Nota del editor: ⚠ esta historia contiene imágenes extremadamente perturbadoras de personas muertas y heridas.
(CNN) – La rocosa ladera de la montaña arada aún permanece salpicada con pistas de lo que sucedió durante esa noche de enero. Una bufanda de mujer. Un pañal. Latas vacías de atún. Una bolsa plástica de azúcar. Una caja vacía de panecillos turcos de chocolate. Un solo zapato de mujer, barato, de fabricación siria. Varios guantes de goma blancos con salpicaduras de barro.
Fue en este lugar donde, el mes pasado, 17 personas sirias murieron congeladas en una tormenta de nieve nocturna, mientras intentaban cruzar las montañas hacia el Líbano.
Sarah, una niña de tres años, es de las pocas personas que lograron sobrevivir. Ahora está en una cama del Hospital Bekaa, de la ciudad cercana de Zahlé, con dos tubos intravenosos adheridos a su pequeño brazo derecho. En su frente quedó una costra oscura del momento en que se congeló. Un vendaje grueso cubre su mejilla derecha. Otro está alrededor de su cabeza para cubrir su oreja derecha.
Sarah no habla. De hecho, no hace ningún sonido. Sus ojos marrones recorren la habitación: curiosos, tal vez confundidos. Su padre, Mishaan al Abed, se sienta junto a su cama y trata de distraerla con su teléfono celular.
Nadie le ha dicho a Sarah que su madre Manal, su hermana de cinco años Hiba, su abuela, su tía y sus dos primos murieron en las montañas.
“Algunas veces ella dice: ‘Quiero comer’. Eso es todo”, relató Abed. Sarah no ha mencionado nada sobre la dura experiencia que vivió y él duda en preguntarle.
Una reunión desafortunada
Hasta este momento, Sarah llevaba dos años y medio sin ver a su padre. Él dejó a su familia, salió de Siria hacia el Líbano y consiguió trabajo como pintor de casas.
Mishaan al Abed le enviaba dinero a su esposa e hijos, quienes permanecieron en las afuera de la ciudad de Abu Kamal, en la frontera sirio-iraquí.
ISIS controló Abu Kamal desde el verano de 2014 hasta noviembre pasado, cuando fue retomada por las fuerzas del gobierno de Siria. Sin embargo, la lucha todavía arrasa en el campo que la rodea, donde vivía la familia de Al Abed.
Después de que su casa fue atacada, el hermano de Abed y su familia –junto con la esposa de Abed y sus dos hijos– huyeron a Damasco. Allí le pagaron 4.000 dólares, una fortuna para una familia pobre, a un abogado sirio, quien según les dijeron contaba con las conexiones adecuadas en el ejército, la inteligencia y los traficantes.
El plan consistía en que iban a ser transportados en automóviles privados hasta la frontera, a través de carreteras de uso exclusivamente militar. Desde allí, explicó Abed, debían caminar con los contrabandistas durante media hora hasta el Líbano, donde serían recibidos por otros amutomóviles.
El plan empezó a arruinarse cuando la nieve comenzó a caer. Los traficantes abandonaron al grupo. La familia perdió el camino y se separó. En medio de la oscuridad y el frío, la mayoría de ellos murió. No está claro cómo Sarah y otros más pudieron sobrevivir.
Lo único cierto, sostuvo Antoine Cortas, director del hospital, es que “es un milagro que Sarah siga viva”.
Escondida por la oscuridad y la nieve, había una casa a unos pocos cientos de pasos de la montaña.
Abed esperaba que su familia lograra cruzar, pero empezó a preocuparse cuando no oyó noticias de ellos. “Me dijeron que el ejército había detenido a las personas que intentaban cruzar hacia el Líbano. Pensé que debían ser ellos. Después, los servicios de inteligencia me enviaron una fotografía. Ahí identifiqué a mi esposa”, indicó.
Entonces, abre la imagen en su teléfono celular. Allí aparece una mujer sin vida, acurrucada entre la nieve, en medio de arbustos espinosos. Tiene una gorra de lana roja en su cabeza.
Una lucha por cruzar, una lucha para quedarse
Más de un millón de sirios están refugiado en el Líbano, forzando los recursos de un país con una población de cerca de seis millones de personas. De cierta manera, las autoridades libanesas se han hecho de la vista gorda frente a quienes ingresan ilegalmente al país. Pero también se negaron a permitir que grupos de auxilio establezcan campos de refugiados adecuados –a diferencia de Jordania y Turquía–, por temor a que se vuelvan permanentes.
Los llamados campamentos, oficialmente llamados “asentamientos informales de carpas”, son solo construcciones destartaladas. Usualmente, los sirios pagan 100 dólares a un terrateniente para que les permita construir refugios de bloque de hormigón con endebles cubiertas de plástico como techos.
Abu Farhan, un hombre en sus 60 años proveniente de Hama (en el centro de Siria), vive en uno de esos refugios en medio de un campamento embarrado a las afueras de la ciudad de Rait, ubicada a pocos kilómetros de la frontera con Siria. Su esposa Fátima está enferma: se encuentra acurrucada junto a una estufa de kerosene debajo de una pila de mantas. Entre cada tosida, ella gime ruidosamente. Farhan ha tenido que pedir prestado más de dos millones de libras libanesas, alrededor de 1.300 dólares, para costear su tratamiento médico.
Las enfermedades son apenas uno de los peligros aquí. Las plagas, dice Farhan, son otro riesgo. “Aquí hay de todo”, relata mientras se ríe amargamente, “incluso cosas que nunca había visto antes. Ratas. Ratones. ¡Todo!”, completa.
El dilema que enfrentan los sirios en el Líbano salta a la vista. Aquí no son bienvenidos y es difícil arreglárselas. Según un reciente informe del Consejo Noruego para Refugiados, el 71% de los refugiados sirios en el Líbano viven en la pobreza.
Punto de no retorno
Algunos sirios han vuelto a casa. Pero muchos, como Abu Masa, un hombre de unos 40 años que vive en el mismo asentamiento de Farhan, insisten en que regresar sería suicida. Él viene de Maarat al-Numan, en la provincia de Idlib, donde las fuerzas sirias libran una ofensiva contra los opositores al gobierno, con el respaldo de aviones rusos de guerra.
“¡Por supuesto que me gustaría regresar a Siria!”, exclama Musa, gesticulando alrededor de su cabaña húmeda y fría, como si eso fuera razón suficiente para volver a casa. “Pero Siria no es segura, están peleando en mi ciudad, mi casa ha sido destruida”, completa.
Y así, los sirios continúan intentando llegar al Líbano a pesar de los riesgos.
“Las personas que están cruzando las montañas, y caminando días enteros para cruzarlas en pleno invierno, son un testimonio de que Siria no es segura”, señaló Mike Bruce, del Consejo Noruego para Refugiados.
“Hasta que Siria esté a salvo, hasta que haya una paz duradera, la gente no debería regresar a Siria”, concluyó.