Nota del editor: Michael D’Antonio es el autor del libro “Never Enough: Donald Trump and the Pursuit of Success” y coautor con Peter Eisner de “The Shadow President: The Truth About Mike Pence”. Las opiniones expresadas en este comentario son las del autor. Ver más artículos de opinión en CNNe.com/opinion.
(CNN) – Mientras los incendios ardían en Minneapolis en la tercera noche de protestas a raíz de la muerte de George Floyd, el presidente Donald Trump tuiteó: “Cuando comienza el saqueo, comienzan los disparos”. Al hacerlo, Trump repitió las palabras del exjefe de la Policía de Miami Walter Headley, quien usó la frase en 1967, mientras anunciaba una “guerra” contra el crimen en barrios negros, y agregó: “No nos importa que nos acusen de brutalidad policial”.
El mensaje del presidente, la madrugada del viernes, fue amenazadoramente claro: ¿estás indignado porque un hombre negro murió después de que un video mostrara a un policía blanco arrodillado en su cuello mientras gritaba “No puedo respirar”? Roba algo mientras protestas y tú también morirás.
Con las protestas convirtiéndose en noches de ira, Minneapolis está revelando las heridas abiertas del racismo que un verdadero líder, si no buscara sanar, al menos reconocería. La muerte de Floyd debería evocar el tipo de dolor que llevaría a un presidente a la compasión y la preocupación. En cambio, Trump amenaza con llevarnos de vuelta a los viejos tiempos de la década de 1960, cuando los manifestantes por los derechos civiles fueron recibidos por los perros policías del Comisionado de Seguridad Pública Bull Connor en Birmingham, y el informe de la comisión nacional sobre el racismo, que provocó un aumento de disturbios, fue ampliamente leído, pero luego en gran parte olvidado.
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Si se mantiene fiel al antiguo guión de la década de 1960, Trump probablemente buscará una ventaja en esta crisis interpretando al hombre fuerte. Es probable que avive los temores de aquellos que están más alarmados por el humo y las llamas que por el racismo sistémico y la brutalidad policial, y se ofrezca como el defensor del orden que está dispuesto a tomar medidas enérgicas con fuerza letal.
Trump ha visto esto materializarse antes. Headley fue solo uno de varios hombres fuertes que fueron vistos como héroes entre los blancos asustados durante el Movimiento de Derechos Civiles. Frank Rizzo fue otro. Cuando era comisionado de la Policía de Filadelfia, respondió a una protesta estudiantil pacífica, en 1967, en la que se pedían más cursos sobre la historia afroestadounidense (entre otras demandas), instando a los policías a perseguir a los estudiantes. La violencia estalló y 57 personas fueron arrestadas.
Mientras Rizzo supervisaba a la Policía en Filadelfia, Trump asistía a la universidad allí. Mientras tanto, los estadounidenses negros de todo el país exigieron cambios y llevaron a cabo protestas, lo que condujo a enfrentamientos violentos (y a veces mortales) con la Policía. Surgió una reacción violenta entre los blancos que sintieron tanto miedo como resentimiento debido a los cuestionamientos sobre su riqueza y privilegios que dependen del pecado original de Estados Unidos.
Trump enfrentó sus propios cargos de racismo en la década de 1970, cuando el Departamento de Justicia de Richard Nixon demandó a la empresa de bienes raíces de la familia Trump por prácticas discriminatorias de alquiler contra personas negras. En lugar de trabajar para arreglar las cosas, Trump empleó lo que se convirtió en su movimiento característico: se lanzó al ataque. Contrató al famoso Roy Cohn, un abogado defensor -que había sido el principal asesor del senador Joseph McCarthy durante su campaña de descrédito comunista-, para presentar una demanda judicial de 100 millones de dólares por hacer declaraciones falsas (el tribunal desestimó esas acusaciones). La demanda original finalmente se resolvió y los Trump firmaron un decreto de acuerdo extrajudicial.
Le diría al periodista Bryant Gumble, en 1989, que creía que los negros disfrutaban de ventajas especiales. Cuando cinco adolescentes negros y latinos fueron arrestados por la brutal violación de una corredora en Central Park, ese mismo año, desafió los llamados a la calma. En lugar de eso, sacó anuncios en periódicos, a página completa, que decían: “¡RESTITUIR LA PENA DE MUERTE! ¡RESTITUIR NUESTRA POLICÍA!” El anuncio también decía: “Quiero odiar a estos asesinos y siempre lo haré. No estoy buscando psicoanalizarlos o entenderlos, sino castigarlos”. (Los cinco de Central Park fueron condenados y encarcelados por error hasta que fueron exonerados en 2002. La Ciudad de Nueva York pagó un acuerdo de 41 millones de dólares a los cinco en 2014).
Desde la Casa Blanca, Trump ha dejado en claro sus actitudes sobre la raza con sus comentarios sobre “países de m***”. También se enfocó en las congresistas demócratas negras y dijo que deberían “regresar y ayudar a arreglar los lugares infestados de delitos de los que vinieron” (tres de las cuatro mujeres nacieron en Estados Unidos).
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Como presidente, Donald Trump también ha expresado su afición por los brutales agentes del orden cuando indultó al exsheriff de Arizona Joe Arpaio, quien se enfrentó a la cárcel por desafiar una orden judicial en un caso de perfil racial y continuar con patrullas de tráfico en las que el blanco eran inmigrantes. Trump, quien se presentó a sí mismo como el “candidato de la ley y el orden” en 2016, también bromeó acerca de que los policías usan fuerza excesiva al meter sospechosos en sus patrullas.
Ahora, en 2020, Donald Trump es un presidente cuyas perspectivas de reelección están cargadas por el peso de su respuesta fallida a la pandemia de covid-19. El virus ha matado a más de 100.000 estadounidenses, mientras que Trump negó la gravedad de la amenaza a la salud pública, impulsó un tratamiento no probado -que los estudios sugieren que podría ser peligroso- y caviló sobre los remedios de charlatán, que involucran limpiadores domésticos y luz. Aunque su rival Joe Biden en su mayor parte se ha quedado en casa, en Delaware, el exvicepresidente ha logrado construir una ventaja en muchas encuestas, lo que provocó que los asesores de Trump advirtieran que está en problemas con los votantes.
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Al igual que muchos formados en el crisol de la década de 1960, Trump parece volver a las mismas viejas batallas políticas y culturales cada vez que surge la oportunidad. Desafortunadamente, nunca aprendió a escuchar la angustia bajo la ira de los manifestantes.
Cuando Trump era un hombre joven, personas como Headley, Connor y Rizzo ignoraron el sufrimiento que provocaron los disturbios y jugaron con la ansiedad del público actuando y hablando como tipos duros. Trump debe tener cuidado de no cometer el mismo trágico error al usar el miedo público como una excusa para la violencia oficial. No está claro que tal enfoque le conseguiría la reelección, pero es seguro que mantendrá las heridas abiertas.