Nota del editor: Michael D’Antonio es autor del libro Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success (Nunca lo suficiente: Donald Trump y la búsqueda del éxito) (St. Martin’s Press). Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN) – No puedes equivocarte al esperar lo peor de Donald Trump.
En 24 horas, hizo un llamamiento al secretario de Justicia para detener la investigación de los vínculos de su campaña con Rusia, criticó la acusación penal de su exgerente de campaña Paul Manafort como un “engaño” y mintió en su mitin de Florida sobre su propia popularidad. Súmale a eso su alocado reclamo de que la gente necesita presentar identificación para comprar comestibles y conseguirás a Trump en su peor momento.
Viniendo de cualquier otro presidente, el tipo de charla loca de Trump —muy personal, fea y trastornada— sería suficiente para suscitar llamamientos para el médico de la Casa Blanca, quien, al menos, podría prescribir un descanso. Pero con Trump, las declaraciones que parecen estar intentando obstruir la justicia y distorsionar la realidad ya no provocan indignación generalizada porque le ha enseñado al mundo a dejar de tratar de dar sentido a lo que dice.
Dieciocho meses después de su Gobierno, Trump nos ha bombardeado con tanto ruido que nuestras mentes han sido entrenadas para ignorar gran parte de lo que dice.
Una buena analogía de la biología es lo que le sucede a las personas que trabajan en ambientes fétidos y se vuelven insensibles a los olores. Simplemente ya no notan el hedor. En psicología, este proceso se ha observado cuando se trata de violencia. Las exposiciones repetidas acostumbran a las personas al sufrimiento.
Con Trump, parece que la inclinación natural para aquellos que no están de acuerdo con él es defenderse de la embestida abandonando la idea de que el público obtendrá por parte de nuestro presidente cualquier cosa que se acerque a la verdad, la dignidad y la decencia.
También tratamos de aplacar la sensación de miedo que experimentamos porque nuestras mentes no pueden manejar las subidas de la adrenalina que surgen cuando las terribles palabras de Trump y las reacciones de sus seguidores, como las de la mafia, desencadenan nuestra respuesta de lucha o huida.
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Muchas personas pueden reconocer las señales de peligro en palabras o el cambio de humor de una multitud. Cuando Jim Acosta, de CNN, advirtió recientemente sobre el potencial de violencia inspirado por los furiosos comentarios de Trump sobre los periodistas, demostró una versión de orden superior de este instinto. Acosta tuiteó un video de su encuentro con los partidarios de Trump en el mitin del presidente en Tampa, Florida y escribió: “No debemos tratar a nuestros conciudadanos de esta manera. La prensa no es el enemigo”.
Si observas el video del mitin que Acosta publicó, verás el tipo de furia que uno podría esperar que se dirija a un asesino en masa o un enemigo que se ha demostrado que tramó la destrucción absoluta de nuestra sociedad. Trump ha incitado este sentimiento al llamar repetidamente a los periodistas como el “enemigo” y ofrecer mentiras sobre “noticias falsas” para respaldar esta acusación.
En una moda despreocupada, el hijo del presidente, Eric Trump, llegó a Twitter para impulsar a los que vomitaban veneno contra Acosta añadiendo la palabra “verdad” a un clip de los asistentes al mitin, y el presidente retuitetó el tuit de Eric Trump.
Fuera de la esfera de Trump, las declaraciones y sentimientos desagradables del presidente y sus facilitadores son descontados por los funcionarios públicos, Paul Ryan es un ejemplo, que siguen tratando de hacer su trabajo. También por los ciudadanos comunes que se han vuelto insensibles a su retórica. Sin embargo, este entumecimiento no indica que somos inmunes a los efectos dañinos de los hábitos destructivos de Trump, del mismo modo que los efectos de la anestesia no eliminan el verdadero impacto que una cirugía puede tener en el cuerpo.
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Con sus continuos ataques contra el sistema judicial, la prensa y la realidad misma, Trump hace que sea imposible para aquellos que están fuera de su base de apoyo —y, de acuerdo con los recientes índices de aprobación, la mayoría de los estadounidenses están fuera de ella— recuperar un sentido de equilibrio.
Este es el problema del que estamos hablando cuando, durante el café, decimos que el país ya no se siente como el lugar que creíamos que era excepcional. Es el problema que tratamos de abordar cuando decimos “esto no es normal” y cuando preguntamos “¿Qué nos ha pasado?”.
Lo que nos ha sucedido es Donald Trump. Y esto no es normal. Si bien puede ser natural desenchufarlo de vez en cuando, el dolor persistente nos recuerda que el daño continúa.