(CNNMoney) – Doris Montalvo ya escapó de Puerto Rico una vez. Dejó la isla y sus problemas económicos hace siete años y encontró trabajo como enfermera en Connecticut.
Recientemente regresó por primera vez de vacaciones, y ahora no puede salir: está atrapada esta vez en una terminal del aeropuerto en San Juan, un rincón sofocante en medio la crisis humanitaria causada por el huracán María.
Montalvo pasó la noche esperando con su hija, tres nietos y el novio de la hija, en un calor de 100 grados Farenheit (37 grados Celsius), sin aire acondicionado y escasa presencia de seguridad. Decenas de otros esperaban con ellos. Tenían poca agua, poca comida, no hay cajeros automáticos operando y no tenía idea de cuándo saldrían.
Montalvo, de 54 años, había huido del otro lado de la isla porque su vuelo había sido cancelado. A ella y a su familia les dijeron que el primer vuelo que podían salir de San Juan saldría el 9 de octubre. Los hoteles no tomaban reservas. No podía retirar dinero en efectivo. El estrés era el común denominador.
“Sólo queremos volver a casa y regresar a nuestras rutinas, nuestras vidas”, dijo Montalvo. “No me siento segura aquí… No quiero que (mis nietos) duerman en la acera”.
Una semana después de que María golpeara la isla, los más de 3 millones de estadounidenses que viven allí están luchando por sobrevivir. La gente está buscando comida, recogiendo agua de los arroyos de las montañas y bebiendo agua de lluvia. No hay electricidad en toda la isla. Generadores y baterías mantienen a los hospitales en funcionamiento.
El aeropuerto de San Juan, el más grande de la isla, apenas funciona. Las aerolíneas tienen problemas para imprimir pases de embarque. Los equipos de de la Administración de Seguridad en el Transporte (TSA, por sus siglas en inglés) fue dañado por el huracán, por lo que los controles de seguridad se hacen a mano.
Sólo 10 vuelos comerciales entraron y salieron el martes, y sólo se esperaban 18 el miércoles, según la autoridad aeroportuaria.
Las aerolíneas están entregando alimentos, agua, medicamentos, mantas, cunas, generadores y sangre para la Cruz Roja. Los vuelos de socorro están volando de regreso con tantas personas como puedan caber en el avión, dice United.
Cuando vivía en Puerto Rico, Montalvo ganaba 15 dólares por hora como enfermera. Salió en los primeros años de una crisis económica. La tasa de desempleo en la isla es el doble de la media nacional de EE.UU. El gobierno está en quiebra. Decenas de miles de personas salen cada año.
Ahora gana 36 dólares por hora en una clínica de diálisis en Connecticut. Necesitaba regresar a su trabajo, y necesitaba que los nietos se registraran en su nueva escuela, Walsh Elementary en Waterbury. A Montalvo le preocupa de que perderán sus cupos si permanecen atrapados en Puerto Rico durante semanas.
A cincuenta metros de la terminal, Stephanie Navarro también quiere darles a sus dos hijas una vida mejor. Se suponía que se trasladarían el martes a donde unos parientes en el norte de Nueva York, donde Navarro cree que puede encontrar un mejor trabajo y buenas escuelas.
En cambio, durmieron en el piso de la terminal, junto con el novio de Navarro, Javier, esperando el próximo avión Delta después de que su vuelo original fuera cancelado.
“Estamos atascados aquí, no hay teléfono para llamar a la gente, no hay agua, no hay hielo, no hay nada”, dijo Navarro, de 26 años.
Otros viajeros describieron sus propias pesadillas.
Alicia Beniquez viajaba con su esposo y su nieta de 3 años. Antes de intentar volar a casa a New Haven, Connecticut, trató de devolver su coche de alquiler a la compañía U Save con un tanque lleno de gasolina.
“Usted va a la gasolinera y todo lo que obtiene es de 10 dólares de combustible”, dijo Beniquez. “Lo traje con un cuarto de tanque y quieren cobrarme”.
U Save no respondió a la solicitud de comentario de CNNMoney. Beniquez durmió en el aeropuerto el martes.
De pie en la fila, Eric Mott trató de poner orden en el caos. Hizo una lista de los nombres de los extraños que esperaban con él. Planeaba darlo a los empleados de Southwest Airlines por la mañana. Ya tenía tres páginas.
Mott, un agente de bienes raíces en Denver, quería asegurarse de que nadie robara un lugar en la fila. La gente sudó durante toda la noche, durmiendo en sillas de acero.
“Soy un firme creyente de que la gente quiere hacer lo correcto, pero luego cuando las emociones se involucran…”, dijo Mott. “Vamos a pasar la noche aquí esta noche, quiero que sea agradable y ordenado”.
Rodeado de extraños en un aeropuerto que apenas opera, no tenía planes de dormir.
“No he he pasado derecho (sin dormir) desde la universidad”, dijo. “Así que me espera una noche así”
Con información de Chris Isidore, Ivan Watson y Jo Shelley