🐬 Mira aquí el especial sobre la vaquita marina
(CNN) – Cuando los agentes fronterizos de Estados Unidos allanaron la casa de Song Shen Zhen encontraron una escena desconcertante: había cientos de buches de peces alineados en el suelo de su sala de estar secándose debajo de ventiladores.
Zhen, un chino de 75 años, había sido seguido por las autoridades después de que encendiera las alarmas en Caléxico, California, en la frontera entre México y Estados Unidos. Los funcionarios notaron que las alfombras en su automóvil tenían desniveles y descubrieron bolsas de órganos mojados de peces.
Zhen recibió una sentencia de un año en prisión y debió pagar una multa de 120.500 dólares. Su caso judicial ofreció a las autoridades un singular vistazo de una compleja red de tráfico ilegal de peces.
Los buches hallados en su casa pertenecen a una especie de pez altamente protegida en México, el totoaba, y su valor ascendía a más de 3,6 millones de dólares. Hoy, cada uno de dichos órganos puede costar hasta 250.000 dólares en el mercado negro. De hecho, han provocado tal fiebre que llevaron a un pequeño pueblo y a una especie de pequeñas marsopas al borde de la extinción.
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El auge de una mafia del pescado
Esta historia, como muchas otras relacionadas con el comercio global, comienza en China.
Existe un gran mercado de peces totoaba en ese país: una demanda que se remonta a la medicina tradicional china. Se cree que los buches de pescado secos son afrodisíacos y ofrecen un sin fin de beneficios para la salud. La totoaba mexicana, un pez similar al róbalo, posee una gran buche que es muy codiciado entre la élite del país asiático.
Esta especie de pez solo se puede encontrar en una pequeña área del Mar de Cortés en México, cerca al pueblo de San Felipe, a 193 kilómetros de la frontera con Estados Unidos.
La gran demanda de un producto suele generar corrupción. Eso es lo que sucedió con la totoaba en San Felipe.
La corrupción quedó expuesta durante una mañana de 2014. Samuel Gallardo paseaba con su familia por la costa cerca a San Felipe, cuando alguien en un vehículo que conducía por ahí le disparó y lo mató. Los vecinos y pescadores locales revelaron después que Gallardo había estado muy conectado en el poderoso cartel de Sinaloa.
Gallardo había comenzado una nueva empresa. Él y un grupo de personas de la región utilizaban sus conocimientos sobre el tráfico de narcóticos para transportar los buches de totoaba por la frontera de Estados Unidos y, eventualmente, a China. Con el asesinato de Gallardo llegó el fin del secreto. Él había participado en un negocio multimillonario y ahora todos querían formar parte de él.
Después del asesinato de Gallardo, los pescadores locales se dieron cuenta de que estaban frente a una mina de oro. En un día cualquiera, podían obtener entre 5 y 10 dólares por cada kilo (2,2 libras) de camarón. En México, un kilo de buche de totoaba alcanza a venderse hasta por 8.000 dólares. Los buches completos pueden comercializarse por 250.000 dólares cuando llegan a China. Los precios del buche de totoaba pueden variar significativamente dependiendo del tamaño, la edad y la calidad.
La especie era cosechada por los pescadores locales y por las redes de crimen organizado.
Según un oficial del ejército mexicano, las organizaciones ilegales llegaron con “redes establecidas, rutas, contactos, puntos de venta y patrocinadores”.
Comparado con la droga, el buche de totoaba resultaba un producto de bajo riesgo y de grandes ganancias, además de tener un valor parecido al de la cocaína. La condición protegida de la totoaba prohibía su pesca, pero las aguas en San Felipe eran escasamente patrulladas. Además, las autoridades en los cruces fronterizos de México, Estados Unidos y China eran mayormente ajenos a cómo lucía un buche de esta especie y durante algunos años el producto pudo fluir libremente.
En San Felipe, el ingreso de dinero era difícil de ignorar. Los pescadores, que en algún momento ganaban 500 dólares al mes, comenzaron a conducir autos deportivos italianos. Los adolescentes obtenían más de 20.000 dólares en una sola noche de pesca, y muchos alardeaban de su dinero en las redes sociales. Cada noche los bares se llenaban y una sensación de riqueza ilimitada rebosaba las calles.
De pronto, todo se vino abajo
La caída de una marsopa
El final del frenesí pesquero en San Felipe se le atribuyó a un mamífero marino llamado vaquita marsopa.
Según los científicos, es una de las especies de mamíferos más pequeñas del mundo, así como la más rara. En 1997, se estimaba que quedaban apenas unos cientos de ejemplares de la vaquita marina, que vivían en una área pequeña del océano. Alrededor de sus ojos tiene unas manchas negras distintivas y una sonrisa permanente en el rostro.
A medida que más y más pescadores descendían a las aguas de San Felipe para recoger la totoaba, sin querer comenzaron a capturar las vaquitas con sus redes de pesca. La población de la ya poco común especie era arrasada por el comercio de la totoaba.
De acuerdo al Comité Internacional para la Recuperación de la Vaquita Marina (CIRVA), encargado de monitorear la población de esta marsopa, para mediados de 2017 quedaban menos de 30. La vaquita estaba al borde de la extinción.
Así comenzó un esfuerzo global para salvarla. Las organizaciones ambientalistas y el Ejército mexicano llegaron a San Felipe.
En 2015, el Gobierno mexicano prohibió el uso de la mayoría de las redes de pesca en el área y así cerró en la práctica el océano para el negocio. De la noche a la mañana, una comunidad entera de pescadores se quedó sin trabajo. Entonces, se implementó un programa de compensación gubernamental: a los pescadores se les pagaba alrededor de 500 dólares al mes por no salir al mar. Pero para muchos, esta suma resultó ínfima.
“Tengo una familia de tres hijos, mi esposa, y apenas llegábamos a fin de mes. Y algunos lo tienen aún mucho más duro. ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Morir de hambre?”, declaró Luis Rivas, un pescador local.
Para gran parte de la población de San Felipe hay muy pocas oportunidades de trabajo fuera de la pesca. De hecho, muchos empacaron sus cosas y se fueron del todo. Hoy, algunas partes del lugar parecen un pueblo fantasma.
Un viejo oeste en el mar
Una gran parte de los pescadores que se quedaron en San Felipe trabajan en el mercado negro centrado en la totoaba.
Hace más de dos años, soldados armados del Gobierno fueron desplegados en cada esquina del pueblo, un sitio común ahora. Estaban allí para atemorizar a los cazadores furtivos y para evitar que salieran al mar a buscar la totoaba. Pero estos últimos están decididos: se cree que el riesgo vale la pena por la promesa de las ganancias ilegales.
“Hice 116.000 dólares en una sola noche de pesca”, dijo Poncho Rubio, quien pescó totoaba en el pasado.
Rubio, que ahora hace algunos trabajos mecánicos en el pueblo, explica cómo funciona el comercio ilegal de pesca: por la noche, “los vehículos todoterreno conducen hasta playas remotas y lanzan botes al mar. Ahí salen pequeños grupos, mientras otros suben a las colinas cercanas, vigilan los barcos de la Armada y escuchan atentamente las frecuencias de las fuerzas de seguridad”.
Con el uso de coordenadas GPS, los pescadores localizan las redes submarinas que han escondido. Cuando capturan una totoaba proceden a cortarla y a quitarle el buche. Después lo almacenan en refrigeradores dentro de los compartimentos secretos que hay en la embarcación.
Poncho recordó el momento en el que su tripulación escapó de una persecución a alta velocidad mientras huía de la Marina. “La adrenalina es alta. Pero todos quieren atrapar una totoaba”, indicó.
Los buches llegan a tierra y se los entregan a un intermediario. Ahí ocurre un canje de efectivo y se transporta el producto para procesarlo. A menudo se lo esconde entre llantas y tablas de pisos. Incluso, algunas veces se lo lleva en morrales que son trasladados en bicicletas que atraviesan el desierto para poder evitar los puestos de control militar.
Un informe detallado del Cenro de Estudios Avanzados de Defensa, una organización sin ánimo de lucro centrada en conflictos y temas de seguridad, señala que las incautaciones de buche en la frontera entre Estados Unidos y México bajaron después de 2013. Las autoridades sospechan que los traficantes encontraron métodos más innovadores para el transporte de dicho producto.
De hecho, se identificaron varias empresas sin activos en México y Estados Unidos que funcionan como instalaciones de procesamiento, donde los buches se secan y se preparan para su envío.
Hay poca información sobre lo que sucede cuando los buches de totoaba llegan a China. En los primeros años de auge, este producto se podía encontrar en tiendas de mariscos secos en Hong Kong y China continental.
Sin embargo, recientemente se ha hecho más difícil conseguir los buches. Las últimas pruebas indican que los traficantes proveen para una lista exclusiva de clientes ricos, quienes compran los buches como obsequios para socios comerciales y poderosos empleados gubernamentales.
Lo único que queda claro es que la pesca ilegal de buches de totoaba está impulsada por una necesidad desesperada. Muchos pescadores en San Felipe lo ven como la única forma de prosperar.
Un secreto a voces
La vida en San Felipe gira en torno al comercio clandestino del buche de totoaba. Su alcance penetró casi todos los niveles de la sociedad. Un grupo creciente de traficantes presionan a los pescadores que cumplen la ley para que se queden en silencio.
Aunque algunos cazadores furtivos fueron arrestados en el pasado, ningún traficante importante está acusado judicialmente. Es más, algunos cazadores furtivos se envalentonaron ante la falta de orden público en la región y adoptaron métodos de pesca más agresivos, especialmente durante el día.
Durante una noche de marzo, cuando caminaba por el malecón, un funcionario mexicano señaló la flota de barcos que se dirigían al mar.
“Todos esos son cazadores furtivos de totoaba que salen al mar. Y todos nos hacemos los de la vista gorda”, aseguró el funcionario, quien pidió que su nombre no fuera revelado en este artículo. El Gobierno mexicano ha tenido éxito en recuperar especies en vía de de extinción –como las focas y las ballenas grises– pero en esta situación los fracasos han sido el común denominador.
“La vaquita no se puede salvar”, aseveró el funcionario. “Simplemente hay demasiado dinero en juego”, insistió.
Las vaquitas continúan ahogándose entre las redes de pesca. En 2017, se encontraron cuatro de ellas muertas. Además, las estimaciones recientes indican que el número de sobrevivientes podría haber descendido a cerca de 20.
En octubre, un equipo internacional de científicos hizo un último esfuerzo para encontrar a las vaquitas que quedaban y sacarlas de cautiverio. VaquitaCPR usó delfines entrenados por la Marina de Estados Unidos, con el objetivo de ayudar a localizar los animales y llevarlos a zonas seguras.
El grupo tuvo cierto éxito cuando la primera vaquita viva fue capturada y liberada. Sin embargo, la operación terminó en desconsuelo en noviembre: una vaquita hembra fue rescatada, pero murió unas horas más tarde. Los científicos suponen que esta especie puede ser no apta para sobrevivir en cautiverio. La operación se detuvo desde entonces.
Mientras tanto, aumenta la ansiedad entre los pescadores de San Felipe. La fecha de vencimiento del programa de compensación gubernamental es inminente y no hay indicios de que se vuelva a permitir la pesca.
Según el Organismo de Investigación Ambiental, por ahora los buches de totoaba se compran y almacenan en China como inversiones a largo plazo. Las autoridades creen que los traficantes esperan el día en que se extingan tanto la vaquita como la totoaba, lo que llevaría a que los precios del buche se disparen por las nubes.
La gente en San Felipe observa que su pueblo desaparece y hace un balance de lo que la fiebre por los buches de la totoaba dejó. Muchos se preguntan qué deparará el futuro para su pequeña comunidad.
Poncho Rubio, quien recuerda sus días pescando totoaba, tiene una visión filosófica al respecto. Sin poder pescar legalmente, apenas puede salir adelante. “Creo que las vaquitas tuvieron mala suerte. Pero, ¿qué puedes hacer? Así es la vida”, subrayó Rubio. “Todos estamos de paso. Nosotros y ellas”.