Nota del editor: Jill Filipovic es una periodista radicada en Washington y autora del libro “The H-Spot: The Feminist Pursuit of Happiness.” Sígala en Twitter. Las opiniones expresadas en este artículo son propias de la autora. El artículo ha sido actualizado considerando las noticias más recientes.
(CNN) – La estadística es impactante, y no lo es: un estudio publicado el lunes en la revista médica JAMA Internal Medicine estima que para una de cada 16 mujeres estadounidenses “la primera vez” fue una relación sexual no deseada coaccionada o forzada físicamente”. Como señala uno de los coautores del estudio, “es correcto” llamarlo por su nombre: violación. Entre las mujeres que no experimentaron una primera relación sexual sino una primera violación, la edad promedio fue de quince años y medio. Sus agresores tenían en promedio seis años más; hombres adultos que abusan de niñas.
Las historias de violación, agresión, abuso y coerción de las mujeres, al menos, se cuentan cada vez más en voz alta. Y es difícil leer este nuevo estudio y no trazar paralelos con otros acontecimientos recientes: en particular, con el resurgimiento de las acusaciones de mala conducta y agresión sexual contra el juez de la Corte Suprema Brett Kavanaugh (que las rechaza vehementemente) e de los interrogantes sobre qué debemos hacer al respecto.
Kavanaugh está nuevamente en las noticias gracias a “The Education of Brett Kavanaugh”, un libro de los reporteros del New York Times Robin Pogrebin y Kate Kelly, que explora y corrobora acusaciones que hasta ahora han tenido poca difusión, realizadas por su compañera de clases en Yale Deborah Ramirez que dijo que, cuando era estudiante, Kavanaugh le puso el pene frente a la cara en broma. Según se reportes de prensa, el FBI nunca investigó cabalmente las acusaciones, ni entrevistó a las personas que se acercaron para corroborarlas. Según fuentes consultadas por CNN, gracias a las restricciones impuestas por la Casa Blanca el FBI nunca entrevistó a Christine Blasey Ford, que brindó testimonio ante la Comisión Judicial del Senado, ni al mismo Kavanaugh. La “investigación” fue una farsa, y el gobierno de Trump se aseguró de que fuera así.
Cuando esta historia regresa a las noticias y amenaza con deslegitimar el lugar de Kavanaugh en la corte (y, ciertamente, con seguir tiñendo su legado), los conservadores se han lanzado a la ofensiva. En esta, el controversial manejo que hiciera el Times de otra acusación y los ampulosos tuits del presidente para que el Departamento de Justicia “rescate” a Kavanaugh (quien ha negado las acusaciones de Ramírez) les han dado argumentos. Los críticos llaman a Ramírez y a los reporteros del Times mentirosos desacreditados y hasta sugieren que el que a uno le pongan por delante un pene no es gran cosa. Y al menos en ese último punto tienen razón. En cierto modo, los actos sexualizados de abuso, la falta de respeto, el desdén y la dominación son constantes para la mayoría de las mujeres. Son nuestra normalidad. Y sospecho que casi todas las mujeres en el país han estado en algún momento del lado receptor de la dominación masculina ejercidas mediante la degradación sexual. Quizás fue el sobresalto por los silbidos cuando caminabas en tus nuevos shorts de verano. Quizás fue un muchacho que te puso el pene frente a la cara en una fiesta universitaria, porque sus amigos pensaron que era gracioso humillarte e intimidarte.
Es ese murmullo constante de normalidad el que prepara el terreno para el tipo de coerción, control y violencia generalizados que a su vez dan lugar al impactante hallazgo de que millones de mujeres estadounidenses fueron violadas la primera vez que tuvieron sexo y muchos millones fueron violadas de ahí en adelante. Estas violaciones, señala el estudio en JAMA, tienen graves consecuencias para las mujeres que las experimentan. Las mujeres que son violadas la primera vez que tienen sexo tienen mayor probabilidades de tener primeros embarazos no planificados y abortos; tienen mayor probabilidad de experimentar varios problemas ginecológicos como la enfermedad inflamatoria pélvica y la endometriosis; y tienen mayor probabilidad de arrastrar cicatrices psicológicas que se manifiestan físicamente y reportan más uso ilegal de drogas, problemas para completar tareas y salud mala o regular.
Es preocupante leer sobre estos actos perturbadores en la vida, sobre ser violada a modo de iniciación sexual; es desgarrador, si no del todo sorprendente, cuán común es esto. Pero los actos supuestamente más pequeños de coerción y degradación importan también. Es por estos actos que las niñas aprenden que sus cuerpos no son solo de ellas, que es prerrogativa masculina decidir qué chicas son sexualmente deseables y valiosas, y qué chicas serán humilladas sexualmente: un cálculo que puede cambar en un instante, y que también es realizado por los hombres.
Les enseñamos a las jóvenes y a las mujeres la misma lección en nuestra política, una dinámica capturada perfectamente por las audiencias de nominación y confirmación de Kavanaugh: he aquí un hombre acusado de perpetrar estas humillaciones sexuales que las mujeres tan bien conocen, que está tan bien protegido por otros hombres que la supuesta “investigación” nada hacen por registrar las voces de tantas mujeres ni de sus corroboradores, que asciende a una de las posiciones con mayor poder en el país. Que el derecho de una mujer a decidir si reproducir y cuándo hacerlo sea debatible en este país es simplemente la continuación del mismo arco de dominación y humillación misógina que significa que una de cada 16 jóvenes estadounidenses experimente la violación antes que el sexo consentido y con placer.
Todas estas líneas se fusionan en la historia de Kavanaugh. Y también lo hace una difícil conclusión: él tiene su lugar en la Corte Suprema con una designación vitalicia y virtualmente cero probabilidades de ser removido. Sí, las mujeres están hablando, y sí, eso es poderoso. Y, sin embargo, a veces, todo lo que nos queda son las historias.
Traducción de Mariana Campos