Nota del editor: Jorge Gómez Barata vive en Cuba. Es columnista, periodista y exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Cuando el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, se reúna con el líder norcoreano Kim Jong Un, la cortesía lo obligará a felicitarlo por su encuentro con Moon Jae-in, el presidente de Corea del Sur. El exitoso diálogo intercoreano mostró la audacia e independencia de ambos mandatarios, convirtiendo en prescindibles otros encuentros. Los del norte y los del sur lo hicieron sin Trump, sin Xi Jinping y sin Putin.
Cuando, tomados de las manos, los líderes coreanos cruzaron dos veces sobre la marca que divide sus países, parecieron haber enterrrado las reservas generadas por la siembra de odios que significó la Guerra de Corea, que ocasionó alrededor de cuatro millones de bajas y ratificó la división del país. Durante la Guerra Fría esta zaga se reforzó por los estereotipos anticomunistas y anticapitalistas que, junto con las intromisiones extranjeras en ambos lados, complicaron la relación bilateral.
Además de la independencia con la que han actuado, lo más significativo de estas conversaciones fue la rapidez con la que se negociaron y organizaron, la amplitud de la agenda, que no excluyó ningún tema, y la buena fe con que dos jefes de Estado que presuntamente eran enemigos irreconciliables, actuaron para –en unas horas– resolver asuntos pendientes desde hace más de 60 años.
Para no frustrar sus esfuerzos, los líderes obviaron el tema de la presencia de tropas estadounidenses en Corea del Sur, avanzando en los temas nacionales más significativos.
La perspectiva de la firma de un acuerdo de paz, la desnuclearización, el restablecimiento de las comunicaciones, tanto por carretera como por ferrocarril, el reinicio de la cooperación económica, y las facilidades para los encuentros entre familias separadas, deportistas y artistas de ambos lados a mediano plazo, podría, aunque falta mucho camino por recorrer, conducir a la reunificación pacífica del país, lo cual tiene potencial para influir en el clima político del área, incluso del mundo.
No obstante, el camino no será fácil. Una Corea reunificada que, sobre la base de instituciones democráticas, economías abiertas y posibilidades de realización humana para todos sus ciudadanos, sume los recursos, el talento y la laboriosidad de todo el país, tendrá un enorme impacto en la economía global, y en la misma medida que será fuente de paz y felicidad, también es posible que encuentre adversarios que prefieren la división y lucran políticamente con los climas beligerantes.
Llegar a las metas más ambiciosas, todas a la vista, requerirá de estos estadistas disposición para tomar riesgos, entereza para resistir presiones, capacidad para vencer provocaciones, y valor para sobreponerse a enormes pruebas. Por el momento, en lo fundamental, Corea podría llegar a dejar de estar dividida, y de lograr la unificación, ambos líderes se han colocado del lado correcto de la historia.