Nota del editor: Michael D’Antonio es autor del libro “Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success,” y coautor junto a Peter Eisner de “The Shadow President: The Truth About Mike Pence”. Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor.
(CNN) – ¿Cuántos serán corrompidos, se declararán culpables, soportarán condenas o serán enviados a prisión antes de que el sistema legal y el político pongan fin a la tragedia nacional en cámara lenta que es el gobierno de Trump?
Esta es la pregunta lógica que debemos hacernos a la luz de la revelación de The New York Times de que el presidente lleva dos años intentando subvertir la investigación sobre sus conexiones con Rusia.
El presidente ha criticado más de mil veces de manera pública la investigación según otro artículo de The New York Times. Entretanto, habría presionado a distintos funcionarios para influir sobre la indagación. Esta estrategia, que The New York Times dice involucra intentos de “intimidación” y “humillación”, ha puesto en peligro a los funcionarios ya sea que hayan cedido o no ante la presión. De acuerdo con The New York Times, recientemente los demócratas de la Cámara de Representantes comenzaron a averiguar si el exsecretario de justicia interino Matthew Whitaker cometió perjurio al negar que había estado sometido a las presiones de Trump. Una vocera del Departamento de Justicia señaló que Whitaker mantiene su testimonio: “Bajo juramento ante la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes, el entonces Secretario de Justicia Interino declaró que “en ningún momento la Casa Blanca ha pedido ni yo me he comprometido en nada ni le he prometido nada en relación con la investigación del fiscal especial ni de ninguna otra pesquisa”.
En una repetición del esfuerzo recurrente por conseguir que el predecesor de Whitaker, Jeff Sessions, se “des-inhabilitara” a sí mismo para intervenir en la investigación rusa, Trump supuestamente le preguntó a Whitaker si era posible que el fiscal estadounidense del Distrito Sur de Nueva York, Geoffrey Berman -que también se había inhibido de actuar por un conflicto de intereses-, se hiciera cargo del trabajo que estaba haciendo su oficina sobre el tema, reporta el New York Times. Si Berman se hubiera hecho cargo, podría haber alterado la acusación del exabogado de Trump, Michael Cohen.
Cohen se declaró culpable del delito del pago de soborno a la estrella de cine para adultos Stormy Daniels para prevenir que saliera a la luz la supuesta relación con Trump durante la campaña para las elecciones presidenciales del 2016. Trump niega el affair. No declarado como contribución de campaña, este pago fue reembolsado por el presidente. El papel de Cohen refleja su profunda lealtad hacia Trump y su papel de hombre a quien Trump le confió sus secretos durante largo tiempo.
Si bien, según el diario The New York Times, “no queda claro” qué hizo Whitaker después de que Trump le planteara su pedido, el reporte parece contradecir el testimonio bajo juramento de Whitaker ante el Congreso y podría ponerlo en peligro a los efectos legales. De este modo, Whitaker se suma a un gran número de personas, comenzando por Cohen, que se han quemado por sus asociaciones con el candidato devenido presidente cuyo sello es romper las normas. Michael Flynn, exasesor de seguridad nacional; Paul Manafort, exjefe de campaña; Rick Gates, exasistente del jefe de campaña; y George Papadopoulos, exasesor, todos condenados por delitos gracias a sus conexiones con Trump, si bien muchos de esos crímenes no estuvieron relacionados con sus trabajos en la campaña de Trump. El amigo de más larga data del presidente, Roger Stone, ha sido acusado y aguarda el juicio.
Todo esto se podría haber predicho sobre la base de los antecedentes de Trump incluso antes de que declarara que se presentaría a la presidencia en el verano del 2015. Como empresario, las múltiples bancarrotas de sus empresas, el abuso de los clientes en el fraude por US$25 millones de Trump University, y el deshonroso tratamiento de los proveedores y acreedores nos permitían vislumbrar su reputación.
Luego llegaron las elecciones de 2016, en las que Trump anunció su candidatura con falsas declaraciones sobre los inmigrantes y la criminalidad, y de allí pasó a crear una fisura entre los seguidores de Trump y quienes se rehusaron a respaldarlo durante las primarias. Sus insultos e insinuaciones, entre ellas la sugerencia de que el padre de Ted Cruz estaba involucrado en el asesinato de John F. Kennedy, podrían haber sido risibles de no haber resultado tan destructivas. Después de conseguir la nominación, Trump no vio necesidad alguna de moldear los hechos, ni de exhibir siquiera la más básica decencia, mientras llamaba a encarcelar a su oponente.
El quiebre de las reglas de Trump ha preparado el terreno para conductas similares en quienes lo rodean. Los despidos, renuncias y escándalos han llegado a paso redoblado, mientras quienes responden a Trump han luchado para enfrentarse contra él manteniendo los estándares que él ha quebrado. Este desafío, de confrontar a quien rompe las reglas sin sacrificar la propia moralidad, fuerza a la gente a elegir. La prensa, por ejemplo, ha debido acostumbrarse a resaltar las distorsiones de Trump, etiquetando sus mentiras como tales. Los servidores públicos de carrera, incluido el exdirector interino del FBI Andrew McCabe, han debido tomar decisiones similares, a veces cruzando la línea de lo que presumiblemente hubieran preferido no cruzar ante la emergencia que representa Trump.
En su nuevo libro sobre la era de Trump, McCabe ha contado historias que normalmente se hubieran mantenido en secreto en el Departamento de Justicia. Esto incluye sus reportes sobre su preocupación de que Trump podría estar sirviendo a los intereses rusos, y no a los estadounidenses. McCabe ha sido criticado por haber decidido revelar este tema y otros. Es posible que esté desconcertado por todo esto pero que sienta el deber de hablar. Los críticos podrán decir que McCabe está arreglando cuentas y vendiendo libros. A mi parecer está haciendo sonar la alarma.
Las alarmas vienen sonando desde el momento en que Trump anunció que quería ser presidente, y son cada vez más fuertes. Como presidente siempre ha usado sus tácticas de matón, la intimidación, la humillación, y las amenazas que empleó en su larga vida antes de la Casa Blanca. Resistente al cambio, seguro de su superioridad, no reconoce un llamado superior al sonido de su propio ego. Solo sabe de los métodos revelados por el New York Times, McCabe y otros, y no se detendrá hasta que alguien lo fuerce a hacerlo.