Vista aérea de la deforestación en el territorio indígena Menkragnoti en Altamira, estado Para, en el Amazonas de Brasil.

Nota del editor: El cardenal Álvaro Ramazzini es el obispo de la Diócesis de Huehuetenango, Guatemala.

(CNN Español) – Recientemente vimos cómo los bosques de la Amazonía brasileña quedaban reducidos a cenizas a causa de terribles fuegos forestales. Con ellos se han perdido miles de hectáreas de selvas, han muerto muchísimos animales y los pueblos indígenas que habitan esos territorios han perdido algunas de sus fuentes de sustento. 

Este episodio de los incendios forestales, que no es exclusivo de la región amazónica, nos exige tomar conciencia de otra situación más grave que connota características globales: la destrucción de los bienes de la naturaleza con que Dios ha querido proteger y conservar la vida de los seres humanos.

La destrucción de los bosques en cualquier lugar del planeta pone en evidencia una crisis global con consecuencias globales, independientemente de cuáles sean sus causas. Los argumentos van desde la necesidad de encontrar petróleo para mantener una cultura en la que los combustibles fósiles siguen siendo indispensables hasta la expansión de las industrias extractivas que buscan metales preciosos o el crecimiento de la agroindustria y la expansión ganadera. Esto solamente para mencionar algunos ejemplos.

Los científicos, con la seriedad que amerita la situación y con base en estudios objetivos y serios, advierten, con un lenguaje claro y fundamentado, sobre las graves consecuencias que traen para la humanidad actual y futura el deterioro ambiental y la destrucción de los bienes de la creación: bosques, flora, fauna, agua, aire.

Quiero hablar de la globalización de la solidaridad, porque a través de la unidad que los pueblos encontraremos una solución. Este es el mensaje del papa Francisco: un llamado a la unidad, a la esperanza, para enfrentar la crisis planetaria. 

Existen situaciones en este planeta en las que todos debemos involucrarnos porque los efectos negativos de algo que sucede en una parte del mundo tienen consecuencias en otras. Podemos hablar de una globalización ecológica porque el planeta es uno y en él todo está interrelacionado. Esta es una las ideas clave de la Encíclica Laudato Si del papa Francisco. 

El papa Francisco, con ese documento de su magisterio, nos ayuda a caer en la cuenta de la interrelación que existe en el cosmos, entre los seres vivientes, los animales, la flora, las especies vegetales. Todo en el universo creado y conocido por el hombre y la mujer está interrelacionado. 

Sin lugar a duda, el concepto desarrollado por el papa en el documento mencionado, me refiero al concepto de la ecología integral, constituirá de ahora en adelante una clave de interpretación de la realidad que favorecerá un cambio de mentalidad en el modo de entender y vivir la interrelación de todos los seres en el planeta tierra. 

Uno de los resultados esperados al momento de llevar a la práctica el concepto mencionado es el de lograr un cambio de mentalidad: superar el concepto de ser dueños del planeta para asumir que simplemente somos los cuidadores.

Podemos preguntarnos hasta dónde se ha logrado este cambio de mentalidad y qué se ha hecho para que sea más y mejor asumido. Es una tarea pendiente. De todos modos, es evidente que hoy por hoy existen más y más voces que abogan por cambiar el paradigma hasta ahora existente en el modo de entender y vivir nuestra relación con todo lo creado: de dominadores pasando por el concepto de administradores hasta llegar al concepto de cuidadores de la creación. 

Esto supone el desarrollo de una espiritualidad que, fundamentada en la Palabra de Dios y sostenida por los estudios científicos, impulse un movimiento global en el que los principios éticos de la solidaridad, del respeto y de la promoción de la vida; del uso racional, equitativo y sobrio de los bienes de la creación orienten no solamente la vida personal y comunitaria sino sobre todo las políticas públicas de los Estados. 

Al hablar de espiritualidad no puedo dejar de mencionar la riqueza de la espiritualidad y la cosmovisión de los pueblos originarios en todo el planeta.

Es verdad que esta espiritualidad en muchas comunidades de dichos pueblos enfrenta una presión tremenda de parte de un sistema de vida en el que el lucro y la ganancia, se constituyen en realidades que dominan la vida y las conciencias de muchos hombres y mujeres. De ahí la necesidad de seguir insistiendo en un estilo de vida sobrio y austero de modo especial en las generaciones de jóvenes, hombres y mujeres.

Pero no todo tiene que ver solamente con la espiritualidad. Ella es la base y fundamento de un estilo de vida, pero se impone al mismo tiempo hacer referencia al rol fundamental que tienen los pueblos originarios de conservar sus selvas, sus bosques, sus fuentes de agua, su biodiversidad para que las futuras generaciones gocen de esos mismos bienes.

No debemos olvidar en este contexto el concepto del Bien Común Global, entendido no solamente como áreas geográficas que abarcan todo el planeta sino en garantizar a las generaciones actuales y futuras un goce de todo cuanto facilite una vida acorde a la dignidad humana.

En la actualidad se desarrolla en Roma el Sínodo de la Amazonía convocado por el papa Francisco.  Es lamentable la desinformación que en muchos medios de comunicación social se ha dado sobre el contenido y la temática de dicho sínodo.

Sin embargo y en la espera de las conclusiones del sínodo, es necesario recordar que el llamado constante que el papa Francisco ha hecho en diversas ocasiones ha sido y es el de acompañar a los pueblos originarios, apoyar su lucha por la defensa de sus derechos, su cultura y su territorio. Al apoyar a los pueblos originarios les daremos el sostén que necesitan para seguir siendo los cuidadores de los bosques, de la tierra, del agua, de la flora y de la fauna.

Personalmente llevo 30 años trabajando con algunos de los pueblos indígenas en Guatemala. He estado junto a ellos, luchando por sus territorios y por sus derechos, frente a proyectos de explotación del oro y de la plata, es decir de la minería de metales preciosos. 

He sido testigo de sus luchas por defender sus derechos, particularmente en la exigencia del respeto a lo establecido en el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. He visto sus frustraciones al no lograr los cambios necesarios en la legislación guatemalteca en lo concerniente a las industrias extractivas y a la generación de electricidad.

Puedo dar fe de la enorme conflictividad social y de los daños ocasionados al tejido social de las comunidades por causa de los intereses económicos, sea de las empresas transnacionales o de algunos miembros de las comunidades. Puedo dar fe de su desaliento y frustración cuando no se sienten respaldados por sus mismas autoridades a pesar de que en la Constitución de Guatemala se establece que el Estado se ha organizado para promover el bien común. Asimismo, al menos en el caso de la mina Marlin, propiedad de una empresa canadiense, siendo obispo de la diócesis de san Marcos, pude constatar la estrategia de su llegada al territorio sin mencionar previamente cuáles eran las razones para llegar ahí. Cuando la población se dio cuenta, la empresa ya había comprado el terreno en el que harían la explotación minera.

Personalmente, la experiencia vivida en la diócesis de san Marcos me enseñó que el poder del dinero es tan grande que domina la política y hace caer a la gente empobrecida en la tentación de la insolidaridad con sus mismos vecinos.

Además, puedo asegurar que mientras la pobreza domine la vida de las comunidades indígenas, tradicionalmente excluidas y descartadas, no podrán ejercer, con la libertad necesaria, su rol de cuidadores de la creación tal como lo hicieron sus ancestros.

La experiencia guatemalteca en estos temas es la experiencia constante en América Latina: el despojo y la destrucción de grandes ecosistemas, básicos para la vida misma. Todo para que unos pocos puedan satisfacer su afán desmedido por la riqueza en desmedro de la vida digna de las grandes mayorías. 

Debemos seguir esforzándonos para que en nuestros países se promueva más una cultura en la que los valores de la comunidad, la solidaridad, la justicia y el respeto tanto de nosotros mismos como de la casa común orienten el estilo de vida.

Impulsados por estos ideales es que ha nacido la Red Eclesial Ecológica Mesoamericana (REMAM). Nosotros en Centroamérica y México también estamos trabajando, uniéndonos para poder hacer un llamado contundente que tenga incidencia sobre nuestras autoridades políticas y la sociedad para cambiar la mentalidad en el espíritu de la encíclica Laudato Si y lograr así llenar el cometido recibido de Dios: ser cuidadores de la creación, hasta que los cielos nuevos y la tierra nueva se realicen.