes enfrentamientos han demostrado con qué facilidad podría escalar el combate, colocando a Estados Unidos en guerra con Irán y con el gobierno sirio, fuertemente respaldado por Rusia.
Estados Unidos derribó recientemente dos drones iraníes y un avión sirio, el primer avión enemigo tripulado derribado en más de una década por el ejército estadounidense. Se dijo que el avión amenazaba a las fuerzas respaldadas por Estados Unidos.
Los iraníes y sus milicias se están volviendo más activos en el sur de Siria, donde las fuerzas estadounidenses tienen una base de operaciones para entrenar a tribus locales para luchar contra ISIS.
Los objetivos estadounidenses en Siria chocan con las aspiraciones iraníes de establecer un corredor controlado por Irán desde Teherán hasta Beirut, en el Mediterráneo.
Los enemigos de Irán, entre ellos los aliados de Estados Unidos, ven con alarma esa posibilidad porque haría de Irán y su milicia aliada Hezbolá (que el Departamento de Estado de Estados Unidos designa como una organización terrorista) una amenaza mucho mayor para la región.
Aunque el gobierno de Donald Trump incluye a miembros altamente experimentados y talentosos, entre ellos al secretario de Defensa James Mattis y al asesor de seguridad nacional H.R. McMaster, también está marcado por las luchas internas y la falta de una estrategia crucial más amplia.
Si bien la administración de Obama sufría de excesiva cautela y pasaba demasiado tiempo sopesando y analizando, el gobierno de Trump carece de un punto de vista estratégico.
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Opiniones cambiantes
La opinión del presidente Trump parece cambiar dependiendo de con quién habló por última vez o de lo que vio en Fox News. Por eso la política exterior estadounidense es un desconcierto de contradicciones y confusión, socavando la confianza de los aliados y enviando señales peligrosamente ambiguas a los enemigos.
Pensemos, por ejemplo, en la reciente crisis diplomática entre los árabes del Golfo. Cuando Arabia Saudita encabezó una ruptura diplomática con Qatar, acusándola de ayudar a los terroristas, el presidente Trump tuiteó su aprobación y se puso de parte de Arabia Saudita. Pero el secretario de Estado Rex Tillerson elogió a Qatar como un aliado vital de Estados Unidos y pidió a los Estados del Golfo trabajar juntos para resolver la crisis. Las posiciones contradictorias han continuado desde entonces.
Las propias opiniones de Donald Trump, inestables e inconstantes, pueden cambiar radicalmente con las circunstancias. En el pasado, se había opuesto a intervenir en Siria. “No debemos meternos en Siria” había tuiteado. Luego dijo que tenía un plan secreto para derrotar a ISIS.
Cuando Siria usó armas químicas, Trump anunció: “Mi actitud hacia Siria y Assad ha cambiado mucho”. En respuesta, autorizó el uso de 59 misiles Tomahawk contra una base aérea siria, discutiéndolo con el presidente chino mientras comía pastel de chocolate en Mar-a-Lago. Pero la gran explosión no alteró visiblemente la política.
El riesgo de una guerra regional más grande en Oriente Medio, que quizás ponga a Estados Unidos en confrontación directa con Irán, es una posibilidad muy real. La publicación Foreign Policy informó que dos altos funcionarios de la Casa Blanca, uno de ellos de la breve era de Mike Flynn como consejero de seguridad nacional, están abogando activamente por una confrontación más directa con Irán y sus representantes en Siria.
El problema irresuelto de Corea del Norte
Oriente Medio no es el único lugar donde se habla de guerra. Corea del Norte sigue resuelta a conseguir un arsenal nuclear y los medios para dispararlo hasta California.
Y la presión para frenarla no ha hecho más que aumentar tras la muerte de Otto Warmbier, el estudiante estadounidense encarcelado durante una visita a Corea del Norte y liberado en coma después de 17 meses de cautiverio.
Pero la guerra seguramente desencadenaría un ataque contra Corea del Sur, aliado de Estados Unidos y cuya capital se encuentra a menos de 65 kilómetros de la frontera, con millones de personas al alcance de armas más sencillas. Estas posibilidades, incluido el uso de gas sarín por parte de Corea del Norte, son aterradoras.
Trump había afirmado que haría que China resolviera el problema de Corea del Norte. Sin embargo, China tiene puntos de vista contradictorios, quiere evitar una crisis, pero no le importa ver cómo su aliado norcoreano desafía el dominio de Estados Unidos sobre la Península Coreana. China, como expuso Donald Trump, no ha resuelto el problema.
Decisiones en silencio
Mientras tanto, la intervención de Estados Unidos en Afganistán está a punto de intensificarse. El secretario de Defensa Mattis dijo al Congreso que el presidente Trump le ha dado plena autoridad para establecer el “compromiso militar” en Afganistán. Si se salta al Congreso y al pueblo estadounidense, Mattis podría enviar más soldados estadounidenses a la región en los próximos meses.
El gobierno de Trump ya ha intensificado la participación estadounidense en Oriente Medio sin comunicárselo abiertamente al público. Decisiones que en el pasado habrían generado un examen nacional de conciencia y un debate de los objetivos estadounidenses, se están tomando en silencio, bajo el radar.
A veces, un país necesita ir a la guerra. Pero la decisión requiere una meditada consideración, discusión nacional y tanto acuerdo nacional como sea posible.
Comience o no una escalada importante en Siria o en otros lugares en los meses por venir, es probable que las acciones de Estados Unidos se vean debilitadas por la falta de una política coherente y general.