Nota del editor: Gayle Tzemach Lemmon es miembro del Consejo de Relaciones Exteriores. Es además autora de “Ashley’s War: The Untold Story of a Team of Women Soldiers on the Special Ops Battlefield” (“La guerra de Ashley: la historia no contada de un equipo de mujeres soldado en el campo de batalla de operaciones especiales”). Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autora.
(CNN) – En el 2013, escribí una historia sobre cómo no se les pagarían las indemnizaciones por muerte a las familias que perdieron a sus hijos en la guerra de Afganistán; familias que, de la noche a la mañana, se convirtieron en familias de Estrella Dorada (como se les conoce a los parientes más cercanos de los miembros de las Fuerzas Armadas de EE.UU. muertos en combate o en la realización de ciertas actividades militares).
No les iban a pagar porque el cierre del gobierno, en ese momento vigente, significaba que no había fondos para cumplir con esa obligación nacional.
Estados Unidos les falló a quienes sirvieron en su nombre… y a sus familiares.
Le conté de la historia a muchas personas y una de ellas me dijo que era muy triste. Pero “eso fue lo que ellos firmaron”, agregó. La idea me impactó. Porque si pasas tiempo con personas uniformadas, aprenderás esto: la gente no se alista para morir. Se alista para servir. Conocer el riesgo que implica poner tu vida en la primera línea de combate no es lo mismo que levantar la mano para no regresar a casa.
Del impacto inicial por esa opinión, pasé a la resignación. Y durante los años que pasé trabajando en mi libro “La guerra de Ashley: la historia no contada de un equipo de mujeres soldado en el campo de batalla de operaciones especiales” tuve el privilegio de pasar tiempo con una familia de Estrella Dorada, que estaba aprendiendo a vivir con su pérdida.
Comencé a darme cuenta de lo que piensan las personas más educadas en ciudades de élite como Palo y Washington sobre las que prestan servicio en las Fuerzas Armadas, y de cuán lejos estaba eso de la realidad de Fayetteville, en Carolina del Norte, o Columbus, en Georgia.
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Esta es la verdad: la idea de que la gente “sabe lo que firma” es una síntoma más de una nación tan apartada de sus guerras, que convierte en superhéroes a las personas que sirven en las fuerzas armadas. Eso es más fácil que la realidad de saber que son personas tridimensionales que corren el riesgo de ponerse un uniforme. Si las convertimos en superhumanas, sin miedo, dispuestas a morir por todos nosotros, subidas a un pedestal lejano… podemos olvidar que tienen esposas o esposos, que son madres y padres, y que tienen la intención de volver a casa después de que pase el peligro, como lo haríamos nosotros si respondiéramos el llamado del país para servir en las filas.
Si los consideramos como “otros”, si imaginamos que son distintos, se hace más fácil para nosotros soportar la profunda pérdida que acompaña su muerte, si es que nos ocurre esa tragedia. Sus familias estaban preparadas para ello, nos decimos. Sus familias sabían que eso podía suceder, que había un riesgo, decimos.
Pero ninguna familia está preparada para ello. Ninguna familia de Estrella Dorada se siente preparada para el enorme sufrimiento que llega cuando un hijo, un padre, un esposo, una esposa o madre no regresan a casa. Nadie firma por todas las ausencias de cada cumpleaños, cada aniversario, cada día de los padres en el colegio… Y ninguna familia está lista para el sufrimiento salvaje y despiadado que trae esa muerte.
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Otra verdad horrible: ahora mismo, el dolor que sienten esas familias es muy personal. Está localizado. Sus seres queridos pudieron haber dado sus vidas por su país, pero no sentimos su ausencia, su pérdida, como nación. Muchas veces ni siquiera nos enteramos de las noticias de sus muertes. De hecho, muchos de nosotros no conocemos a nadie que sirva en las Fuerzas Armadas. Lo sentimos todo muy lejos de nuestra vida cotidiana.
Eso, hasta que sus pérdidas personales chocan con nuestra política nacional. Entonces, los que no había pensado en las familias de Estrella Dorada en mucho tiempo –si es que alguna vez lo hicieron–, de repente, se suman a su causa.
Pero el servicio no se trata de demostrar algo. No se trata de política o partidismo. Se trata de una misión y de patriotismo.
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Estados Unidos: si queremos hacer algo por las familias de Estrella Dorada, ¿qué tal si comenzamos por recordarlas? Y no solo cuando hay que ganar puntos políticos. Sino en los días solitarios, en las vacaciones, en los aniversarios, cuando la tranquilidad y las ausencias pueden abrumar a las familias que tratan de sobrevivir a la pérdida de sus seres queridos.
Podemos honrar esos sacrificios siendo un país que trabaja por entender lo que la gente arriesga en su nombre, una nación que sabe que ese servicio es más grande que cualquier persona y está por encima de la política de cualquier persona.