Nota del editor: Naaz Modan es editora de contenidos de Muslim Girl, una publicación enfocada en temas femeninos y en el empoderamiento de las mujeres. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas de la autora.
(CNN) – Después de una de las peores masacres en la historia moderna de Estados Unidos, los más altos líderes de nuestro gobierno guardan silencio sobre por qué siguen cosas así siguen pasando. En Twitter se expresarán “las más sinceras condolencias” a las familias de las víctimas, mientras los minutos de duelo pasan y los rumores sobre los problemas de salud mental o las personas que actúan como lobos solitarios también se reducirán al silencio.
Dominar el terror dentro del país y endurecer el control de armas serán temas rechazados por resultar inapropiados o por politizar innecesariamente una tragedia. Además, rápidamente pasarán a ser algo secundario frente a asuntos más urgentes en la agenda del gobierno. Estados Unidos ya ha estado aquí antes.
De hecho, sólo en 2017, el país ha vivido esta situación 273 veces, según el Archivo de Violencia Armada, que recopila las muertes y lesiones producidas por incidentes con disparos. Su definición de tiroteo masivo incluye cualquier hecho en el que cuatro o más personas hayan muerto o resultado heridas. La cuenta de este año también registró 11.698 muertes debido a la violencia armada.
Entre 2001 y 2014, las armas de fuego acabaron con la vida de 440.095 personas en suelo estadounidense, mientras que las muertes por terrorismo fueron 3.412 en el mismo periodo. Hoy, Estados Unidos enfrenta, en promedio, un tiroteo masivo todos los días.
Este tipo de hechos son una epidemia violenta que se ha encontrado con una fatal pasividad durante mucho tiempo. Si la mayoría de tiroteos masivos fueran perpetrados por personas morenas, serían rápidamente replanteados como un problema de inmigración. Si miles de personas murieran a manos de un hombre negro, eso sería usado con tres fines: para justificar la brutalidad policial, minimizar el movimiento Black Lives Matter y exacerbar el estereotipo de “hombre negro violento”. Si los atacantes fueran identificados como musulmanes, esas masacres se convertirían rápidamente en terrorismo y catalizarían mayores gastos en defensa y seguridad.
Pero este un problema de hombres blancos. Según un análisis de Mother Jones, en 44 de los 62 casos registrados entre 1982 y 2012 (periodo que no incluye las acciones de Dylann Roof ni de Stephen Paddock, entre otras) los asesinos fueron hombres blancos y en apenas uno la involucrada fue una mujer.
Desde 1982, los tiroteos masivos en Estados Unidos han sido perpetrados por hombres blancos, que suelen ser denominados como “lobos solitarios” o como personas con problemas psicológicos.
Como resultado, el gobierno que, en otra situación movilizaría a sus instituciones para ejecutar las reformas necesarias, continúa siendo incondicional a la Segunda Enmienda: el aliado más grande de los tiroteos masivos.
La exagerada afinidad por las armas entre los hombres blancos – peligrosa bajo cualquier otro contexto– es defendida como patriotismo por muchos conservadores o, incluso, como orgullo blanco por aquellos que están en la extrema derecha.
De hecho, según una encuesta realizada por Fox News en 2014, casi 7 de cada 10 republicanos creen que poseer un arma es algo patriótico. Si eso fuera defendido por otros grupos, ese sentimiento y esos números se considerarían una amenaza. En cambio, hay una acogida que para muchos motiva tácitamente a los potenciales atacantes de esos tiroteos.
No se equivoquen: esta es una cultura de la guerra que se disfrazó de Tío Sam y se incrustó en la mentalidad estadounidense. Cualquier otro camino que lleve a este nivel la destrucción de la vida –como por ejemplo el aborto o el terrorismo extranjero–, será atacado como algo violentamente opuesto a los valores estadounidenses.
Pero como esa cultura es aceptada por la raza y el partido que controlan el gobierno, sigue siendo celebrada y defendida como un demostración de amor al país.