Nota del editor: Terry Schilling es director ejecutivo de American Principles Project, un centro de estudios conservador sin fines de lucro. Puedes seguirlo en Twitter en @Schilling1776. Las opiniones expresadas en esta columna son propias del autor.
(CNN) – El viernes 24 de enero, Donald Trump se convirtió en el primer presidente en hablar en persona durante la Marcha por la Vida organizada en Washington. Esto es muy importante.
Cada año, cientos de miles de activistas en contra del aborto se reúnen en la capital de nuestra nación para conmemorar el aniversario de una decisión errónea dictada por la Corte Suprema en el fallo de Roe vs. Wade para exigir acciones políticas que protejan la vida del nonato. Ahora, en su aniversario número 47, esta movilización se ha convertido en el evento más importante del movimiento en contra del aborto.
La aparición histórica de Trump fue una bendición para los manifestantes, dado que atrajo mayor atención al evento y destaca el considerable éxito político del movimiento contra el aborto en años recientes. También representa para él la oportunidad de llegar con su mensaje a muchos estadounidenses que están indecisos respecto del aborto al trazar un contraste entre las posturas extremas de sus rivales demócratas de 2020.
Si bien a los partidarios del derecho al aborto les encanta citar datos de encuestas que muestran que la gran mayoría de los estadounidenses apoyan la decisión Roe vs. Wade, la realidad es que muchos ciudadanos también rechazan el régimen de un aborto a petición propia (incluso en una etapa de embarazo tardía, en algunos casos) creado por ese fallo.
Una encuesta de Gallup el año pasado mostró que una mayoría de los estadounidenses apoyan restricciones al aborto en un embarazo avanzado. Aun así, en años recientes, demasiada gente de izquierda parece haber abandonado cualquier tipo de consenso moderado sobre el tema, con el pragmatismo de lo “seguro, legal y excepcional” en algunos casos, y hasta ceden ante el purismo ideológico de “contar su aborto a los gritos”, presumiblemente con la esperanza de que nadie en el centro de EE.UU. lo note.
Desafortunadamente para las esperanzas electorales de los demócratas, el pueblo estadounidense sí lo notó, y los republicanos están sacando ventaja política. Vimos un ejemplo excelente de eso en 2016, cuando Trump enfatizó la postura extrema de Hillary Clinton sobre el aborto en el tercer debate presidencial: “Si se guían por lo que Hillary dice, en el noveno mes, podrán tomar al bebé y arrancar al bebé del útero justo antes de su nacimiento. Ahora, ustedes podrán decir que eso está bien y Hillary podrá decir que eso está bien, pero no está bien para mí. Eso es inaceptable.”
En ese momento, Clinton dijo que Trump utilizaba una “retórica del temor” (ella había dicho en comentarios anteriores que creía que a las madres se les debería permitir poner fin a un embarazo en cualquier momento –hasta el nacimiento– si sus vidas están en peligro). Pero justo el año pasado, el gobernador demócrata de Nueva York, Andrew Cuomo, dio lugar a una controversia acalorada al apoyar una legislación que despenalizaría el aborto hasta la semana 24 del embarazo (la semana en que podría ser viable un nacimiento con vida) cuando la “vida o salud de la madre” corre peligro o si el feto no pudiera sobrevivir fuera del útero.
Esa misma postura extrema ha sido aceptada por el Partido Demócrata y, ningún candidato demócrata actual del 2020 –con la excepción de Tulsi Gabbard– ha indicado que apoyaría imponer restricción al aborto en estado avanzado.
No hay duda de que toda esta ideología extrema podrá ser popular entre los activistas progresistas más “despiertos” en Twitter, pero sin duda no lo es entre muchos estadounidenses. De hecho, una nueva encuesta de KFF halló que la mitad de los republicanos consideran que el acceso al aborto para las mujeres es demasiado fácil.
Como candidato, Trump reconoció la sabiduría política de involucrarse en este tema, y como presidente ha continuado poniendo en evidencia a los demócratas por sus posturas sobre el aborto. Ha condenado al gobernador demócrata de Virginia Ralph Northam el año pasado por sus comentarios en un programa de radio sobre un proyecto de ley que está en la Cámara de Delegados de Virginia, que algunos interpretaron como un apoyo al infanticidio. (El vocero de Northam dijo después que sus comentarios tenían la intención de abordar “el caso trágico y sumamente improbable en que una mujer tenga una embarazo inviable o anormalidades fetales graves y que inicie el trabajo de parto.”)
Aún más importante para los manifestantes del viernes, Trump ha obtenido un número de logros en contra del aborto en su primera presidencia, como promulgar una ley que le permite a los estados negarle fondos a Planned Parenthood, y designar jueces de derecha a la Corte Suprema y, si es reelegido, promete hacer aún más en su segunda presidencia.
Ahora que se acerca la recta final de las presidenciales de 2020, la Marcha para la Vida brindó a Trump la oportunidad perfecta para poner el aborto como un tema determinante de su campaña. El puede señalar que los demócratas en 2020 argumentan menos restricciones al aborto y favorecen que los fondos de los contribuyentes sean destinados a las mujeres en Medicaid.
Él también le puede llamar la atención a los demócratas en el Congreso que han bloqueado repetidamente legislación que forzaría a los médicos a tratar de urgencia a los bebés que sobreviven a un aborto. (Sus opositores dicen que una de las leyes recientes resulta innecesaria porque ya existe otra similar: la Ley de Protección a los bebés nacidos con vida del 2002.) Todos estos contrastes deberían beneficiarlo ampliamente ante los votantes, y hasta con aquellos que no están en su base que se opone al aborto.
Mientras fracasa el espectáculo del juicio político de los demócratas, el presidente Trump se ha posicionado para atacarlos en lo que es quizás su fundamento más débil, develando sus verdaderas prioridades para que lo vean todos los votantes estadounidenses.