Nota del editor: Roberto Izurieta es analista político y profesor de la Universidad George Washington. Fue director de comunicación del presidente de Ecuador Jamil Mahuad del partido Democracia Popular entre 1998 y 2000; además fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo en Perú, Álvaro Colom en Guatemala y Horacio Cartes en Paraguay y participó en la campaña de Enrique Peña Nieto en México. Es colaborador político de CNN en Español. Las opiniones en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN Español) – Donald Trump repitió de manera reiterada en su discurso ante la Asamblea Nacional de Corea del Sur que su política con Corea del Norte es la “paz desde la fuerza”. Esta es una línea de acción que adoptó Ronald Reagan y que hacía sentido por dos razones quizá irrepetibles: la primera, a quien Ronald Reagan tenía al otro lado era Mijaíl Gorbachov, un líder que probó ser extremadamente racional (y un gran reformador) y, la segunda, que en el estado de carrera armamentista entre Estados Unidos y Rusia hacia los 1980, podía ser discutible que tener más fuerza haría una significativa diferencia. El problema del armamento atómico es que, llegado a un cierto nivel, la fuerza ya no hace mucha diferencia (con respecto a otra potencia nuclear); porque la fuerza existente en ambas partes es más que suficiente para causar un daño catastrófico inmanejable a las dos.
Todo analista serio llega a la misma conclusión de cuál es la solución con respecto a Corea del Norte: la contención. Eso lo tienen muy claro Japón y Corea del Sur. No veo casi ninguna esperanza para que en las actuales condiciones (no se ve un límite o señal en el horizonte de que estas cambien) para que en Corea del Norte se produzca un cambio radical en su modelo económico o político, y que ese país tenga, como dijo Donald Trump, “la misma luz” que tiene Corea del Sur. En tal sentido, Trump perdió valioso tiempo en describir, durante sus intervenciones en Seúl, las diferencias entre Corea del Norte y Corea del Sur: ellos las conocen mejor que nadie, como también las percibe, sin duda alguna, toda persona racional e informada. La única esperanza de mantener la paz, y nuestra obligación al efecto, es garantizar que Corea del Norte sea contenida como en su momento se contuvo a la Unión Soviética a la luz de la doctrina de George Kennan.
Para que Corea del Norte esté contenida, la retórica agresiva (o incluso la fuerza) no ayuda en nada. Por el contrario, es lo que Kim Jong-un busca ya que eso refuerza su halo de David desafiando a Goliat con el que la propaganda política del autócrata hipnotiza a su país. Desde esa perspectiva, Corea del Norte emplea la retórica para demostrar (o hacer un show de) su aún reducida capacidad militar y nuclear, pero sobre todo apuntalar la supremacía de Kim Jon-un. Parecería que éste sigue un concepto básico en estrategia: no hay que pelear en el territorio del enemigo. Tal vez sea la mejor (y en este caso la única) oportunidad que tiene Jong-un para conseguir sus fines. Hay que pelear en un territorio en que podamos ganar.
Me encantaría decir que el territorio para ganar debe ser el campo de la ética, principios, valores (progreso, convivencia cívica, etc.) y pedir que los esfuerzos políticos se orientan hacia esos fines. Lamentablemente, ese territorio es inexistente para un dictador sin principios o valores como Jong-un (no es el caso único, si no veamos lo que pasa en la Venezuela de hoy).
Olvidémonos de embarcarnos en un cruce retórico con el autócrata norcoreano. El único territorio donde podremos tener resultados para contener a Corea del Norte es a través de la presión real (y no sólo militar o retórica). De nuevo, en estrategia hay que atacar al enemigo en el territorio donde es débil, y este es la economía. Kim Jong-un necesita todo de China o Rusia para sobrevivir y para poder continuar desarrollando su capacidad bélica y nuclear. La Rusia de Putin ha demostrado ser un mal aliado (aun coyuntural: sea en Corea del Norte o Siria). La única esperanza es China.
China ha tomado un enorme liderazgo mundial en los últimos años en el campo económico (sobre todo bajo el liderazgo de Xi Jinping). Sus inversiones y préstamos generosos (y en algunos casos hasta irresponsables) se multiplican en África y América Latina. En desarrollo tecnológico basta ver su inversión en energías alternativas que posiblemente le lleve a ser esa primera potencia mundial que Xi Jinping pronostica será China en la década de 2050. Jinping actualmente está liderando el mundo moderno que cree en el comercio internacional como un instrumento para crecer (y bajar los precios de los productos que los consumidores tendremos mejor oportunidad para acceder). Todo esto contrasta frente al nacionalismo y proteccionismo que está predicando Trump (si no, preguntémosle a México con lo que tiene que lidiar en las negociaciones actuales del TLC).
China es el único socio racional (¿recuerdan a Gorbachov?) que Estados Unidos y el mundo tienen para conseguir contener a Kim Jong-un. Al efecto hay que persuadir a Beijing, y para conseguirlo no se necesita fuerza sino determinación: razones políticas y económicas que demuestren a China lo decidido que está el mundo libre y moderno en contener a Kim Jong-un porque es peligro que amenaza a todos. China querrá a cambio un entendimiento que integre varios factores. A una gran nación no se la convence con frases de autoayuda o una retórica desafiante sino con argumentos políticos, económicos, diplomáticos y de seguridad. Para eso, el mundo libre necesita un líder que tenga la capacidad y la sofisticación necesaria para manejar la complejidad de intereses que tiene hoy China con respecto a Estados Unidos, y conectarlos con la situación y peligros que emanan de un autócrata sin control. Esto requiere de los Estados Unidos un líder que construya acuerdos no en base de gritos y desplantes, sino de una gestión diplomática inteligente, coherente, integral y perseverante.