Nota del editor: David Bittan Obadia es abogado. Analista de temas políticos e internacionales. Columnista del diario el Universal de Venezuela. Ha participado en el Congreso Judío Mundial. Es miembro del American Jewish Committee y de la Federación de Comunidades Judías de España
(CNN Español) – Esta semana, el mundo recuerda una fecha crucial: el levantamiento del gueto de Varsovia que, por su naturaleza, fue sin duda el acto de resistencia más heroico que se conoce en la historia contemporánea.
Por estos días, solemos recordar a las víctimas del peor evento de la humanidad: el Holocausto. En mi caso, son recurrentes los pensamientos sobre los 1,5 millones de niños asesinados y el encierro que tuvo que atravesar Ana Frank, una niña que, a través de su diario y pese a no haber sobrevivido a la guerra, dejó una huella en la historia.
Ana Frank pasó más de dos años de su vida escondida en una pequeña estantería junto con otras siete personas, de las cuales solo sobrevivió su padre. De ese encierro hay mucho que aprender, sobre todo de su manera de apreciar el entorno y de cómo atravesaba cada día, a pesar de que la muerte era la mayor de las posibilidades. No se trataba de protegerse de una enfermedad: la lucha era contra la maquinaria nazi. Todo transcurría alrededor del hambre, la insalubridad, la oscuridad y sin conexión con el mundo exterior.
A pesar de las adversidades, Ana Frank escribía: “Siempre y cuando exista este sol y este cielo sin nubes, y siempre que pueda disfrutar de ellos, ¿cómo podría estar triste?”. Un sol y un cielo que solo eran imaginarios.
Ana Frank nunca dejó de soñar, al igual que millones de personas encerradas en los campos de exterminio. Allí, los violines, los pianos y el estudio no se abandonaron. La preocupación de muchos se centraba en saber si alguien se enteraría de sus muertes y, a pesar de eso, seguían teniendo optimismo.
Ahora, nosotros estamos en medio de una cuarentena, pero la mayoría con plenas comodidades, con acceso a la tecnología, comida, servicios básicos y grandes distracciones. Sin embargo, muchos parecen estar desesperados: ya no aguantan que el mundo se haya detenido por unos instantes a pesar de que, en algún momento, esto pasará.
Sin querer banalizar lo trascendente del Holocausto, la oportunidad es propicia para poder apreciar nuestra cuarentena desde una verdadera perspectiva, y pensar en aquellos que, con pocas chances de sobrevivir, sobrellevaron con esperanza sus días en los pasillos de la muerte.
Hoy, todos estamos valorando como nunca antes a nuestras familias y amigos. Extrañamos el roce, los abrazos y el contacto presencial. Sin embargo, anhelo que, al término de esta pesadilla, no sigamos en un mundo donde se nos condicione por el pasaporte, por nuestra situación económica u origen. Sino que vivamos en uno donde respetemos nuestras diferencias y consideremos a la naturaleza, asumiendo que, a mi parecer, hemos traicionado nuestra propia humanidad.
Cada episodio de la historia deja un mensaje, una enseñanza. Espero que hagamos que valga la pena lo que los libros de historia escriban sobre nosotros.
“No pienso en la miseria sino en la belleza que aún permanece”, decía Ana Frank.