CNNE 612629 - maduro supervisa ejercicios militares

Nota del Editor: Bernard-Henri Levy es un filósofo y periodista, cinematógrafo y activista francés. Su libro más reciente es “The Empire and the Five Kings”. Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor. La traducción al español se hace sobre una traducción del francés al inglés por Steven B. Kennedy.

(CNN) – “¡Juro!” exclamó Juan Guaidó, el líder de 35 años de la Asamblea Nacional de Venezuela, cuando se autoproclamó el presidente encargado del país el 23 de enero.

“¡Juro!”, le dijo a la multitud en un desafío decisivo al régimen de Nicolás Maduro, el presidente artificial que se ha mantenido el poder desde la muerte de Hugo Chávez en 2013.

Juro, repitió con valentía aparentemente irreal pero claramente eficaz, ya que fue seguida casi inmediatamente por el reconocimiento de prácticamente todos los países de la región, sumados a más de una docena de miembros de la Unión Europea, Canadá y Estados Unidos.

Por supuesto, esta hazaña de concitar la aprobación de tantas naciones no merecería ninguna admiración si fuera solo otro episodio en la antigua tradición de pronunciamientos para arrebatar el poder.

Y, ciertamente, hemos visto a suficientes líderes llegar al poder sobre los escombros de su país (y luego confundir una mota sobre una caja de jabones con la constitucionalidad) para acreditar ciegamente a un hombre elevado al poder con poco más mandato que la aprobación de las multitudes en Caracas.

Ahora debemos mantenernos alerta para que el culto a la personalidad no se desarrolle en torno al joven líder y transforme lo que ahora es una admirable revolución popular en una nueva ocasión de petrocesarismo.

No obstante, Guaidó acordó asumir el poder ejecutivo solo en el modo más puramente formal y legal.

No actuó de acuerdo con las máximas de su propia ambición, sino con una lectura leal de los artículos 233 y 350 de la constitución de Venezuela, según los cuales el presidente de la Asamblea Nacional toma las riendas si la cabeza de estado no puede cumplir sus funciones.

Y asumió la responsabilidad ejecutiva solamente de forma interina, es decir, durante el tiempo que tome organizar elecciones libres y reestablecer el derecho del pueblo de tomar decisiones de acuerdo con los valores, principios y garantías consagrados en la ley fundamental del país.

Pocas dictaduras han violado esos valores, principios y garantías más que la de Maduro.

Pocos presidentes han sido elegidos tan dudosamente como esta mezcla de Augusto Pinochet con Fidel Castro, que Maduro, quien antes de las elecciones de 2018, tomó la precaución de prohibir a la coalición de la oposición y se aseguró de que la mayoría de sus figuras principales, como Antonio Ledezma y Leopoldo López, estuvieran en la cárcel, exiliados o incapacitados de algún otro modo.

Pocos han confiado tan fuertemente como Maduro en operaciones policiales oscuras, finamente apodada Operación de Liberación Humanista del Pueblo en 2017. Entre esas acciones policiales, Amnesty International ha encontrado incontables casos de arrestos arbitrarios, desapariciones y sangrientas violaciones de los derechos humanos.

Asimismo, ¿de qué valen esos derechos si, según el estudio Encovi de Venezuela llevado a cabo por un consorcio de universidades, el 87% de las familias del país viven debajo de la línea de la pobreza, si el ciudadano venezolano promedio ha perdido unos 11 kilos, si los indicadores de morbilidad y mortalidad han llegado a niveles usualmente observados solo en países en guerra?

No traeré a colación aquí el eterno debate entre legalidad y legitimidad.

Pero cabe preguntarse con qué derecho un régimen permanece en el poder cuando ha sido tan deshonesto, avaro e inepto, logrando solo fomentar la inflación de diez cifras y el hambre en las zonas rurales y en los suburbios de clase trabajadora.

Uno no puede sino preguntarse qué queda de un “bolivarismo” que, con su petróleo, ha logrado solo construido al estilo soviético sin electricidad y creado un pueblo que no solo carece de libertad sino de agua, carne, huevos y leche.

¿Y no llega el punto en que la larga ruta hacia el abismo de la mendicidad y el desmanejo en que uno debe tomar coraje y decir que un gobierno que ha forzado a entre 2 a 5 millones de personas de su pueblo al exilio ya no es legítimo ni legal?

Lo que nos presenta una opción.

Podemos sopesar reanimar a los fantasmas de Monroe, de la United Fruit Company, de los Chicago Boys y de la operación Cóndor.

Podemos, como cierto ícono de la izquierda francesa, experimentar vergüenza por ver reaparecer a Trump en el patio trasero de Estados Unidos, donde sus predecesores tan a menudo demostraron una falta de juicio y moralidad.

Podemos, como Jean-Luc Mélechon y la nueva Internacional corbynista, afirmar ver en el ¡juro! de Guaidó el resultado de un complot reaccionario, sin considerar unas pocas realidades cruciales: primero, que los planificadores en este caso son millones de venezolanos arruinados, hambreados y atormentados; y segundo, que cuando se trata de intervencionismo, la intervención más brutal, criminal e imperialista no proviene de Estados Unidos sino de China, que financia al régimen, de Rusia, que lo protege y de Cuba, que patrulla en Caracas. Pero la simple verdad es que Venezuela no puede esperar más la acción de la comunidad internacional.

Y por eso la única opción posible, hoy, para un verdadero liberal, es hacerse eco del llamamiento del presidente Emmanuel Macron y de sus homólogos europeos a elecciones libres y abiertas, precedidas, por supuesto, por la partida inmediata y no negociable de Maduro.

¿Recuerda esas imágenes de Maduro con Erdogan, disfrutando de un bife en el restaurante de carne más caro del mundo?

Sin darse cuenta, estaba imitando al patriarca otoñal inmortalizado por otro escritor, Gabriel García Márquez, que celebraba un banquete en su palacio, salvaje e impulsivo hasta el punto de la locura.

Bueno, una vez más, el emperador no tiene ropas.

Sumido en su infierno, ya no tiene razón ni partidarios.

Lo que queda de él son su pequeña espada y su patético miedo de perder el poder de torturar a su pueblo.

Y por eso debe irse de inmediato.