Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es columnista y analista político de CNN en Español. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autor.
(CNN Español) – Aquel año del 68, cuántas cosas sucedieron. El mundo se puso a protestar. En enero floreció la Primavera de Praga; en mayo, un conato de revolución liderada por estudiantes estalló en París y en octubre, la sangre se apoderó de la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México. Una orgía de balas que no se sabe cuántos muertos dejó. El premio Nobel de Literatura mexicano Octavio Paz, dijo que 325 era la cifra más acertada y así la plasmó en su libro Postdata. La cifra venía realmente del periódico The Guardian, pero la verdad es que él nunca los contó. Al día siguiente de la matanza, el Gobierno mexicano publicó que habrían sido unos 26, la embajada de Estados Unidos calculó entre 150 y 200, y así… un solo muerto en aquella plaza, queriendo escapar lleno de terror antes de caer abatido por los disparos ya habría sido una tragedia. Sin embargo, las decenas y decenas de tragedias que corrían aterradas aquel día, tratando de escapar y que nunca lo lograron, se han ido volviendo —con los años— una lacónica estadística, una cifra en discusión.
En La Habana, también aquel año de 1968, fue importante. No como un levantamiento y ni siquiera una protesta, porque apenas dos años y un día [i] antes de aquel dos de octubre en Tlatelolco había terminado la Guerra [ii] del Escambray [iii] en la parte central de la isla y la Ofensiva Revolucionaria de ese año no tuvo ni la magnitud ni el glamour de la Revolución Cultural china —que por cierto en el 68 también se agudizaba— como para que se conociera. Así, pocos sabrían en el resto del mundo de aquel discurso de un Fidel Castro victorioso el 13 de marzo de 1968 en la escalinata de la Universidad de la Habana, cuando eliminó los últimos vestigios de los pequeños comercios privados, cuyas consecuencias se sufren hasta hoy en la isla; al igual que pocos supimos en Cuba sobre todo el horror de lo que había pasado en Tlatelolco. Muy poco se publicó en la prensa estatal cubana, la única existente. Pero era algo perfectamente entendible en la psicología informativa revolucionaria. México era el único país de América Latina que no había roto con La Habana tras las presiones de EE.UU. y la santísima OEA —la de antes y la de ahora— y poco importaba que el gobierno del entonces presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, fuera corrupto y criminal, ni que se hubiera justificado ante Washington diciendo que la matanza había sido precisamente para combatir el comunismo ruso cubano,[iv] ni que las organizaciones de la izquierda mexicana se desgañitaran protestando. Pax Orbis Terrarum y de Rerum Novarum. Pero ese año 68 fue raigal en Cuba, no solo por la Ofensiva Revolucionaria, sino porque La Habana regresaba a la órbita soviética después de que Fidel Castro le diera la razón a Moscú en invadir Checoslovaquia.
1968 fue, en un general mundial, un año excepcionalmente convulso y el clímax de los movimientos contraculturales nacidos al inicio de la década de los sesenta; los años más gélidos de la Guerra Fría hicieron también al mundo estallar en protestas de corte claramente anticapitalistas, antirracistas y antibelicistas. En 1968 se produce la Ofensiva del Tet en Viet Nam, provocando grandes protestas en Estados Unidos; en Memphis le encajan un solo balazo mortal a Martin Luther King empezando abril, y empezando junio le encajan tres a Bobby Kennedy, aspirante presidencial. Estos asesinatos —obviamente— no forman parte de las protestas populares, pero indudablemente ilustran las tensiones entre la acción y la reacción. Como el tiroteo en Tlatelolco, los tanques rusos de Praga y el vuelo en busca de ayuda militar de Charles de Gaulle en Baden-Baden, Alemania; el glorioso general a quien posteriormente las multitudinarias protestas en París le pasarían la factura, detonando su renuncia en 1969.