Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de más de siete libros y colaborador en publicaciones sobre temas internacionales. Actualmente se desempeña como director de NODAL, un portal dedicado exclusivamente a las noticias de América Latina y el Caribe. Colaboró con diferentes medios nacionales como Clarín, El Cronista, La Nación, Página/12, Perfil y para revistas como Noticias, Somos, Le Monde Diplomatique y Panorama. A lo largo de su trayectoria Brieger ganó importantes premios por su labor informativa en la radio y televisión argentina. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN Español) – En momentos de crisis se suele decir que sale lo mejor y lo peor de las personas, y ante la pandemia del covid-19 ya se manifiesta el enfrentamiento entre solidaridad e individualismo.
Los gobiernos adoptan diferentes respuestas al actuar mientras que la población, que está muy lejos de ser una masa uniforme, trata de adecuarse a una situación inédita, inesperada.
Hace casi un siglo, el dramaturgo alemán Bertolt Brecht escribió el poema “Preguntas de un obrero que lee”, muy pertinente para este momento. Allí, Brecht hablaba de los seres anónimos –invisibles en las historias épicas y grandiosas pero indispensables para todas ellas– cuando se preguntaba quién construyó Babilonia o los Arcos del Triunfo en Roma.
Hoy, mientras varios gobiernos plantean la “cuarentena social” y que se amplíe el trabajo desde las casas para evitar la propagación del coronavirus, esos seres anónimos deberán continuar haciendo trabajos considerados “esenciales”. Además de la amplia gama de personas que se dedican al trabajo sanitario, en algún lugar de América Latina alguien “invisible” está en este momento limpiando la basura en las calles como todos los días, exponiéndose al contagio, mientras a su lado otras corren a los supermercados para abastecerse porque tienen dinero para hacerlo y prevén semanas de encierro.
¿Quién cosechará los tomates?, preguntaría Brecht. ¿Quién los transportará en camiones hacia los puntos de venta para que otras personas puedan alimentarse y quién con una sonrisa las atenderá, aún a sabiendas de que se expone?
Los gobiernos de muchos países han pedido que la población se refugie en sus hogares. Sin embargo, en nuestra región –donde reina el trabajo informal y muchas veces mal remunerado– hay miles de personas que si no trabajan un día, ese día no comen. “Me matan si no trabajo y si trabajo me matan”, recitaba el poeta cubano Nicolás Guillén. Son millones de caras anónimas las que no pueden dejar de trabajar y sin las cuales ninguna sociedad puede funcionar.
¿Reconoceremos algún día a esas personitas invisibles o nos olvidaremos de ellas cuando funcione de nuevo y correctamente el dios mercado?