Nota del editor: Jorge Gómez Barata vive en Cuba. Es columnista, periodista y exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor. Así es el sistema de elección en Cuba.
(CNN Español) – En cualquier país las expectativas políticas suelen terminar con las elecciones. En Cuba, por primera vez, comienzan con ellas. El día después de los comicios, la actividad gubernamental dejará de estar regida por el liderazgo para encaminarse por los meandros de la institucionalidad, en los cuales se transita bajo otras reglas.
Desde 1976, cuando en virtud de la Constitución aprobada aquel año, Fidel Castro fue elegido presidente de los Consejos de Estado y de ministros, las elecciones en Cuba fueron poco significativas. Debido a los méritos históricos que el pueblo le reconocía, a su popularidad y a su capacidad de convocatoria, el líder de la Revolución era reelegido una y otra vez. Más que parte de un esquema de cambios, las elecciones eran expresión de la continuidad.
El protocolo continuó en 2008, cuando resultó elegido Raúl Castro, que tratando de no afectar las esencias del sistema que juró defender, auspició un paquete de reformas económicas y políticas. La más relevante, declarar que solo estaría al frente del Gobierno por dos períodos de cinco años, con lo cual auspició el relevo en la dirección del Estado e introdujo una dinámica que para Cuba es extraordinariamente novedosa.
Otra muestra de voluntad de apertura del presidente saliente, fue el diálogo con la administración de Barack Obama, que propició el inicio de la normalización de las relaciones con Estados Unidos. Con esos pasos colocó el listón a buena altura. Es de esperarse que los nuevos operadores del sistema lo rebasen, para lo cual, además de fidelidad a los valores que hacen la continuidad, deberán ejercitar la audacia que entraña la innovación.
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Las elecciones cubanas forman parte de una rutina cumplida cada cinco años. Lo diferente es que ahora no será elegido alguien de apellido Castro, y el nuevo presidente no solo procederá de una familia distinta, sino que, presumiblemente, no habrá tomado parte en la lucha armada de la Sierra Maestra. La renovación no es solo funcional, sino generacional.
La elección del nuevo mandatario se consumará el 19 de abril, cuando los 605 diputados de la Asamblea Nacional elijan de su seno a los 31 integrantes del Consejo de Estado, uno de los cuales lo presidirá. Esa persona será jefe del Estado y del gobierno, aunque no presidente de la República, cargo que en Cuba no existe, como tampoco figuran los de gobernador en las provincias, ni alcaldes en las ciudades. En todos los casos los órganos de gobierno son instancias colegiadas: 169 asambleas municipales, 15 en las provincias y la asamblea nacional.
La trascendencia de la renovación generacional en Cuba se explica porque está en marcha e inconcluso un proceso de cambios estructurales, oficialmente descrito como una actualización del modelo económico y social, que entre otras cosas ha propiciado el surgimiento de un sector privado y cooperativo, y promocionado a la sociedad civil, hechos que comienzan a matizar una estructura caracterizada por el predominio del Estado, el cual había monopolizado la propiedad sobre los medios de producción y la gestión económica, el comercio, y las finanzas, conduciendo la actividad social en general.
Las expectativas generadas por la elección próxima a concluir se relacionan no solo con la persona que ocupará la vacante que dejará Raúl Castro, sino con la disposición y la capacidad del nuevo mandatario para continuar las reformas en curso, de las cuales depende la solución de los graves problemas de la sociedad cubana, principalmente los relacionados con la economía y las finanzas.
En los últimos tiempos, en el discurso oficial cubano se ha instalado una idea que asocia la sostenibilidad del sistema socialista con la capacidad de generar progreso y desarrollo. No pocos, entre ellos este comentarista, creen que la democratización de todas las estructuras, la transparencia, el perfeccionamiento institucional, y la mayor participación social en los mecanismos de toma de decisiones, son asuntos nodales.
Además de a las cuestiones domésticas, el nuevo presidente y su equipo deberán dedicar esfuerzos extraordinarios a la inserción de la Isla en los ambientes internacionales, especialmente al monitoreo del diferendo con Estados Unidos, en particular a la lucha contra el bloqueo (embargo) estadounidense, esfera en la cual los avances alcanzados bajo la administración del presidente Barack Obama, están siendo revertidos por su sucesor, Donald Trump.
Debido a la estructura del sistema político cubano, en el Partido Comunista, que según la Constitución constituye la “Fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado…” y de cuya dirección seguramente formará parte el nuevo presidente, recae la responsabilidad de respaldar la acción renovadora del nuevo equipo de gobierno. El hecho de que esa organización, que forma el núcleo del poder, continúe bajo la dirección del presidente saliente Raúl Castro, ponente de la política de reformas y apertura, ofrece garantías.
Probablemente haya forcejeo, porque con la culminación de las elecciones se inicia para Cuba un período de transición, no de una sociedad a otra, pero sí de un estilo de gobernar a otro, en el cual el liderazgo cederá espacio a un mayor protagonismo de las instituciones.
La culminación del evento electoral abre para Cuba un abanico pletórico de expectativas, oportunidades y desafíos. Obviamente todas las soluciones no dependerán de las nuevas autoridades, aunque muchas serán producto de su talento y dedicación, así como de la capacidad de construir nuevos consensos e identificar metas compartidas y viables.
Seguramente los nuevos ejecutivos comprenderán que: “No se puede hacer las cosas de la misma manera y esperar que algo cambie”. ¡Veremos!