Nota del editor: Jorge Gómez Barata es columnista, periodista, exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN Español) – La democracia liberal necesita de la pluralidad que en América Latina se entroniza con el fin de los gobiernos oligárquicos, lo cual favoreció el auge de la democracia que dio oportunidades a distintos actores, incluida una izquierda no marxista que recién ocupó espacios, llegó al gobierno en una decena de países y que, por razones diversas, ha comenzado a ceder, evidenciando que no hace peligrar al sistema, sino que lo acredita.
A principios del presente siglo, se formó una “tormenta perfecta” en Brasil, cuando Luiz Inácio Lula da Silva, un carismático líder sindical, se consideró con fuerzas para aspirar a la presidencia, cosa que intentó en tres ocasiones (1989, 1994 y 1998) hasta percatarse de que solo no podía y forjó una difícil alianza con sectores avanzados del empresariado nacionalista.
En 2003 con José Alencar, exitoso empresario, políticamente liberal como vicepresidente, logró su primera victoria. Entonces obtuvo más de 52 millones de votos. En 2006 repitió la experiencia ganadora. Esta vez con más sufragios favorables. Con la misma filosofía, promocionó a su pupila Dilma Rousseff, que en 2010 con Michel Temer como segundo, repitió el éxito.
Lula era el mejor adversario de la derecha brasileña: moderado y popular, no marxista, castrista ni socialdemócrata, conectado a la perfección con el discurso desarrollista que lo aproximaba a históricas aspiraciones de la burguesía nativa, guío a Brasil en una era de progreso y estabilidad sin precedentes, sin cuestionar el sistema ni apartarse de las reglas. Entrado en años y convaleciente, más que un peligro era parte del decorado. ¿Por qué acorralarlo, encarcelarlo y probablemente radicalizarlo?
Sin Lula, la izquierda brasileña no existe y la derecha queda con las manos libres. Al prescindir de una alternativa moderada, en el escenario político se crea un vacío que puede ser llenado por algún demagogo o extremista, incluso por los “hombres de a caballo”, aquellos que por medio del Comandante en Jefe del Ejército se apresuraron a recordar a las élites su presencia y su vigencia.
Al actuar de modo oportunista, la derecha brasileña, ilegítimamente empoderada, tal vez ha cometido un error al hacer del sistema político y de ella misma un rehén del Poder Judicial y de Sergio Moro, un joven juez, brillante y ambicioso, con capacidad y valor para enviar a la cárcel a levas de corruptos, pero sin la amplitud de miras necesaria para evaluar el proceso político en su conjunto. Moro ha sido capaz de desatar fuerzas difíciles de contener.
Para los estrategas estadounidenses que, sin mayores sobresaltos, lidiaron con los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff y a quienes les interesa, no tanto el color político y la retórica de los gobiernos del área, sino su solvencia para contener los extremos y preservar el orden, el anuncio de una era de inestabilidad y probablemente de ingobernabilidad en Brasil, no es una buena noticia.
Sin Chávez ni Fidel Castro, la izquierda latinoamericana puede haber ganado la inspiración y el elemento cohesionador que necesita. Tengo la certeza de que, mucho antes de doce años, Lula saldrá de la cárcel, aleccionado, radicalizado y convertido en lo que sus adversarios no querían que fuera.