Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.
(CNN Español) – En la guerra de Angola, yo estuve en el bando opuesto al de Arturo Pérez-Reverte.
El escritor era entonces un corresponsal de Televisión Española que contaba las miserias de las guerras.
Pérez-Reverte se desplazaba por toda Angola con las tropas de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Unita)
Y yo, con 17 años mal cumplidos y un libro de Jean-Jacques Rousseau que llevaba a todas partes como una biblia, formaba parte de las tropas cubanas que Fidel Castro, con el visto bueno de Leonid Ilich Brézhne en Moscú, había enviado para apuntalar a la otra facción en pugna, el Movimiento Popular de Liberación de Angola (Mpla).
Perez-Reverte, con esa media sonrisa con la que salpica lo que dice, me pregunta en Miami, una vez que hemos terminado una entrevista, qué hacía yo en Angola.
La Operación Carlota de Fidel Castro en Angola se inició en noviembre de 1975 y terminó en 1991.
En 1974, tras la Revolución de los Claveles, Portugal le concedió la independencia a sus colonias, entre ellas Angola.
Comenzó una guerra civil. Portugal apoyaba en principio a la izquierda y EE.UU., Zaire y Sudáfrica a los movimientos insurgentes que no querían una salida comunista para aquel país, rico y miserable a la vez.
En 1975 comienza la embestida del Ejército sudafricano por el sur. Y las fuerzas de Zaire por el norte. La idea es apoderase del país, incluso antes de que se proclame la descolonización.
El gobierno angoleño pide ayuda militar a la Unión Soviética y Cuba.
Aquello duró 16 años. Yo estuve dos y jamás he vuelto a padecer tanta hambre y tanto miedo.
Muchos de los soldados éramos adolescentes en el Servicio Militar Obligatorio. Íbamos de La Habana a Luanda escondidos en las bodegas buques mercantes.
Escondidos, porque las convenciones internacionales no permitían el traslado de personal y equipo militar en ese tipo de barcos.
Más de 2.000 cubanos murieron allí.
Regresé a La Habana en 1983 y el último soldado cubano debió de haber regresado a Cuba en 1991.
De hecho, ya trabajaba como periodista de la televisión cubana cuando me enviaron a cubrir la repatriación de los restos de los muertos.
Antes de ir al aire, una niña se me acercó y me dijo, señalando una de las urnas pequeñas envueltas en la bandera cubana, que ahí estaba su padre.
No suelo hablar ni escribir de aquello, pero el día que lo haga será con “la autoridad del fracaso”. Así decía Scott Fitzgerald y sabía de lo que hablaba.
Más de 30 años después, una chica angoleña que trabaja en una dulcería de mi vecindario me dice: “Cuando ustedes se fueron, empezamos a reconstruirlo todo”.
Está casada con un cubano. Me habla de su padre, que acaba de morir. Cáncer. Admite que sabe poco de lo que hoy sucede en Angola. Que va de vez en cuando y punto.
No sabe por ejemplo Isabel Dos Santos es la hija del expresidente de Angola, José Eduardo dos Santos.
No ha leído que el Consorcio Internacional de Periodismo de Investigación (ICIJ) —el mismo de “Los papeles de Panamá”— acaba de publicar una investigación que ya se conoce como los “Luanda Leaks”, en el que revela más de 700.000 documentos sobre empresas en paraísos fiscales, sociedades a nombre de terceros y puede que otras modalidades de negocios que la habrían hecho “la mujer más rica de África”.
Tampoco habrá leído que la Fiscalía de Angola ha decidido acusarla esta semana de malversación de fondos durante su gestión de 18 meses al frente de la petrolera estatal Sonangol.
En Twitter, cosa que millones leen exclusivamente por estos días, Isabel Dos Santos niega todo lo anterior y advierte que se prepara para defenderse:
“Las acusaciones que se han hecho en contra mía en los últimos días son extremadamente confusas y falsas. Este es un ataque político muy bien concentrado, orquestado y coordinado. He contratado a abogados para que actúen contra estos reportes y denuncias difamatorias e incorrectas”.
José Eduardo dos Santos gobernó Angola 40 años; hasta 2017.
Pérez-Reverte, con esa media sonrisa con la que salpica lo que dice, me pregunta qué hacía yo en Angola. Y por qué andaba con aquel libraco de las Obras escogidas de Rousseau.
Hace un par de noches durante una cena, alguien con tres cubalibres encima, dijo: “Menos mal que todavía hoy hay hombres capaces de dar su vida por una bandera”.
No esperé a los postres.