Nota del editor: Jorge Gómez Barata es columnista, periodista, exfuncionario del Departamento Ideológico del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, donde reside, y exvicepresidente de la Agencia de noticias Prensa Latina. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Desde La Habana es particularmente difícil seguir la avalancha informativa generada por el encuentro entre Donald Trump y Kim Jong Un en Singapur. Sin embargo, no es preciso conocerlo todo para identificar a cuatro ganadores: Trump, Kim, Corea del Norte y Corea del Sur.
Más no podía pedirse. Se trata de la primera buena noticia procedente de la península coreana en casi setenta años.
En infinidad de ocasiones, los líderes de diversos países se juntan en eventos considerados trascendentales y los organismos internacionales adoptan resoluciones reputadas como históricas, sin que los hombres y mujeres de a pie logren saber en qué les beneficia. Este no fue el caso de la Cumbre en Singapur.
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Además de los promisorios saldos para EE.UU. y Corea del Norte, la cita entre Trump y Kim generó beneficios colaterales para Corea del Sur, China, Rusia, Japón, Hong Kong y Taiwán, todos amenazados por un eventual conflicto nuclear entre ambos países. Con las limitantes de un complicado proceso que recién comienza, el entendimiento proporciona esperanzas a los habitantes de Hawai y resguarda de potenciales misiles norcoreanos a las urbes estadounidenses del océano Pacifico. De la otra parte, los millones de norcoreanos que hubieran perecido en las primeras andanadas, seguramente respiran aliviados.
Cuando Corea del Norte deje de ser una amenaza nuclear, entre otras cosas porque no posea bombas atómicas ni misiles, y EE.UU. cese de realizar provocadoras y costosas maniobras en los mares de Japón y China, el mundo será un mejor lugar para vivir, trabajar y criar hijos, sin el temor de que sean inmolados en un holocausto nuclear que sus mayores no consiguieron evitar.
Si bien hay quienes muestran escepticismo porque las intenciones expresadas en el encuentro y sus líneas de deseos puedan o no ser cumplidas, es preciso recordar que tras dos años de negociaciones los protagonistas de la Guerra de Corea apenas alcanzaron un armisticio y que, en un solo día, en Singapur, Trump y Kim lograron más avances que los obtenidos en los sesenta años transcurridos desde el fin de aquella conflagración.
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Por razones obvias, Donald Trump no puede aspirar a la aprobación de los liberales estadounidenses, mientras que los conservadores no suelen ser impresionados por los apretones de mano y los saludos para las cámaras y las gradas. Seguramente el presidente no espera aplausos.
Para él lo importante son los saldos y para un primer round no pueden ser mejores.
Por distintas razones, Donald Trump, que con los límites que supone la separación de los poderes del Estado, gobierna la mayor democracia liberal del planeta, y Kim Jong Un, líder de uno de los países más cerrados y autoritarios del mundo, no pueden aspirar a un apoyo total en sus respectivos países. La crítica y la oposición serán más visibles para uno que para el otro, pero de alguna manera existirá para ambos. Es el precio que asumen los políticos que se arriesgan a innovar.
De avanzar en la dirección adecuada, a la larga se les reconocerá por colocarse en el lado correcto de la historia.