Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España y fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo de Perú, Vicente Fox de México y Álvaro Colom de Guatemala. Izurieta también es colaborador de CNN en Español. José Luis Di Fabio es consultor internacional independiente. Está jubilado de la Organización Panamericana de la Salud/Organización Mundial de la Salud, donde fue asesor regional de Vacunas y Biológicos, gerente de área de Tecnología, Atención en Salud e Investigación, entre otros cargos. Luego de su retiro, ha sido consultor en temas relacionados con vacunas, medicamentos y regulación sanitaria.
(CNN Español) –– Con justa razón, como en todos los países, esperamos tener una vacuna para terminar con esta pandemia, salir de nuestra cuarentena, recuperarnos y volver a la normalidad. Una normalidad con mejores prácticas e información sobre los retos que debemos superar para llevar una vida saludable: manteniendo la distancia social para evitar el contagio, usar máscara para proteger a los demás, lavarnos las manos con frecuencia para eliminar el virus de nuestras casas y oficinas. Antes de que llegue la vacuna, sin duda tendremos tratamientos disponibles y esa es otra gran esperanza (ya hay algunos tratamientos prometedores, incluyendo el uso de suero de pacientes convalecientes, una opción al alcance de cualquier país). Las vacunas, que deberían llegar en cuestión de meses, serían la solución definitiva a la pandemia, pues al vacunar a gran parte de la población creamos una barrera (“inmunidad de grupo”) que impide al virus seguir transmitiéndose libremente. Pero cuando estén disponibles las vacunas, ¿cuándo y cómo llegarán a nuestros países pobres y sus habitantes más vulnerables?
Varios fabricantes producen millones de dosis de vacunas al año para la gripe o influenza y para otras enfermedades, pero el gran reto es producir suficientes vacunas en corto tiempo para combatir efectivamente la pandemia. Eso no es tan fácil como suena. La tecnología tiene sus retos y sus tiempos. Si bien no tenemos todavía una vacuna contra el coronavirus ya hay algunos prospectos buenos, principalmente en Estados Unidos, China, varios países europeos, Japón y la India. Cada uno, con distintos tipos de vacunas y plataformas tecnológicas. Incluso, ya se percibe una especie de carrera para obtenerla, similar a la carrera por la conquista del espacio durante la Guerra Fría.
Una gran preocupación es que una vez se cuente con la vacuna, el país donde se haya descubierto y producido decida una suerte de nacionalización de la fórmula y que quienes reciban primero la vacuna sean los habitantes de ese país. Vale recordar que también se dio esta clase de priorización en la compra de máscaras y pruebas de diagnóstico, que fueron muy limitados al inicio de esta pandemia. Lo más probable es que la priorización comience en cada país por los trabajadores de la salud, la seguridad pública, y luego las personas de alto riesgo. Una vez cumplida esta etapa, los gobiernos querrán satisfacer la demanda nacional antes de que esa vacuna pueda ser exportada a otras naciones (ignorando la demanda de los países más pobres y sus poblaciones prioritarias; al menos mientras se satisface esa demanda nacional). Este problema ya se vio claramente durante la pandemia de influenza de 2009, con la vacuna contra el H1N1. Afortunadamente, varios líderes mundiales están colaborando para evitar que eso no suceda en esta ocasión. La Organización Mundial de la Salud (OMS), BMGF (conocida más popularmente como la Fundación Gates), GAVI, la Vaccine Alliance, y la Coalition for Epidemic Preparedness Innovations (CEPI) son algunas de las organizaciones que trabajan en iniciativas globales para incentivar la producción suficiente de vacunas contra el covid-19 y su disponibilidad en los países en desarrollo. CEPI, una importante organización no gubernamental principalmente financiada por Wellcome Trust, Bill and Melinda Gates Foundation, la Comisión Europea y varios gobiernos, está tratando de identificar mecanismos e instrumentos para respaldar el desarrollo de la producción mundial necesaria para combatir SARS-CoV-2, y ya ha apoyado a varias industrias.
Paralelamente, líderes de la Unión Europea y otras instituciones, incluyendo Gates y CEPI, han lanzado el Access to Covid-19 Tools (ACT) Accelerator, una plataforma de cooperación mundial para acelerar la investigación y desarrollo, producción, acceso y distribución de vacunas, tratamientos y diagnósticos de forma equitativa. Además, muchas plantas están siendo acondicionadas o construidas, con enorme inversión pública, privada y de fundaciones, para la producción de estas vacunas. Todo esto son buenas noticias.
Dentro del panorama mundial de los actores involucrados en el desarrollo de vacunas se pueden ver muchas asociaciones, con diferentes modalidades de cooperación, incluyendo la transferencia de tecnología, como anunció recientemente la Sinovac Biotech Ltd. (China) y el Instituto Butantan de Brasil. Un acompañamiento apropiado de las autoridades reguladoras nacionales desde ahora permitirá avanzar en el cumplimiento de las buenas prácticas y los procesos regulatorios a fin de contar con las aprobaciones y licencias correspondientes. La urgencia es ahora; el trabajo de todos los actores debe coordinarse a escala mundial y regional, con el apoyo en la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en el cumplimiento de su rol estratégico como lo establece su mandato.
¿Cuántas dosis de vacuna se necesitan y cuándo podrían llegar a los distintos países? La respuesta es al menos 2.000 millones de dosis, que deberán estar disponibles a corto plazo, según la ONU. Dada la urgencia, las vacunas más prometedoras serán producidas en grandes unidades de producción, pero si estas deben satisfacer primero la demanda interna del país productor, la producción no servirá de mucho a los países en vías de desarrollo al no poder obtenerlas inmediatamente. Para ello se están desarrollando varias estrategias, como Gavi Covax AMC (Advanced Market Commitment), que ha lanzado una iniciativa global para recaudar US$ 2.000 millones, suficiente como para financiar la inmunización del personal de salud y otros grupos prioritarios en los países a los que llega Gavi. Por otro lado, las financiaciones de CEPI a algunos productores se ha realizado con el compromiso de tener disponible varios cientos de millones de dosis para los países de ingresos bajos y medio-bajos.
Otro gran reto es asegurar que las vacunas lleguen al destinatario, que serían los trabajadores de salud, los segmentos de alto riesgo y finalmente, la población en general. Esto involucra la distribución y medios de conservación apropiados en cada país para garantizar su eficacia.
Por lo tanto, el siguiente objetivo es la distribución gratuita a precios accesibles para los países menos desarrollados. Para estos dos pasos, están ya trabajando algunas organizaciones muy importantes. Ahora, si CoV-2 llegara a desaparecer como algunos profetizan, toda esa inversión, particularmente si incluye transferencia tecnológica, no necesariamente estará perdida, pues mucha de la infraestructura construida, así como las plataformas tecnológicas desarrolladas, serán útiles para otras vacunas o tratamientos.
¿Cuánto puede costar este proceso? Los principales actores en el mercado no han dicho exactamente cuánto cobrarían a los consumidores por la vacuna. Sin embargo, algunos se han comprometido a no obtener ganancia alguna en el proceso, lo cual es meritorio. Otros, sin embargo, mencionan precios de otras vacunas como la de la neumonía como ejemplo (que cuesta varios cientos de dólares por paciente). Entonces, ¿es posible considerar que el rango de precios vaya de US$ 15 a US$ 500? Las enormes pérdidas económicas en las bolsas de valores con la pandemia pueden ser una referencia para aumentar las ayudas, controlar globalmente esta pandemia, y evitar otras en el futuro. En varios países, gran parte de esa suma la pagarán las compañías de seguros, los gobiernos ––a través de la seguridad social––, o las fundaciones que también participen. En muchos otros, en especial los más pobres y los de bajos y medianos ingresos, lo pagarán los sistemas públicos de salud, de por sí ya con presupuestos bastante limitados.
En fin, ninguna parte del proceso es fácil o barato, pero como sociedad y con los compromisos que estamos viendo, no nos queda duda de que lo lograremos juntos. Porque si algo hemos entendido de esta pandemia es que la salud es un problema global, que no se resuelve simplemente cerrando una frontera y que por lo tanto, requiere de soluciones también globales y solidarias.