Donald Trump / Crédito: Mark Wilson/Getty Images

Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y ha sido asesor de los presidentes Alejandro Toledo de Perú, Vicente Fox de México y Alvaro Colom of Guatemala. Izurieta también es analista de temas políticos en CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.

(CNN Español) – Donald Trump siempre ha tenido una cita incumplida con la verdad. Los hechos y la realidad se confunden promovidos por intereses políticos. Las campañas electorales son un lugar propicio para esa confusión, auspiciada por lo fácil que es lograr manipular las redes sociales con noticias falsas. Generalmente, al ganar las elecciones, la mayoría de los líderes políticos son conscientes de que los hechos prevalecen: “dato mata relato”.

En estos tiempos de epidemias -y en el cual muy probablemente llegaremos a una pandemia- lo que debemos evitar es la histeria y para evitarlo se necesita una voz, un mensaje y un vocero en quien podamos confiar en lo que dice. Las noticias falsas las exageraciones, la confusión de los hechos con la realidad han sido el corazón de la comunicación política de los últimos años. Lastimosamente, todos nosotros tendremos que pagar el precio de esa confusión.

El día de la posesión como presidente fue el ejemplo más gráfico en esta estrategia para comunicarse con el público, cuando Donald Trump afirmó que ese fue el acto más concurrido en la historia de los actos de posesión presidencial en Washington. Llegaron tan lejos hasta el punto de distorsionar las fotos de su acto de posesión. Era poco creíble porque la juramentación del primer presidente negroestadounidense de EE.UU., ocho años atrás, no podía ser superada. El mensaje no fue creíble y se probó que la famosa foto de Trump, comparándose y, supuestamente superando a Barack Obama, era falsa.

Este tipo de hechos, desdichos, contradicciones y noticias falsas continuaron, pero servían al propósito político y de comunicación. Donald Trump entiende como pocos que, lastimosamente, la comunicación en la era de las redes sociales se ha vuelto mucho más inmediata, más difícil de confirmar. Eso es muy útil para la demagogia y propagación de rumores falsos. En estos tiempos, la comunicación es para ese momento y, si más tarde es desmentida, ya es noticia vieja y se ha creado una nueva: esas son las ventajas políticas de las realidades virtuales.

La crisis que estamos y debemos afrontar ahora con el COVID-19 (coronavirus) es muy distinta: los hechos prevalecen rápidamente y el tema no cambia al siguiente tema en menos de 24 horas. El coronavirus está aquí para propagarse, quedarse y quizás volver otra vez en el próximo invierno. Si comenzamos a confundir los hechos de la realidad, lo que se pierde es la credibilidad y pérdida (va sin acento) la credibilidad puede cundir el pánico y con ello todo lo que acarrea. La caída del mercado de valores de EE.UU. puede llegar a ser tan solo un pálido reflejo de las consecuencias de la incertidumbre y miedo que puede crear una crisis de salud pública.

En salud pública, que como su nombre lo indica, nos involucra a todos, debemos remitirnos fielmente a los hechos: una comunicación confiable basada en los hechos. Es lo único que puede calmarnos, ordenarnos y, sobre todo, matizar sus consecuencias. Expresiones muy frecuentemente usadas por Donald Trump como: “soy un genio”, “sé (lleva acento)más que los generales”, “el más grande”, “el más inteligente”, “enorme”, “el mejor” o la última “pasará como un milagro”, no son efectivas en este tipo de crisis, no surten efecto en una crisis de salud pública. Por el contrario, juegan en contra.

Problemas de esta magnitud requieren conocimiento, profundidad de análisis, políticas de Estado claras. El intercambio entre el corresponsal médico jefe de CNN, Dr. Sanjay Gupta, y el presidente confundiendo el índice de mortalidad con el de la gripe (que es al menos 20 veces más letal); confundir el índice de mortalidad con el de contagio (cuando hay más gente contagiada por la gripe que con el virus COVID-19 que nos ocupa ahora), no tener una idea básica de cuántos pacientes en EE.UU. mueren por (debe decir a) consecuencia de la gripe; esto no se lo puede solucionar con “sound bites” (frases pegajosas) reales o irreales.

Debemos conocer los hechos, debemos informarnos, educarnos y adaptarnos a este enorme reto de salud pública. En momentos como estos es fundamental conocer si este COVID-19 es más letal que el (SARS de hace más diez años); debemos saber si su potencial de contagio es mayor. Pero sobre todo debemos saber cómo actuar frente a esa amenaza. En definitiva, el líder juega un papel fundamental para informarnos y educarnos desde qué debemos hacer apenas padezcamos los síntomas (como ir al médico, ser examinado), dejar de exponer a otras personas (estar en casa), saber cómo estornudar, limpiar las superficies con frecuencia, curarnos y no contagiar para contener la expansión del virus. Un líder es un guía en el que podemos y debemos confiar, pero Donald Trump está en deuda con la verdad.

Las agencias de salud salen y deben salir a paliar esa carencia de credibilidad; pero temo que sus mensajes son muy técnicos cuando se necesita que la comunicación sea política, entendida la política como la gran habilidad de llegar al público para producir grandes cambios. En este caso, el cambio es para combatir los efectos de este reto en la salud pública, la economía y el bienestar.