Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Que hayan asistido solo cuatro presidentes a la toma de posesión de Alberto Fernández, no es ni mucho menos lo más importante de los actos del traspaso de mando en Argentina. Tampoco lo que se ha prometido.
Quien de veras prefiera la letra pequeña de un gran evento de esta naturaleza, tendría que fijarse en tres momentos de la investidura en Argentina: Mauricio Macri pasándole el testigo del bastón y la banda presidencial a Alberto Fernández en el Congreso, por deseo del propio Fernández. Que ese sea un buen augurio.
El saludo cálido que Macri y su sucesor han intercambiado ante la gélida actitud de Cristina Fernández. La flamante vicepresidenta estrechó la mano de Macri, pero evitó mirarlo. Política con aliento excluyente, infantiloide y polarizante.
Con sus gestos en la investidura, los dos Fernández han enviado una señal inequívoca de cómo podría ser el rumbo de su gobierno: un Alberto que propicie el acercamiento y una Cristina que garantice la crispación. ¿Será ese el ambiente que la señora prefiere?
El cambio del gobierno argentino será para unos, el regreso del populismo en estado puro y para otros, la reinstauración del poder del pueblo.
Habrá también quien espere que el cambio de gobierno sea un ejemplo de alternancia en el poder entre derecha e izquierda, como el que ocurre en muchas otras naciones sin mayor sobresalto.
Y los habrá, más lúcidos, que no esperan milagros ni piden una ‘’refundación nacional’’; con que no los sometan a demasiada incertidumbre, estarían bien. Porque Argentina es un país de indecisiones.
Estuve en marzo en Buenos Aires y le preguntaba a la gente cómo se puede vivir a merced de una economía apabullada por la inflación, los acreedores internacionales, la pobreza, el desempleo y la falta de ilusión.
Nadie tenía una respuesta como Dios manda. Ni los economistas.
Pedí que alguien me explicara cómo el que fuera uno de los países más ricos del mundo, es hoy una nación cuyo pueblo le cuesta -cada vez más- creer que el futuro será mejor que el pasado.
Por respuesta, los interpelados –artistas populares, escritores, intelectuales que pasaron por este programa-, ofrecían algo que iba del lamento a la maldición. Un gesto de puro fastidio y una pregunta: ¿Me entendés?