Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de varios libros sobre temas internacionales y colaborador en publicaciones de diferentes países. Es profesor de sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Director de NODAL, un portal dedicado exclusivamente a las noticias de América Latina y el Caribe. En la actualidad es columnista de TV en la cadena argentina C5N y en el programa “En la frontera” de PúblicoTV (España) y en programas de radio de las señales argentinas Radio10, La Red, La Tribu y LT9-Santa Fé. A lo largo de su trayectoria Brieger ganó importantes premios por su labor informativa en la radio y televisión argentina.
(CNN Español) – Parece que hemos perdido la capacidad de asombro.
En la última semana de abril, el número de muertes por el covid-19 en Estados Unidos superó una cifra emblemática para la historia de ese país: 58.220. Esta es la cifra que se suele utilizar para representar a los estadounidenses que murieron en Vietnam en más de diez años de guerra. Es un reflejo del trauma que dejó en la memoria colectiva.
Si de traumas se trata, y más cerca en el tiempo, están los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, señaló el 8 de abril que la cantidad de personas fallecidas por coronavirus en ese estado había superado largamente las 2.753 víctimas del atentado a las Torres Gemelas.
El famoso “síndrome de Vietnam”, causado por la catástrofe militar de la guerra, está grabado a fuego en la sociedad estadounidense por múltiples motivos. Y uno de ellos es la cantidad de muertos, estadounidenses, bien vale la pena aclarar. Por eso hubo múltiples referencias comparativas cuando el número de fallecidos por covid-19 superó el de las vidas que el país perdió en Vietnam en apenas dos meses. Dos meses.
Esta vez no son soldados que fueron a una guerra, ni civiles víctimas de una ataque terrorista. Ahora son civiles y militares que se enfrentan a un mismo “enemigo invisible” que solo en Estados Unidos ya se ha cobrado la vida de más de 60.000 personas. Y el número crece, día a día.
Sesenta mil parece un número, y lo es en abstracto. ¿Será por eso que cuesta dimensionar la magnitud de lo que está sucediendo?
Cada persona fallecida por efecto del coronavirus tiene madres y padres, hermanos y hermanas, hijos e hijas, abuelos y abuelas, nietos y nietas, además de amistades que -en su mayoría- tampoco los pueden despedir. Por las características de la pandemia casi no hay velatorios, funerales o entierros. Ni siquiera aparece el drama que algunos shows televisivos pueden construir en torno a la muerte con una melodramática puesta en escena.
Mientras la muerte parece haberse convertido en una entelequia, Jared Kushner -yerno y asesor del presidente Donald Trump- dice que han hecho todo bien y que la suya es una “historia de éxito”. Solo un número: 60.000 muertes. Un número.
¿Cómo reaccionaríamos si escucháramos que la población de la isla de San Andrés de Colombia, la ciudad argentina de Ushuaia o la famosa Aranjuez del Reino de España desaparecieran del mapa? ¿O será que ya nada nos asombra? ¿Ni siquiera cuando la muerte golpea nuestras puertas?