Crédito: Alex Davidson/Getty Images

Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y ha sido asesor de los presidentes Alejandro Toledo de Perú, Vicente Fox de México y Alvaro Colom of Guatemala. Izurieta también es analista de temas políticos en CNN en Español. Las opiniones expresadas en este comentario son propias del autor. Ver más opinión en CNNe.com/opinion.

(CNN Español) – Me habría gustado que el título de este artículo fuera “el día después”, pero como escribí en mi primera serie de cuatro artículos, este virus vendrá por olas (y sostengo que cada una será más manejable que la anterior). Entonces, lo importante es saber qué viene después de esta primera ola.

En mi primer artículo sobre el coronavirus mencionaba que lo más probable de esta epidemia es que no se resuelva completamente hasta tener una vacuna. Y que, en el mejor de los casos, podría estar disponible en varios meses, dependiendo de si a las vacunas elegibles se les da o no una autorización de uso urgente, como se ha hecho ya para el suero de pacientes convalecientes, las pruebas de laboratorio y un antiviral. Recordemos que proyectos de posibles vacunas hay varios, pero de allí a tener la vacuna disponible en nuestras farmacias y centros de salud ya es otra historia mucho más larga, que incluye la capacidad de producir una cantidad enorme, el que haya o no restricciones del país productor a su exportación, el costo, etc. Así que, lamentablemente, es muy probable que nos espere una segunda ola de la epidemia.

El último artículo estaba concentrado en el debate, que se ha vuelto mucho más político que científico, de cómo reabrir la economía. La presión económica y política para abrir las economías de nuestros países es enorme. El desempleo, sobre todo entre trabajadores que ya recibían el sueldo mínimo, es el mayor desde la Gran depresión de los años 30. Eso aumenta la presión sobre el nivel político, sobre todo en año de elecciones.

La epidemia parece una corriente con olas que arrasa con fuerza demoledora países y grandes centros poblacionales (China, Italia, España, EE.UU.). En estas semanas, se teme que llegue a su máxima fuerza en México y Brasil, a no ser que, como dice el presidente Andrés Manuel López Obrador, él ya haya domado la epidemia. Argentina y Chile fueron los primeros en reaccionar responsablemente, y han tenido en consecuencia pocas muertes confirmadas, pero les vienen los meses fríos de invierno, y deberemos observar cómo influye esto en el comportamiento del virus.

Cuando su bolsillo o su salud se ven afectados agudamente, el público es poco tolerante y, como estamos viendo, a la pandemia no se la puede parar con discursos que esconden la verdad, ni con mentiras convenientes, sino con hechos. Puede que la apertura total traiga algunos beneficios económicos pero el precio a pagar puede ser una ola de contagios, expresada trágicamente en miles de hospitalizados y muchos muertos. Lo contrario también es cierto, si no se abre la economía habrá menos muertos pero más desempleados, más pobreza y más hambre. ¿Dónde está el equilibrio? Bueno, encontrar el mejor equilibrio es una decisión política, pero si esta decisión se toma usando información correcta, las consecuencias serán menos dolorosas.

Para tomar esta decisión el político (incluso el populista) deberá rodearse de gente que entienda de ciencia y usar esta ciencia para entender la realidad; solamente entonces, bien informado, podrá tomar medidas políticas apropiadas. El trágico dilema que le toca al político es decidir en qué moneda pagar el precio (en la moneda del desempleo y el hambre o en la moneda de los muertos). Pues aunque los casos se pueden esconder con relativa facilidad (basta con no tener muchas pruebas disponibles), esconder a los muertos o a los pobres por mucho tiempo es casi imposible en una democracia moderna y progresista.

La política se mueve por emociones y la más fuerte de todas es el miedo: la angustia del miedo a la muerte (sobre todo de una manera trágica). La pandemia es ese fantasma invisible que nadie sabe a quién se llevará mañana. Por ello, a medida que vamos conociendo el comportamiento de este virus, ese temor (propio de nuestra naturaleza como el fantasma aterrador de nuestra infancia), se va alejando y surge el cálculo realista del riesgo que estamos dispuestos a tomar como individuos, familias y comunidades. Entonces, y sólo entonces, el individuo podrá elegir con libre albedrío. Solo ahí algunos preferirán el riesgo A de enfermar a cambio de estar en la caja de un supermercado y ganar un sueldo B. El político enfrentará el mismo trágico dilema y deberá decidir con base en la ciencia y no en el miedo al fantasma. La clave es que NO hay respuesta perfecta, pero sí hay consecuencias a pagar. Aquí es una vez más cuando las “fake news”, la manipulación y la demagogia no sirven para nada; por el contrario, son muy dañinas.

Lo central en estos meses es que ya van apareciendo tratamientos prometedores para combatir la pandemia, y en esta era de un mundo interconectado, esa curva, la de descubrir tratamientos, se acelera a medida que pasan las semanas. Como decía el 14 de marzo en el primer artículo de esta serie, el tratamiento más accesible para los países pobres es la donación de suero (plasma) de los pacientes que ya han pasado la enfermedad y han creado anticuerpos. Este suero no tiene patente y por ello es accesible a todos los países.

Pienso que con el conocimiento que estamos adquiriendo disminuirá la angustia y nos ayudará a concentrarnos, como familias, ciudades y sociedades, en solucionar los retos económicos. Esperemos hacerlo con responsabilidad, prudencia. Si la angustia disminuye, la presión política también. Esto no quiere decir que seguirán siendo populares las políticas más radicales para combatir la epidemia. Se dará una suerte de danza política (informada, espero, por la ciencia).

La siguiente ola de esta pandemia en el hemisferio norte nos encontrará más preparados (tratamientos, planes de contingencia, estados que ya no deban pelearse por pruebas y respiradores). El motor será menos la angustia y más la información. Cada ciudad deberá ir tomando las medidas necesarias para que las cosas avancen. Como dicen en algunos países: pasaremos a una cuarentena “inteligente”, nombre que están usando en Paraguay. Esta frase me recuerda a lo que decíamos en las campañas: que la mejor manera de combatir la delincuencia no es con fuerza sino con “inteligencia”. Y estoy de acuerdo.

¿Cómo reaccionarán los políticos en estas nuevas etapas? Sin duda y por definición, con más política. Los más irresponsables seguirán mintiendo descaradamente, manipulando y esperando que el verano boreal acabe con sus problemas para que la economía se recupere antes de noviembre, y poder declarar una falsa victoria política.

Las grandes realidades fuerzan los grandes cambios. Algunas veces ese cambio no depende ni siquiera de la alternativa que se ofrezca (si no, pregúntenle a Bolsonaro). Frente a la crisis, el discurso y argumento de la continuidad política se debilita y da paso a la necesidad de un cambio. Pero el político deberá recordar que una crisis real bien manejada, con apertura, información científica apropiada y transmitida regularmente, se premia. Por ejemplo, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, es reconocido por usar la ciencia en sus decisiones aunque su ciudad tenga el número más alto de muertos en EE.UU. Ha compartido esas decisiones honesta y diariamente con sus conciudadanos y ha pedido disculpas cuando se ha equivocado.

Lo dije en mi última entrevista en CNN. Cuando la gente está mal (por problemas de salud, económicos, de seguridad), exige un cambio. Por ello, el político astuto se informará con la ciencia antes de tomar decisiones y quizás, hasta aprenda a valorarla en el futuro. Lo he sostenido en todas mis clases, conferencias y campañas, lo puse por escrito en mi primer artículo publicado en 2001: la comunicación política no es sustituto de la realidad.