Juan Guaidó

Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es Licenciado en Periodismo desde 1973 y ha mantenido una carrera continuada en su profesión hasta la fecha. Ostenta posgrados en Ciencias de la Información Social y Medios de Comunicación Sociales, así como estudios superiores pos universitarios en Relaciones Internacionales, Economía Política e Historia Latinoamericana. Es de nacionalidad cubana y ha recorrido casi todos los niveles y labores de su profesión, desde reportero hasta corresponsal extranjero en prensa plana y radial, así como productor ejecutivo en medios televisivos. Como columnista, Dávila Miguel ha sido premiado por la Asociación de Periodistas Hispanoamericanos y la Sociedad Interamericana de Prensa. Actualmente Dávila Miguel es columnista del Nuevo Herald, en la cadena McClatchy y analista político y columnista en CNN en Español. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.

(CNN Español) – El fracasado levantamiento del 30 de abril en Caracas ha puesto en cuestión todos los recursos del plan internacional para sacar del poder a Nicolás Maduro. ¿Cuándo vamos a reconocer que aquella conspiración en casa de Maikel Moreno no fue más que una operación de inteligencia? Clásica, de libro de texto: les sirvieron “una buena mesa”. Y la oposición, desde Leopoldo López hasta John Bolton, pasando por Guaidó, la degustaron con histórico placer. Todo cambió tras ese día.

Hubo un antes y un después de aquel 23 de enero, cuando la figura de Juan Guaidó, su mano alzada, juramentándose como presidente constitucional de Venezuela, electrizó a la oposición venezolana dando la vuelta al mundo. Nunca la prensa mundial fue menos escéptica. La palabra de orden, casi consigna, era que el principio del fin para el chavismo había llegado. También hubo un antes y un después del 23 de febrero, en el puente de Cúcuta, cuando Guaidó había proclamado que “ese día” el “usurpador’’ iba a caer. Al fin había llegado “el fin”, pero nada sucedió. Algunas horas más tarde, y por primera vez, la duda contaminaba la esperanza. Aunque discretamente, tanto la prensa occidental como quienes detestan a Maduro, comprendieron y perdonaron que Guaidó –en su publicitada misión liberadora– se hubiera impacientado en sus promesas, confundido en sus expectativas y confiado más en los discursos que en los hechos.

Pero ahora, dos semanas después del 30 de abril, la mítica figura de Guaidó entra en un peligroso paréntesis. La protesta opositora prevista para el pasado 11 de mayo, convocada por el presidente interino, apenas tuvo asistentes; las cámaras y micrófonos de la prensa internacional no pudieron mostrar nada parecido a dos meses atrás, cuando las masas llenaban calles de Caracas; incluso en aquel 30 de abril nunca hubo suficientes manifestantes para marchar sobre el palacio de Miraflores, a pesar de que los convocados por Diosdado Cabello para defenderlo también eran muy pocos. No existen datos objetivos de cuáles son las cifras actuales de popularidad, credibilidad y confianza para Juan Guaidó en Venezuela; parecen haber bajado, aunque el balance periodístico comenta que ese no sería su principal problema. Todos siguen diciendo que las de Maduro son peores.

El resbaladizo paréntesis en que se encuentra Juan Guaidó no es otro que la real factibilidad de su “Operación Libertad”, cuyo solicitado garrote era la rebelión militar y cuya principal zanahoria era el apoyo político (¿y militar?) de Estados Unidos. Factor que, junto a la OEA de Luis Almagro, formaba ya parte del plan de derrocamiento de Maduro aún antes de que a Guaidó se le ocurriera levantar la mano aquel miércoles 23 de enero, en la avenida Francisco de Miranda en Caracas.

Pero ahora los hechos son más palpables, y la gran prensa occidental, siempre entusiasmada con las primaveras, ya sean árabes o latinoamericanas, comienza a hacerse preguntas. Hasta el 30 de abril, la intervención militar norteamericana en Venezuela estaba “sobre la mesa” del presidente Donald Trump, y “en la mira” de la estrategia de la oposición venezolana junto a la siempre inminente rebelión del ejército bolivariano. Hoy ya no es así. La crítica pública de Trump a John Bolton, uno de los grandes artífices del 23 de enero en Caracas y promotor del renacimiento de la doctrina Monroe en América Latina, ha enfriado –casi letalmente—dicha opción militar.

La confusa intención norteamericana de incluir a Cuba en las negociaciones, haciéndola pasar de objetivo ulterior en la primavera Boltoniana a ser parte de la solución, evidencia que la solución de la crisis venezolana a la manera de la Doctrina Monroe ha sido desechada. El senador Marco Rubio, importante factor en la crisis venezolana, le declara al Nuevo Herald que Maduro no podrá resistir, pero “a largo plazo”, en vez de mañana mismo. Entonces, ¿dónde queda Guaidó? ¿Cuánto combustible político y económico puede seguirle suministrando Washington, y para llegar a dónde? Es el presidente interino, sí, reconocido por más de 50 países, pero con ningún poder real.

El camino para solucionar la punzante crisis venezolana parece pasar ahora – Washington dixit– por la negociación. Al principio de este año el rechazo a Maduro, según reportan las encuestas, ya era mayoritario, pero no existía en la oposición venezolana una reconocible figura que pudiera constituir su alternativa. Después del 23 de enero eso cambió con Juan Guaidó; y todavía hoy esa figura es Juan Guaidó, pero la pregunta es qué tiempo le queda. Qué cosa diferente podrá hacer, enriqueciendo o distanciándose de una “Operación Libertad” cuyos fundamentos tácticos han sufrido tal descrédito; y va a formar parte de la posible “negociación”, sobre todo si Maduro, como ha pedido Cuba, se sienta a esa misma mesa. Washington tiene la palabra y también algunos partidos de la oposición venezolana a los que, por cierto, no les gusta demasiado el crecido protagonismo de Guaidó. Como siempre le pasa a los pescadores, cuando la marea está en baja.