Crédito: RICARDO ARDUENGO/AFP via Getty Images

Nota del editor: Silverio Pérez es escritor, autor de los best sellers entre los que se destacan “LaVitrina Rota”, “Un espejo en la selva” y “Solo cuento con el cuento que te cuento”. Conductor de programas de radio y televisión y productor de documentales. Ha grabado más de una decena de discos. Cofundador de las agrupaciones puertorriqueñas: “Haciendo Punto en otro son” (nueva trova) y “Los Rayos Gamma” (sátira política). Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor.

(CNN Español) – Alexa tenía un espejo. No para preguntarle “espejito, espejito, ¿quién es la más bella del reino?”, como alguna vez quizá leyó en un cuento infantil, cuando todavía la crueldad de la sociedad que le tocaría vivir no la hacía huir despavorida ante la presencia de otro ser humano.

No. Alexa tenía un espejo para velar que los que la perseguían gritándole palabras soeces, los que eran capaces de llegar al extremo de golpearla, no se le acercaran.

Alexa tenía un espejo para recordarse a sí misma que había sido valiente al escoger su propia identidad a pesar de no ser aceptada por sectores muy honorables del andamiaje social.

Un día el espejo se convirtió en el objeto del delito de quienes la juzgaban.

Desde la intimidad de un baño de mujeres, al que se sentía con derecho a usar, se le acusó —sin derecho a defenderse— de que ese espejo que la protegía lo usaba para transgredir la intimidad de otros.

Su rostro, capturado en la pantalla de un celular —ese otro espejo en el que intentamos proyectar a diario la imagen que nos conviene—, inundó las redes sociales con el veredicto de culpabilidad.

Poco después un video difundido en esas mismas redes sociales daba cuenta de la agresión verbal, seguida por disparos que, aunque silenciados, no disimulaban el estruendo del odio visceral que aquellos insensibles e ignorantes destilaban.

No sabemos aún si esos mismos jóvenes que se vanagloriaron de su crueldad fueron los asesinos de Alexa. Pero sí sabemos que quienes cometieron ese crimen de odio tienen cómplices que es necesario desenmascarar.

A Alexa la mató la pobreza a la que está condenada 58% de nuestra población infantil, con todas las limitaciones que conlleva el no tener recursos económicos mínimos en nuestra sociedad.

A Alexa la mató el prejuicio alimentado desde los púlpitos de algunos mal llamados “religiosos”, que diseminan el odio contra los que ellos criminalizan como “pecadores”.

A Alexa la mató el político que aprueba leyes que limitan los derechos de la comunidad LGBTQ y deroga clases que educan en el conocimiento y el respeto a la diversidad de género.

A Alexa la mató los que siguen usando estereotipos para mofarse de los homosexuales y transexuales en chistes y pasos de comedia en teatros o en la televisión.

A Alexa la mataron los que invisibilizan a los marginados de nuestra sociedad.

Alexa tenía un espejo. Y cuando nos miramos en él nos sentimos avergonzados de la sociedad en la que vivimos.

Que la imagen reflejada en el espejo de Alexa nos haga reflexionar para construir una sociedad justa e igualitaria. Y que se haga justicia a todas las Alexas del planeta.