Nota del editor: El padre Edward L. Beck, C.P., es sacerdote de la Iglesia católica y comentarista de religión de CNN. Las opiniones expresadas en esta nota son propias del autor.
(CNN) – Hay una línea en la canción de Leonard Cohen “Anthem” que dice: “Existe una grieta en todo; es así como penetra la luz”. Kobe Bryant tenía algunas grietas, pero allí también había una brillante luz de redención.
Bryant era un católico practicante que se tomaba su fe muy en serio, predicando con el ejemplo. Asistía a misa los domingos, a veces también durante la semana. Apoyaba múltiples causas benéficas, entre ellas, su propia fundación que se dedica a mejorar la vida de jóvenes y familias necesitadas.
Él dijo que su fe es lo que le ayudó a superar épocas difíciles. Una de ellas incluiría el doloroso y oscuro momento del que él mismo fue responsable: una acusación de violación contra él, en el año 2003, por parte de una empleada del hotel Old Eagle en Colorado, de 19 años.
Al momento de la presunta agresión sexual, en una preocupante serie de eventos, Bryant sostuvo que él pensó que la relación sexual había sido consensual (a pesar de admitir ante agentes policiales que él no había pedido consentimiento de forma explícita). Su equipo de abogados intentó desacreditar a la acusadora retratándola como promiscua, y dijo su nombre varias veces en audiencias públicas ante el tribunal; y el sistema judicial filtró el nombre a los medios.
En última instancia, los fiscales retiraron los cargos penales aduciendo que la mujer ya no estaba dispuesta a cooperar. Sin embargo, ella presentó una demanda civil contra Bryant que tuvo como resultado un acuerdo extrajudicial confidencial.
En el momento de la acusación, Bryant había estado casado con Vanessa Laine durante dos años y había celebrado recientemente el nacimiento de su primogénita. Luego de ser acusado del grave delito de agresión sexual, ofreció una rueda de prensa en el centro Staples en Los Ángeles con su esposa a su lado y dijo: “Estoy sentado aquí ante ustedes furioso conmigo mismo, asqueado conmigo mismo por haber cometido adulterio”. Pero luego volvió a negar que el encuentro no hubiera sido consensual diciendo: “Yo no la forcé a hacer nada en contra de su voluntad. Soy inocente”.
Más de un año después, el día en que el caso penal fue desestimado en el año 2004, Bryant publicó una declaración en un tono sorpresivamente diferente: “Primero, quiero pedirle disculpas directamente a la joven involucrada en este incidente. Quiero pedirle disculpas por mi comportamiento esa noche y por las consecuencias que ella sufrió en el último año. A pesar de que este año ha sido increíblemente difícil para mí a nivel personal, sólo puedo imaginar el dolor que ella tuvo que soportar. También quiero pedirle disculpas a sus padres y familiares, y a mi familia, amigos y fanáticos, y a los ciudadanos de Eagle, Colorado… ahora entiendo cómo ella se siente por no haber consentido este encuentro.”
Oh, qué extraño, en especial en casos como éste. Kobe dijo que lo lamentaba y tomó responsabilidad moral por su comportamiento y por las consecuencias. Mientras que algunos cuestionaron lo oportuno de su disculpa (que presentó después de la desestimación del caso), otros lo que vieron fue el cambio de un autodeclarado pecador, que se sintió humillado y reconoció la necesidad de pedir perdón y misericordia. Y así comenzó la redención de Kobe Bryant: ante los ojos de Dios, de su iglesia, de su familia y muchos de sus fanáticos.
En el año 2015, Kobe Bryant le dijo a la revista GQ: “Lo único que realmente me ayudó en este proceso -soy católico, fui criado como católico, mis hijas son católicas- fue hablar con un cura”. Bryant dijo que después de decirle al cura que él era inocente, el cura le dijo: “Suéltalo. Continúa con tu vida. Dios no pondrá nada en tu camino que tú no puedas manejar, y ahora está en sus manos. Esto es algo que no puedes controlar. Por lo tanto, suéltalo”. Kobe dijo que ese momento fue un punto de inflexión para él.
Adulterio y presunta violación no fueron los únicos pecados públicos de Kobe. En el año 2011, en medio de un partido, llamó a un árbitro un “p… m…cón”. Le impusieron una multa de US$100.000. Pero, una vez más, al darse cuenta de su error, pidió disculpas y dos años más tarde twiteó sobre el incidente: “Fue ignorante de mi parte. Me hago cargo y aprendo de esto, y espero lo mismo de otros”. Se llevó los elogios de GLAAD y de la comunidad homosexual.
Tras su trágica muerte, Bryant es celebrado como un padre amoroso de cuatro hijas y un marido que luchó por su matrimonio, también en los períodos difíciles de separación que casi llevaron al divorcio. Fue amado y perdonado por tantos porque vieron en él a un hombre incansable que se responsabilizó de sus defectos. En consecuencia, ha sido celebrado como uno de los atletas más dotados y rectos que jamás han competido en un deporte.
En el Evangelio de Juan, Jesús se enfrenta a una multitud enojada que quiere lapidar a una mujer que cometió adulterio diciendo: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (Juan 8:7). El punto, claro está, es que todos somos pecadores. Todos cometemos errores, algunos de forma más pública y tal vez más escandalosa que otros. Pero nuestros errores nunca definen la totalidad de quiénes somos. La teología católica nos enseña que el perdón está al alcance de todos los que manifiestan un verdadero arrepentimiento y tienen un deseo profundo de mejorar. Kobe era ese hombre. Se esforzó más, en el campo de juego y fuera de él. Y sus esfuerzos fueron recompensados.
El pasado domingo, dos horas antes de abordar el helicóptero para ese viaje fatal, Kobe Bryant rezó antes de la misa de las 7 de la mañana en la iglesia Our Lady Queen of the Angels, en Newport Beach, California.
No sabemos cuál fue la plegaria de Kobe en la quietud de esa mañana, pero todas las semanas en misa él rezaba “Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad. Señor, ten piedad”. La vida de Kobe es testimonio de que las palabras de sus plegarias tenían significado para él y recibió una respuesta a sus plegarias. Sí, sus grietas definitivamente eran visibles, pero se vieron inundadas por la luz que irradiaba de ellas y que el mundo pudo ver.
Traducción de Carola Lehmacher-Richez