El peor terremoto en México en más de tres décadas doblegó a la capital del país este martes en la tarde. Pero pocos minutos después, mientras la tierra seguía temblando, muchos habitantes de Ciudad de México se pusieron de pie y comenzaron a movilizarse.

Cuando se conocieron las noticias sobre la escuela primaria que colapsó, los residentes y personas de regiones cercanas –incluyendo algunas que resultaron fuertemente golpeadas– se trasladaron en masa al distrito Coapa de la capital mexicana, llevando todo lo que pudieran reunir para ayudar a desenterrar a quienes estaban bajo los escombros.

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El terremoto, de magnitud 7,1 ha dejado por lo menos 270 muertos en todo el país.

Luisa, de 16 años, y sus tres amigas han estado en este lugar ayudando de manera voluntaria desde este martes en la tarde. Cuando iba a llevarles dulces y agua a los rescatistas, la joven se detuvo por un momento para describir la desgarradora escena al interior de la escuela.

“Es horrible. Vimos a muchos niños muertos en el piso. A sus madres gritando”, dijo.

Este miércoles en la mañana, los equipos de rescate habían encontrado los cuerpos de 21 niños y 4 adultos que habían muerto bajo el peso del destruido Colegio Enrique Rébsamen.

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A medida que se iba a haciendo más clara la devastación, el arsenal de voluntarios comenzó a crecer.

La ciudad y sus habitantes se organizaron lo mejor que pudieron, compartiendo el dolor colectivo mientras hacían todo lo que estaba a su alcance por las víctimas más jóvenes, niños que se habían convertido en los hijos de todo el mundo.

Decenas de voluntarios más, todos civiles, se acercaron a la escuela durante el día. Vehículos llenos de raciones de agua embotellada, alimentos, medicina y cobijas trataban de sortear el tráfico de la ciudad para llegar lo más rápido posible al lugar.

Un ejército de voluntarios adolescentes actuó como agentes de tránsito en el área, entregando las provisiones a los rescatistas.

Cerca del colegio, en la Avenida División del Norte, voluntarios unieron sus brazos en un perímetro humano para mantener la vía despejada para el paso de ambulancias y vehículos con provisiones que necesitaran llegar hasta la escuela.

El equipo de rescate, llamado Los Topos, está compuesto de miembros de la Naval y la Marina de México y de un grupo de médicos voluntarios que ahora trabajan sin parar en la escuela.

Héctor Méndez ha dedicado toda su vida a ayudar a los demás.

Tomando un pequeño descanso del caos colectivo estaba Héctor Méndez, voluntario de 70 años.

Con su overol color naranja cubierto de polvo, este veterano del trabajo humanitario dice que estaba conmemorando el aniversario número 32 del mortal terremoto de 1985, cuando se desató este.

Cuando oyó a los niños heridos, él, así como muchos otros, corrió al lugar. Este jueves en la mañana ya había encontrado cuatro cuerpos.

Méndez, quien ha trabajado en zonas de desastre de todo el mundo incluyendo Haití, Japón y, más recientemente, Florida (Estados Unidos), aseguró que este rescate es un desafío muy intenso.

Pero no pierde el optimismo y dice estar orgulloso de la respuesta de sus compatriotas ante el desastre. Según él, el optimismo que crece del dolor puede guiar a los mexicanos a un nuevo capítulo.

“La sociedad cambió tras el terremoto de 1985. Fue como una especie de limpieza. Porque sufrir te limpia el espíritu. Así que la sociedad mexicana ahora está en una especie de catarsis, una especie de catarsis social”, dijo.

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El movimiento ciudadano que siguió al terremoto no distinguió entre género, raza, edad clase social. Todos estaban allí por la misma –y única– razón: ayudar.

Iván Ramos es operador de máquinas y también rescatista voluntario y tiene 34 años. Dice que siempre que puede, ayuda. Fue voluntario en la Zona de Cero de Nueva York tras los ataque a las Torres Gemelas en esa ciudad, el 11 de septiembre del 2001.

Ramos también estaba preocupado por su hijo, que vive en un estado vecino, y dijo estar muy golpeado por lo que pudieran estar sintiendo los padres de los estudiantes de la escuela.

“Hubiera podido ser mi hijo, el hijo de cualquiera”, señaló con tono lúgubre.

Este jueves en la mañana, mientras llovía, los rescatistas y los voluntarios seguían trabajando entre los escombros, con precisión quirúrgica, eficiencia militar y el amor y cuidado de muchos padres.