Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y ha sido asesor de los presidentes Alejandro Toledo de Perú, Vicente Fox de México y Álvaro Colom de Guatemala. Izurieta también es analista de temas políticos en CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Mis dos suegros fallecieron en las últimas semanas, enfermos y en edad avanzada; mis padres, alternativamente, se enfrentan también a esa etapa de la vida en la cual la debilidad de sus cuerpos posibilita que las enfermedades y los accidentes domésticos sean más probables. Fuere que uno sea parte de una familia pequeña o numerosa, la discusión de lo que es más conveniente para nuestros seres queridos que atraviesan por esa edad, es inevitable y surgen más preguntas que respuestas.
Luego de pasar por esta experiencia y prepararme para afrontar la siguiente, tengo pocas ideas claras. Al final de la vida, los seres queridos muchas veces confundimos nuestro deseo de que permanezcan en vida, en contra de su calidad de vida. Nunca es fácil despedirse y mucho menos de por vida. La realidad es que si bien, afortunadamente, las ciencias de la salud han avanzado tanto en los tratamientos, que quizás no se distingue la línea con la calidad de vida y el confort del paciente.
Pocos días antes que mi suegro muriera, Barbara Bush, la esposa del expresidente de EE.UU., George H. W. Bush, tomó la decisión de no volver al hospital para ser tratada y establecer en su casa un servicio de cuidados paliativos (confort care) acompañada de su familia. Pocos días después, falleció. El dilema de enfrentar ese debate, también lo enfrenta a la familia: saber que existe la tecnología y el conocimiento para prolongar la vida, pero respetar la decisión del paciente (en este caso, Barbara), quien lo único que pide es confort en sus últimos días; y en mi opinión: dignidad.
Hago una diferencia radical entre lo que es tener una medicina y un respaldo económico que nos permitan a todos los ciudadanos en la tercera edad gozar de un retiro que expanda nuestras experiencias, nuestro gozo y vivir quizás los que pueden ser los mejores años de nuestra vida. Durante la tercera edad, me queda claro que las nuevas relaciones que estableceremos serán el motor y motivación de esos años, acompañados de personas afines en nuestros gustos y pensamientos, que están viviendo las mismas experiencias y con el deseable respaldo y visitas familiares.
Mi vecina tiene mas de 90 años y disfruta de una vida activa, envidiable e independiente. Hace voluntariado, viaja y tiene una agenda de actividades tan llena como su espíritu. Es irlandesa y su genética tiene algo envidiable que se llena con un buen Bourbon en la noche. Padece de un cáncer incurable y en total conocimiento y conciencia ha estipulado con sus abogados, que solo busca “cuidado de confort”. Lleva también consigo un brazalete que dice: “no resucitar”.
Como sociedad debemos también enfrentar el hecho de que los últimos años de vida, no solo son un gran dolor para el paciente y sus familiares, sino también un gran costo económico para la sociedad. Aun así, a quienes vivimos en EE.UU. la seguridad social nos ofrece cubrir los gastos de estos últimos años; pienso que debemos ser conscientes y discutir como sociedad, cuáles son los límites del gasto médico de los últimos años, cuando a veces lo que estamos haciendo es extender el desenlace inevitable.
No estoy hablando de eutanasia, sino de “cuidado de confort” y calidad de vida, pues no produce la muerte, pero tampoco la evita. Buscar un “cuidado de confort” es primar el concepto del alivio del paciente al disminuir su dolor para permitirle una muerte con dignidad y a la familia y seres queridos un proceso relativamente ordenado.