Nota del editor: Fernando Ramos es corresponsal de CNN en Español en Bogotá desde hace dos décadas. Las opiniones expresadas aquí son propias del autor. Lea más artículos de opinión en CNNe.com/opinion
(CNN Español) – La avalancha de noticias en Colombia —generalmente— no deja tiempo de digerirlas, ni de hacer una pausa para entender lo que está pasando en esta nueva dinámica de las audiencias. Este jueves 18 de junio el país amaneció indignado, y con toda razón, por un video en el que se ve a un soldado lanzar por el aire a un perro indefenso desde la terraza de una vivienda en el municipio de Puerres, Nariño, en el sur de Colombia. Este acto cruel y despiadado ha merecido todo el repudio de la sociedad y motivó investigaciones penales y disciplinarias contra los militares que participaron en esta condenable acción que fue grabada por uno de los involucrados. El video no tardó en volverse viral, tendencia en redes sociales. Es uno de los que más reproducciones ha tenido este año en el ámbito local, cerca de 600.000 en menos de 24 horas. La mayoría de los medios tradicionales reportaron la noticia, hicieron debates en profundidad sobre el tema, consultaron a expertos, a las autoridades y recordaron episodios similares ocurridos recientemente. Y eso está muy bien. La sociedad reacciona de manera contundente ante el maltrato animal, que además está catalogado como delito en Colombia y contempla penas hasta de 36 meses de prisión y multas para quienes sean encontrados culpables en los tribunales.
Pero también esta semana una niña indígena de 16 años perdió sus dos brazos y la visión en un ojo al ser obligada por guerrilleros de ELN a instalar una mina antipersonal en la zona rural de Murindó, Antioquia. La menor, según testimonios de sus familiares y de la denuncia del comisionado de Paz, Miguel Ceballos, había sido reclutada a la fuerza hace algo más de un mes por el grupo armado ilegal. Una muestra de la barbarie del conflicto armado en Colombia que no fue tendencia en redes sociales y que muy pocos medios de comunicación tradicional reportaron. La reacción fue mínima. No hubo video de lo ocurrido y eso no incentivó a que la indignación general saliera a flote en Twitter, Facebook o en cadenas de WhatsApp. En cualquier sociedad mínimamente empática eso habría sido un escándalo tan repudiable que habría generado protestas masivas. Pero no pasó de una simple denuncia. No quiero pensar siquiera en el dolor de la familia de esa reciente víctima de la violencia en una de las zonas más pobres y conflictivas del territorio nacional.
Esta misma semana, el país se estremeció además por la dolorosa historia de la ex Señorita Colombia Daniela Álvarez, a quien le tuvieron que amputar una pierna tras varias complicaciones médicas. Una tragedia que conmovió hasta las lágrimas a millones de personas que también han visto en la actitud de Daniela una lección de valentía ante la adversidad. En varios videos, que han sido virales en redes sociales, la exreina de belleza ha mostrado una fortaleza impresionante al asumir con entereza y coraje su situación personal y convertirla en una oportunidad para enfrentar el futuro con esperanza y entusiasmo a pesar de las dificultades. Este mensaje ha llegado al corazón de los colombianos en medio de la incertidumbre, el dolor y el miedo por las consecuencias de la pandemia del coronavirus. Una verdadera lección de vida que también ha sido retomada por los medios de comunicación en casi su totalidad. Y eso está muy bien. Son historias humanas inspiradoras que merecen toda la empatía de la sociedad en su conjunto y el apoyo moral a una persona que pasa por un momento tan difícil.
Pero, desafortunada y dolorosamente, esta misma semana en Colombia se produjeron varios feminicidios. Una madre de 30 años y su hija de 4 fueron encontradas muertas en su vivienda en el sur de Bogotá con señales de maltrato y agredidas con arma blanca. Las autoridades hallaron el cuerpo de una estudiante de administración de empresas de 23 años en el límite de los departamentos de Cauca y Antioquia. Según ONU Mujeres, entre enero y mayo de este año 315 mujeres han sido asesinadas en el país. 315 mujeres, ¡por Dios!
Pero eso no parece concitar la indignación generalizada, ni se vuelve tendencia en redes, ni acapara la atención de los medios de comunicación masivos. No hay un video que active el morbo de las nuevas audiencias. No es precisamente un escándalo social. No hay nada que ver. No hay noticia, es cotidiano.
Seis militares fueron masacrados este miércoles en los límites entre los departamentos del Meta y Caquetá en el sur de Colombia. Ocho más quedaron gravemente heridos en una emboscada que las autoridades atribuyen a disidencias de las FARC. Familias destrozadas de nuevo por la barbarie de la guerra. Pero no quedó registrado en video. No es más que un titular de un día y de unos pocos comentarios en redes sociales. No hay indignación.
Y todo eso pasó en Colombia en una sola semana… Ni hablar de los últimos meses.
Este año ya han sido asesinados al menos 100 líderes sociales en Colombia. Cada semana atentan contra al menos uno de ellos. Pero no han sido tendencia. Son personajes anónimos, de regiones apartadas y pobres que parecerían no importar a las audiencias urbanas en las redes sociales y apenas si son motivo de algunos registros en medios tradicionales.
¿Qué nos está pasando? ¿Qué nos mueve a la solidaridad como seres humanos? ¿Estamos los medios al servicio de las tendencias en las redes sociales o cumpliendo nuestra labor social con un criterio editorial serio? ¿Qué es lo que realmente importa? ¿Estamos en la dictadura de los “clics” y los “likes” o realmente la indignación se compadece con la realidad que nos imponen o la que creemos que es cierta? ¿Dónde está quedando nuestra compasión en medio del bombardeo de información inmediata?
Son preguntas que debemos hacernos desde los medios, quienes consumimos contenidos en redes sociales, en nuevos medios y en medios tradicionales. Es bueno hacer una pausa y cuestionarnos de qué manera reaccionamos ante las tendencias y entender si estamos teniendo una opinión propia o mediática.
Esta nueva realidad de las tecnologías de la información tiene tantas cosas buenas como malas. Los cambios sociales que se están generando en Estados Unidos por el abuso policial en el caso de George Floyd, por ejemplo, quizás no serían posibles si su muerte no hubiera quedado registrada en video.
Pero también muchas muestras de indignación son aprovechadas por políticos y por otros intereses para movilizar a la ciudadanía en procura de sus planes diseñados milimétricamente sobre la base de la exacerbación de odios y pasiones. Es tiempo de buscar una ética de los contenidos en las redes y en su consumo. Y para ello siempre es necesaria la autocrítica en los medios tradicionales que encuentran en esas tendencias una tabla de salvación para sus propias audiencias, y una pausa reflexiva para quienes consumimos lo que nos ofrecen unos y otros. Y más aún, para quienes formamos parte de esas multiplataformas.