(CNN Español) – Jonathan Sánchez y Viviana Soler suben todos los días a los buses de Bogotá con un discurso memorizado por la experiencia de la rutina. Él vende golosinas y ella, con guitarra en mano, le canta a un público desconocido la experiencia de su exilio forzado, el éxodo desde un país donde ya no hay esperanza, donde hasta soñar se ha vuelto una utopía, dicen ellos.
Ambos tratan de ganarse la vida, de empezar una nueva en un país desconocido que los vio llegar hace pocos meses.
Sánchez y Soler son hermanos (del mismo padre pero de madres distintas, cuentan). Son venezolanos. Inmigrantes que, como muchos, salieron de su país persiguiendo un sueño o al menos, buscando un espacio para poder soñar pues en su tierra la situación está tan difícil que no hay espacio ni para eso.
Ambos salieron de Venezuela el pasado mes de noviembre. Cuentan que su decisión se basó, entre otras razones, en que para ese entonces ya no podían comer tres veces al día. Solo lo hacían una vez, con esfuerzo.
“Básicamente nosotros comíamos una vez al día. El desayunoalmuercena era una comida como a las 5 de la tarde. Era arroz y algún grano. Esa era la comida del día”, dice Sánchez, quien recuerda cómo por cuenta de la mala alimentación —la llamada ‘dieta Maduro‘— bajó unos 30 kilogramos de peso en muy poco tiempo.
“Nos sentíamos muy deprimidos. Era una depresión constante”, dice Soler al recodar su decisión de salir de Venezuela. “No veíamos un futuro… para los jóvenes no hay futuro. Se nos iba a ir la juventud allá”.
Pero no solo esa desesperanza fue un factor para huir del país. La crisis social y económica fue otra de las razones para acelerar su salida de Venezuela. Según cuentan, planear un futuro allá era imposible pues, aún teniendo estudios superiores, el solo hecho de pensar en un arriendo era algo lejano. En esa época el salario mínimo ascendía a unos 27.000 bolívares, más 63.000 bolívares del bono de alimentación, por lo que el total ascendía a unos 67 dólares. Y un electrodoméstico podía alcanzar, para ese entonces, los 700.000 bolívares.
“¿A qué podíamos aspirar nosotros? A comer tres veces al día. Eso era lo único”, dice Sánchez, refiriéndose a lo poco que alcanza el dinero en Venezuela.
Inflación
El gobierno socialista del presidente Nicolás Maduro aumentó el pasado domingo el salario mínimo en un 50%, dejándolo en 97.531 bolívares al mes, el equivalente a 12,53 dólares, según el cambio no oficial, pero usualmente usado dolartoday.com. Incluyendo el equivalente de las estampillas de alimentos, el pago total aumenta a 250.531 bolívares, o 32,19 dólares mensuales.
Pero esa cantidad de dinero no puede comprar mucho en el supermercado. En comparación en Colombia el salario mínimo está en 737.717 pesos, equivalente a 245 dólares aproximadamente.
En marzo pasado, la canasta básica de alimentos de Venezuela–incluyendo huevos, leche y fruta– costaba 772.614 bolívares. Una cifra que es casi cuatro veces el salario mínimo mensual, según el Centro de Documentación y Análisis Social de Venezuela (Cendas).
En marzo de este año, el Fondo Monetario Internacional (FMI) predijo que la inflación en Venezuela se dispararía a 720% y espera que supere el 2.000% para 2018, mientras que el desempleo podría superar el 25% a finales de este año. Un bolívar vale menos que un centavo de dólar y este sería el cuarto año consecutivo de recesión económica para el país.
Y con ese cuadro de país, Sánchez y Soler decidieron abandonar su país.
Bienvenidos a Colombia
El 1 de noviembre de 2016 Sánchez y Soler llegaron a Colombia luego de, infructuosamente, tratar de ahorrar durante seis meses para empezar con algo de dinero su nueva vida. Pero las cosas en Venezuela estaban tan difíciles que dicen que fue imposible recolectar mucho dinero.
Llegaron a San Cristóbal, en la frontera con Colombia. De allí pasaron a Cúcuta, con 2.000 pesos colombianos (menos de un dólar), según cuentan, y empezaron a cantar en los buses urbanos para ganarse el diario.
La aventura apenas comenzaba. Semanas después decidieron llegar a la capital, Bogotá, esperando que una conocida los hospedara, pero nunca lograron ubicarla. Por eso tuvieron que dormir inicialmente durante once días en la Terminal de Transportes de la capital colombiana.
Para ese momento no solo no tenían suficiente dinero en el bolsillo, ni un trabajo estable, sino que además tenían que conseguir unos 80.000 pesos diarios (25 dólares) para el sostenimiento de ambos: comidas diarias, pagar la bodega para guardar las maletas en la Terminal e incluso cada entrada al baño. Esto, además de dormir sentados, según relatan.
Finalmente lograron trasladarse, por una noche, a un cuarto en el centro de la ciudad, algo que resultó no ser tan buena idea.
“De un lado teníamos a una persona fumando crac; nunca había visto eso en mi vida”, dice Soler, que para entonces no conocía la ciudad. “Del otro lado teníamos unos travestis que trabajaban cerca (ejerciendo la prostitución)”.
Esa noche no durmieron pues estaban ubicados en un sector muy peligroso de la ciudad. Así las cosas, prefirieron volver a dormir otros días en la Terminal de Transportes. En total fueron 18 días durmiendo allí, hasta que lograron encontrar ayuda en otros de sus compatriotas que les ofrecieron un cuarto compartido dónde dormir.
Pero las penurias no terminaban allí. Soler se enfermó de la garganta y su fuente de trabajo estaba en la cuerda floja. Así que hubo que empezar un nuevo negocio, reinventarse. De eso se trataba la nueva vida.
Sánchez compró una bolsa de dulces y empezó a venderlos en los buses de Transmilenio que rondaban por la capital. Era un trabajo informal que está prohibido en el Sistema Integrado de Transporte, pero que finalmente les ha servido para sostenerse durante todos estos meses.
“Llegaron hasta amenazarme con un cuchillo”, recuerda Sanchez sonriendo, hablando sobre otros vendedores ambulantes que ya tenían su espacio ganado y que lo estaban defendiendo. Pero el miedo no era una opción y le tocó seguir. Así que buscó otro sector diferente para volver a trabajar.
Ambos entraron al país como turistas con un permiso que les fue otorgado durante 90 días y es prorrogable hasta por otros 90 días. Después su estatus migratorio es irregular.
Venezolanos exiliados, en aumento
Aunque Sánchez es técnico en rescate y emergencias prehospitalarias, y Soler tiene un técnico en estudios de música y canto, ambos tuvieron que optar por un trabajo informal, algo que es el pan de cada día para muchos de los venezolanos que llegan a Colombia.
Con eso coincide Daniel Pages, presidente de la Asociación de Venezolanos en Colombia (ASOVENCOL), quien añade que en la más reciente ola migratoria de venezolanos han llegado compatriotas que cada vez más se dedican a este tipo de oficios informales.
“A medida que se va empeorando la situación [en Venezuela] viene gente con menos capacidad tanto a nivel profesional como a nivel adquisitivo”, le dijo Pages a CNN en Español. “Antes llegaban profesionales con promoción, con dinero, con un plan realizado. Actualmente no”.
Y es que desde que Maduro llegó poder, la inmigración de venezolanos ha aumentado críticamente, dice Pages.
“Desde la época de Maduro han querido salir más. Es la realidad, porque cada día ocurre cualquier situación en Venezuela y quieren venir cada vez más”, agrega.
Las cifras de venezolanos que han llegado a Colombia pueden dar una idea de este fenómeno: entre 2012 y 2017 el número de venezolanos que ingresan al país se ha aumentado paulatinamente pasando de un poco más de 250.000 en 2012 a 378.000 en 2016, según Migración Colombia. Hasta mayo de 2017 la cifra ya ascendía a los 221.000 venezolanos sin especificar su estatus migratorio.
Según cifras de Migración Colombia, citados por medios locales, las autoridades estiman que en país hay alrededor de 40.000 venezolanos con cédula de extranjería y que alrededor de 60.000 están de manera irregular.
CNN en Español se comunicó con Migración Colombia y con Cancillería pero hasta el momento no ha sido posible confirmar estas cifras.
Sin embargo, Pages hace un cálculo mucho más arriesgado: dice que en Colombia hay 1,5 millones de venezolanos —tanto en situación regular como irregular— y solo en Bogotá pueden llegar a haber unos 700.000.
“Tenemos profesionales en cualquier área laboral y también tenemos personas del comercio informal, de todo tipo”, agrega Pages.
Aunque el fenómeno migratorio se haya incrementado en los últimos años, también es importante aclarar que muchos de estos venezolanos que ingresan al país por la frontera norte lo hacen para comprar víveres, para desarrollar trabajos agrícolas e industriales, otro tanto para visitar familiares y algunos para estudiar, según Migración Colombia.
‘¿Venezolano? ¡Váyase para su país!’
Aparte de una serie de tragedias personales y dificultades primarias no resueltas, que se fueron solucionando con el paso del tiempo, este par de jóvenes dicen que han tenido que enfrentar algunos episodios de xenofobia en la capital.
Cuentan que han sido víctimas de rechazo por ser venezolanos por parte de algunas personas que al escuchar su acento les dicen que se devuelvan para su país.
“Esos comentarios son comunes. Mucha gente hace mala cara cuando escucha el acento. [Dicen] ‘¡ay, otro!’”, relata Sánchez. “Un señor nos escuchó el acento y me dijo ‘¿Venezolano? Váyase para su país!’. Es una cuestión de xenofobia tremenda”.
Pero también han experimentado el cariño de muchos bogotanos que los han acogido.
Pages dice que los casos de xenofobia en la capital del país son muy pocos y que es mucho más el apoyo que les dan los colombianos a sus compatriotas venezolanos.
“Han existido unos casos aislados, que vienen dados por que en cualquier lugar siempre hay extremistas, pero se hace público y al final se conoce. Realmente son casos aislados como tal”, añade.
Lo que es cierto es que los venezolanos hacen cada día más presencia en Colombia y no es para menos pues solo en enero de 2017 entraron al país 47.094 venezolanos, más del doble de la cantidad que ingresó en el mismo periodo de 2016, según cifras de Migración Colombia.
No piensan volver por ahora
Soler y Sánchez han logrado establecerse en la capital colombiana. De haber llegado sin un solo peso a la ciudad y tener que dormir en las calles, ya lograron ubicarse en un apartamento al sur de la ciudad.
Ella sigue tocando su guitarra y cantando canciones que ella misma compone. Su favorita, dice, se llama Ser y Hacer, cuya letra habla de su experiencia y su llegada a Colombia. Es la que interpreta en los buses.
Ambos son optimistas. Sonríen. Hablan de sus sueños: quieren viajar por toda Latinoamérica promocionando el disco que Soler está grabando, según cuenta. Pero por el momento no volverán a su país.
“Ver las noticias, las protestas —que ya dejan un saldo de cerca de 90 muertos en tres meses de protestas—ver a la guardia reprimiendo… te da mucho sentimiento con tu familia”, dice Sánchez.
“Me encantaría en un futuro, por supuesto, que Venezuela esté mejor, que contribuyamos todos para que Venezuela esté mejor. Me encantaría estar con mi familia, pero en este momento prefiero no ir”, puntualiza.