Vista de un área quemada en la selva del Amazonas cerca de Porto Velho, estado de Rondonia, Brasil, el 25 de agosto de 2019.

Nota del editor: Leila Salazar-López es la directora ejecutiva de Amazon Watch. Lindsey Allen es la directora ejecutiva de Rainforest Action Network. Las opiniones expresadas aquí son propias de las autoras.

(CNN) – La llamamos “los pulmones de la Tierra”: la selva amazónica y sus frondosos árboles procuran aproximadamente el 20% del oxígeno del planeta. Sin embargo, ahora mismo, los cielos de Sao Paulo, Brasil, están negros y el humo se ve desde el espacio.

Las llamas están asolando la cuenca del Amazonas. A pesar de que el cambio climático haya catalizado varios incendios devastadores en los últimos años, los expertos dicen que estos incendios fueron causados intencionalmente por los agricultores que, en respuesta a la exhortación del presidente brasileño Jair Bolsonaro para desarrollar la región, querían despejar la tierra a fin de poder aprovecharla para la agricultura. Como dijo Bolsonaro, “el Amazonas está disponible para hacer negocios”.

Pero el Amazonas está en llamas y, mientras se quema, contribuye drásticamente a la crisis climática: tanto por el carbono que se libera por los incendios forestales como por la pérdida de la capacidad de los árboles de absorber carbono en el futuro. Un Amazonas sano no sólo es vital para la supervivencia de los 400 grupos indígenas locales que consideran la selva su hogar, sino también para todo el planeta.

Las compañías e instituciones financieras que apoyan los negocios que Bolsonaro quiere atraer, impulsan la deforestación y la destrucción, que generará ganancias exhorbitantes a corto plazo a expensas del Amazonas.

Es una emergencia global desgarradora que requiere decisiones inmediatas.

Ahora que el mundo está finalmente prestándole atención a la cuenca del Amazonas, es importante que también entendamos que los gobiernos y las empresas en todo el mundo están alentando las políticas tóxicas del régimen de Bolsonaro al firmar acuerdos comerciales con su gobierno o invertir en compañías del sector agroindustrial que operan en el Amazonas.

Empresas como BlackRock, la compañía de inversión más grande del mundo, que ha anunciado planes para expandir sus operaciones en Brasil tras la elección de Bolsonaro, un financista clave de los gigantes de la agroindustria implicados en la deforestación del Amazonas brasileño, según la organización sin fines de lucro Amazon Watch.

Cuanto más dinero se invierta en estos negocios, más extensa será la tala de los bosques para fines agrícolas. Jugadas como ésta son una fuerte señal de apoyo para Bolsonaro, quien ha abogado por abrir nuevas áreas en la selva amazónica para la agricultura y la industria y cuya retórica puede alimentar el odio contra los pueblos indígenas y otros. Muchas operaciones de la industria petrolera, minera y agrícola, en las que BlackRock supuestamente invierte, contribuyen a la violación de los derechos indígenas y promueven la expansión del desarrollo hacia el interior del Amazonas, según Amazon Watch.

En respuesta a las acusaciones de Amazon Watch, que sostiene que están contribuyendo a la destrucción de la selva, BlackRock le dijo al Financial Times que “invertimos en nombre de nuestros clientes, ante quienes tenemos el deber fiduciario de implementar sus decisiones de inversión. Nosotros no somos dueños de los activos en los que invierten nuestros clientes. Ellos deciden invertir en una amplia gama de activos y nosotros nos esforzamos por ofrecerles una gran variedad de opciones de inversión, incluyendo inversiones sustentables”.

Durante años, los pueblos indígenas del Amazonas han estado intentando llamar la atención sobre las consecuencias de la falta de protección de la selva. También han estado oponiéndose a su destrucción, a veces a costa de su propia vida.

Gracias al último informe del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), la ciencia occidental ha confirmado lo que los indígenas saben hace mucho tiempo: comunidades locales fuertes y organizadas constituyen una fuerza defensora clave contra la destrucción industrial. Es imperativo que los apoyemos en su lucha por la protección de la biodiversidad en sus tierras y la desaceleración inmediata de los efectos del cambio climático.

Desde que Bolsonaro llegó al poder, la deforestación avanzó con rapidez en el Amazonas brasileño. Su postura antiambiental, que erróneamente señala la protección de los bosques y los derechos humanos como impedimentos para el crecimiento económico de Brasil, está echando leña al fuego. El desmonte ilegal de tierras con incendios, es una práctica horrible, impulsada por el sector empresarial, que ocurre en todo el mundo. En Indonesia, por ejemplo, aproximadamente 2,6 millones de hectáreas de bosque se quemaron en 2015, y se estima que la consecuente crisis de neblina causó unas 100.000 muertes prematuras. Los gases de efecto invernadero diarios en todo el mundo durante la crisis excedieron las emisiones de toda la economía estadounidense.

No es exagerado decir que el destino de un porvenir habitable está en juego y debemos responsabilizar a aquellos que apuestan en contra. BlackRock debe trasladar sus inversiones en industrias que destruyen la tan vital selva amazónica y los hogares de la comunidades indígenas que viven allí a otros activos. Los accionistas y el público deben forzarlos a tomar decisiones. Las otras empresas que están haciendo negocios o invirtiendo en la destrucción del Amazon también deben depurar activamente su cadena de suministro o desinvertir.

La solidaridad mundial con los movimientos indígenas y ambientalistas de Brasil puede marcar una diferencia en este momento crítico. El régimen de Bolsonaro es susceptible con respecto a su imagen en el extranjero y depende cada vez más de actores financieros y corporaciones internacionales para rescatar la maltrecha economía nacional. Por lo tanto, la comunidad internacional se encuentra ante una oportunidad única y urgente para presionar a las empresas más responsables por la crisis actual. Las hectáreas de bosque que ahora están en llamas lamentablemente ya se han perdido, pero estos esfuerzos pueden evitar que el resto del Amazonas se convierta en humo. Este infierno no es un acontecimiento natural: la mayoría de los incendios forestales son intencionales para promover los intereses comerciales de un grupo de participantes con malas intenciones.

El Amazonas se está quemando, el Ártico se está quemando, y la lista de tierras quemadas parecería crecer sin cesar: Alaska, Groenlandia, Siberia, toda Europa, y nuevamente Indonesia. Debemos actuar ahora.

Proteger las selvas tropicales y defender los derechos de los pueblos indígenas son algunas de las herramientas más importantes para mitigar los efectos de la creciente crisis climática, pero a fin de detenerla, debemos responsabilizar a las multinacionales, las instituciones financieras y los gobiernos que impulsan la destrucción. Nuestra casa está en llamas y los pueblos indígenas han hecho sonar la alarma. ¿Estamos listos para responder a su llamado?