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Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es columnista de El Nuevo Herald y colaborador de CNN en Español. Las opiniones expresadas en este artículo corresponden exclusivamente a su autor.

(CNN) – Un fantasma recorre Estados Unidos: el fantasma del nacionalismo. Tiene asustado al penúltimo ciclo noticioso, porque el presidente Donald Trump se acaba de declarar nacionalista. Fue en Houston, Texas, el 22 de octubre durante una concentración electoral. No es la primera vez que Trump lo dice, ya lo hizo en febrero del 2017. Pero ahora, cuando faltan menos de dos semanas para las elecciones intermedias, el asunto cobra sangre. Nos amenazan el nazismo y las bayonetas japonesas.

Aunque en todo esto hay ironía. Sobra aclarar lo que quiere decir “nacionalismo”, que tiene su parte buena y también su parte mala, porque para los sazonados ideólogos lo que dicen los diccionarios y enciclopedias carece de muchas veces de importancia. Vivimos en la era de la posverdad [i], donde la emoción triunfa sobre la razón. La diferencia entre hecho y opinión se disuelve en la agitada narrativa cotidiana, mientras Aristóteles gime compungido en Hades por la suerte de su madre Atenea y de su tataranieta, la lógica formal. Todo es más sencillo y reconfortante ahora: si algo me gusta y me conviene, eso es verdad. Es igual para demócratas que para republicanos.

Si Trump se inventa que en una caravana hondureña viene gente del Medio Oriente, claro que vienen. Un seductor y patriótico temor embarga al trumpista entonces, él defendiendo Wisconsin de un beduino. Y si empezamos a elaborar –como ahora hacemos– el asunto del peligro nacionalista, tenemos que aceptar a priori que en la barbarie del “nacionalsocialismo [ii]”, que es lo mismo que decir nazi, la palabra “nacionalista” es mucho más perversa que la palabra “socialista”. Una ecuación terrible que gracias a Trump nos llevará de un tirón cualquier mañana hacia un Cuarto Reich que se extienda desde Alaska a Pensacola [iii].

Nada importa en este balance mediático aquella Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, no bajo Hitler, sino bajo Stalin, que sembró el horror desde Siberia a Polonia pasando por Ucrania. Los autoproclamados socialistas democráticos, que aumentan en el panorama electoral nacional, siempre serán santos.

Estamos en un universo transitorio, tal vez definitivo, en que las palabras no sirven ya para expresar significados, sino que se convierten en objetos, arrojadizos o prohibidos, explotados desde la izquierda o la derecha, no para describir o entender la realidad, sino para cambiarla al gusto político del pronunciador.

Pero lo cierto es que, en este vibrante asunto del nacionalismo trumpiano, ese horrible fantasma del “nacionalismo”, en su peor acepción de racismo, dominio y opresión, no nos llegaría con Donald J. Trump, porque siempre ha vivido en esta gran nación.

No os asombréis mis queridos hipócritas. No os rasguéis las vestiduras, moralistas de ocasión, porque el monstruo Trump es un “nacionalista”. Desde que proclamó a “America First” era evidente, aunque no lo sabía. A lo mejor Stephen Bannon fue el que se lo aclaró. Pero lo seguro es que no sería el primer político estadounidense en serlo, ni tampoco el último. El nacionalismo puede ser tan bello cuando libera a un pueblo de la opresión extranjera, como egoísta cuando en virtud de su auto concedida superioridad cultural e intereses nacionales, lo subyuga. Y la historia de esta gran nación, ¿estará exenta en su pasado de ese nacionalismo egoísta que acaban de descubrir en el presidente Donald Trump? No.

Nacionalista hermoso fue Tomas Paine cuando proclamó la necesidad de fundar la nación americana en Trece Colonias. Nacionalismo racista, expansionista y opresor fue cuando la doctrina del destino manifiesto navegó viento en popa despojando a México y blanqueando al oeste americano de aquellos indios tan retadores con sus plumas. Opresor cuando a la reina Liliʻuokalani -ella tan linda y engalanada a la manera victoriana- la marina estadounidense le movió del viejo trono del Reino de Hawai. O cuando se hizo natural para América Latina la doctrina de Monroe: “América (toda ella) para los americanos (solo los de aquí arriba)”, era la consigna que, por cierto, Donald Trump ha previsto revivir.

No, queridos moralistas de ocasión, la historia de Estados Unidos de América no está exenta de ese nacionalismo repugnante que ahora denunciáis. Lo peor es que todos, desde el más liberal hasta el más conservador, nos beneficiamos de ese nacionalismo expansivo en la historia de EE.UU. Lo mismo si vamos a una playa en Hawai que a San Francisco, California; o cuando nos vanagloriamos de ser la primera potencia mundial que gana todas las guerras. Y finalmente, cuando repetimos orgullosos aquello de la “excepcionalidad estadounidense”. Porque qué más cercano a la superioridad moral nacionalista que considerarse una nación moralmente excepcional. ¿De dónde ha sido posible el “American way of life”?

Todos los países son en mayor o menor grado nacionalistas. No es más que otra secuela de ser una nación. El pecado no es serlo, sino hasta dónde llegar con éste cuando el sentido de superioridad moral y las conquistas desbordan las fronteras. No le pregunten solo a Hitler o Stalin. Pregúntenle también a Marco Aurelio, a Akbar el Grande, a Chandragupta.

Aunque parecería, admitámoslo, que el presidente Trump no sería como ninguno de ellos. Solo quiere poner a America First, el resto del mundo parece importarle poco. Y Trump, aunque lo haya dicho, sabiendo todo o no todo lo que significa o lo que sus acérrimos enemigos quieren que signifique, no es un nacionalista, ni un internacionalista. Trump es solo un trumpista; es su mayor arma y su mayor problema.

Adelante la próxima tonada que nos tocara el flautista de Hammelín.

[i] Posverdad o mentira emotiva es un neologismo3 que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales,4 en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones y a las creencias personales.
[ii] Nationalsozialistische Deutsche Arbeiter Partei, Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, Partido Nazi de Adolfo Hitler.
[iii]¿Y por qué solo hasta Pensacola? Por debajo de esa altura estaremos para esa fecha reconcentrados todos los hispanos y afroamericanos, en un gigantesco campo de concentración floridano. No se podrá comer frijoles negros, ni tampoco bailar rap.