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Nota del editor: Peggy Drexler es psicóloga investigadora y autora de “Our Fathers, Ourselves: Daughters, Fathers, and the Changing American Family” y “Raising Boys Without Men”. Actualmente trabaja en otro libro sobre cómo las mujeres están condicionadas a competir entre ellas y qué hacer al respecto. Las opiniones expresadas en esta columna son propias de la autora.

(CNN) – Joanna Schroeder es madre de tres hijos en Los Ángeles y tiene como cometido advertir a los padres del racismo que circula en las redes sociales y la forma en la que los supremacistas blancos están utilizando este medio para “reclutar” a chicos jóvenes. Para algunos, su punto de vista puede parecer alarmista: Joanna apunta a la palabra “provocado” como una de las expresiones utilizadas normalmente por los nazis para burlarse de como estos días todo el mundo es “demasiado sensible”, aunque es una palabra utilizada también frecuentemente por los psicoterapeutas en el ámbito legítimo de consultas, y por supuesto, la mayoría de los chicos no resultan radicalizados.

Pero aún así, sus preocupaciones no están infundadas.

El racismo cibernético —a menudo calificado como de “odio cibernético”— es real y cada vez más común. Internet es un medio muy efectivo para grupos con cualquier tipo de agenda —subversiva o no— para apuntar e instruir a audiencias vulnerables y los jóvenes adolescentes forman un conjunto especialmente susceptible. Sabemos que el cerebro de un adolescente es muy diferente del cerebro de un adulto, esto es por lo que los adolescentes a menudo desarrollan una conducta peligrosa y desafiante. Mantienen relaciones sexuales sin protección, mandan mensajes de texto mientras conducen; ¿es entonces exagerado pensar que fácilmente pueden adoptar actitudes o un lenguaje racista sin considerar completamente sus consecuencias?

Dicho de una forma simple, no lo es. Un análisis realizado en 2018 tras 10 años de investigación sobre ciberracismo, cita varios ejemplos de individuos jóvenes, masculinos —la mayoría con edades comprendidas entre los 14 y los 30 años— que han sido radicalizados en movimientos supremacistas blancos. Los investigadores analizaron las formas en las cuales los grupos de ultraderecha buscan la forma de llegar a estos jóvenes, incluyendo la distribución de juegos interactivos y enlaces a vídeos musicales a sus páginas de internet y el uso del sentido del humor.

Además, puede resultar fácil para los padres de estos adolescentes mostrarse indiferentes cuando sus hijos utilizan un lenguaje cuestionable, o incluso ofensivo, entre ellos. Expresiones como los chicos son chicos, y otras parecidas.

Pero ahora más que nunca, las palabras son relevantes, especialmente entre aquellos que aún están aprendiendo la diferencia entre lo que es divertido y lo que es no, algo que se aplica prácticamente a cada adolescente. Hay una diferencia entre lanzar un insulto a un “amigo” y lanzar un apelativo racista, incluso en una broma. Los adultos saben esto. Pero los adolescentes están formando sus personalidades y opiniones, mientras intentan también ser aceptados por sus colegas; se ponen constantemente a prueba ellos mismos y entre sí. No puede contarse con ellos de manera fiable para que distingan entre lo que es divertido y lo que es ofensivo, incluso entre los que se consideran “buenos chicos” y que saben la diferencia entre los que está bien y está mal. Por ejemplo, pueden saber que “Hitler es malo” pero no pueden tener el conocimiento sobre el matiz que se necesita para entender que cualquier referencia a Hitler nunca es graciosa, ni siquiera cuando se trata de humor negro, ni siquiera cuando los demás se están riendo.

Los varones, en particular, están programados para impresionarse los unos a los otros, lo que puede suponer el uso, la utilización de un comportamiento y un lenguaje con el que no se pueden sentir a gusto, y del que incluso desconocen su significado. (Las chicas, por el contrario, están programadas para impresionarse las unas a las otras, pero también para impresionar a los chicos). Es un sector demográfico que siempre está pensando en la siguiente broma, y saben que cuando todo lo demás falla, un comentario impactante suele funcionar. Pueden ir hasta el límite o reír incluso cuando piensan que algo no es divertido. Ningún chico quiere ser el único que no entiende una broma.

Esto es precisamente lo que les convierte en objetivos vulnerables.

¿Qué se supone entones que hagan los padres al respecto? Si hay algo que ya conocemos es que los adolescentes pasan demasiado tiempo en sus teléfonos, unas nueve horas al día, de acuerdo con Common Sense Media, incluso los adolescentes coinciden que es demasiado tiempo. Pero incluso si los padres limitan el tiempo que sus hijos pueden pasar frente a sus dispositivos electrónicos, es casi imposible controlar cada uno de sus movimientos en las redes sociales. Hay demasiado que ver. Más de 95.000 millones de fotos y vídeos se comparten cada día en Instagram; el mayor demográfico de aplicaciones lo tienen jóvenes adultos de edades comprendidas entre los 18 y los 24 años.

Por eso es esencial que los padres revisen las cuentas sociales de los adolescentes y sus actividades junto con el varón o la chica, y que hablen con ellos no sólo sobre las personas a las que siguen, sino cómo asimilan esa información. ¿Qué piensan estos adolescentes sobre ello? ¿Qué les gusta leer y ver.. y se creen todo lo que se encuentran en las redes? Es imprescindible prestar atención a cómo hablan a sus amigos (o leer sus textos) y reclamarles cuando utilicen un lenguaje que no es correcto.

Hay que hablarles sobre los peligros de navegar por las redes de forma irracional y como el consumo pasivo de información se corresponde con altos niveles de depresión.

Lo cierto es que la mayoría de los jóvenes no buscan ser radicalizados en internet o buscan convertirse en racistas. Pero aunque no exista esa intención, eso no quiere decir que no están en peligro. La mayoría de los adolescentes, no son malos chicos. Pero son todavía adolescentes y cuanto más vean, escuchen y utilicen este tipo de lenguaje, más fácil será que se convierta en algo normal y más difícil será enmendarlo.