Nota del editor: Dan Restrepo es abogado, estratega demócrata y colaborador político de CNN. Fue asesor presidencial y director para el Hemisferio Occidental del Consejo Nacional de Seguridad durante la presidencia de Barack Obama. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Oportunidades, retos y riesgos se ven por todas partes aquí, en Ciudad de México, después de la larga y complicada transición que culminó con la toma de posesión del nuevo presidente Andrés Manuel López Obrador.
Las oportunidades son obvias.
El 1 de julio la mayoría del pueblo mexicano —53% de los votantes en las elecciones generales— apostó al perpetuo candidato presidencial como un agente de cambio.
Cambio para un país harto, principalmente, de la doble plaga de la inseguridad y la corrupción. Y con razón. En los últimos años ambas se han disparado en el contexto de un país acostumbrado a la violencia y a la corrupción.
LEE: México y la caravana de migrantes: ¿un problema mayor para López Obrador?
Pero quizás paradójicamente el principal reto que enfrenta López Obrador es que no ha identificado estrategias o acciones claras, nuevas y contundentes para enfrentar la inseguridad y la corrupción.
Su plan de seguridad parece ser más de lo mismo, un cambio de botella para el vino amargo de las últimas décadas. Y en el tema de corrupción ofrece poco más que la promesa que él ni es, ni será corrupto.
A fin de cuentas, el éxito en ambos temas dependerá de fortalecer masivamente tanto las instituciones como la institucionalidad del estado de derecho en México al nivel federal, estatal y municipal, con las últimos dos lejos del alcance del gobierno federal.
La superación dependerá, en parte, de la capacidad de lidiar eficazmente con la debilidad del sistema federal mexicano, que ha vencido a los presidentes democráticos en México en los últimos 18 años. Durante siete décadas esa debilidad fue tapada por el hecho de que gobernó un partido unitario y presidencialista en todo el país (el Partido Revolucionario Institucional, PRI por sus siglas, gobernó 71 años, entre 1929 y 2000). Eso ya no es el caso. Ni puede volver a serlo.
Pero no todos los retos que enfrenta López Obrador son internos, incluso para un presidente que prefiere enfocarse en casa. Llega al Palacio Nacional con un vecindario sumamente complicado.
En el sur, la inestabilidad crece diariamente y con ello seguirán aumentando los flujos migratorios, tanto de quienes buscan pasar por México como los que quieren quedarse en el país. México tendrá que rápidamente ampliar y fortalecer sus mecanismos de acogida de emigrantes y, en particular, de refugiados y los que buscan asilo. Y también tendrá que cumplir con una enorme responsabilidad de apoyar el desarrollo y la estabilidad de los países del Triángulo Norte de Centroamérica —El Salvador, Guatemala, y Honduras—, tarea en la cual los gobiernos anteriores han fracasado.
El reto de los vecinos sureños solo es superado por el reto del vecino norteño, cuyo gobierno está haciendo todo lo posible para alentar una crisis migratoria con efectos muy adversos para México. Desde su trato a los migrantes en la frontera con tropas y gases lacrimógenos, hasta el empeño de eliminar la protección para centenares de miles de centroamericanos que han disfrutado de Estatus de Protección Temporal, o TPS, por sus siglas en inglés, o el deseo de eliminar las protecciones para otros centenares de miles de dreamers. Las políticas nativistas del gobierno de Trump representan un reto sumamente complicado.
Y eso sin analizar las posibles implicaciones macroeconómicas negativas que surgen de la incierta aprobación, por parte del Congreso estadounidense, del nuevo acuerdo comercial norteamericano y una posible desaceleración económica en Estados Unidos.
En la confluencia de todas estas oportunidades y retos está un riesgo transcendental.
En los años que vienen, México se jugará —como se está jugando en un alarmante número de países— el futuro democrático. El fracaso del gobierno que recién comienza podría profundizar aún más el desencanto con la democracia y abrir las puertas a fuerzas más reaccionarias.
Pero la democracia también se podría minar si López Obrador cae en la trampa de tratar de recrear el pasado unitario en nombre de la supuesta eficacia sin respetar lo esencial de una democracia que todavía está en su adolescencia.
Un agente de cambio ha llegado a la presidencia mexicana en un contexto complejo con resultados que no están asegurados. Está por verse si también ha llegado un cambio que deje una democracia más robusta, que responsa a las necesidades de todos los mexicanos, para el bien del país y de la región.