Nota del editor: David A. Andelman, director ejecutivo de The Red Lines Project, es colaborador de CNN. Sus columnas ganaron el Deadline Club Award por mejor escritos de opinión. Autor de “A Shattered Peace: Versailles 1919 and the Price We Pay Today” y del próximo “A Red Line in the Sand: Diplomacy, Strategy and a History of Wars That Almost Happened”, anteriormente fue corresponsal extranjero de The New York Times y CBS News en Europa y Asia. Síguelo en Twitter @DavidAndelman. Las opiniones expresadas en este comentario son suyas. Ver más opiniones en CNNe.com/opinion
(CNN) – En momentos en que reabre Nueva York, mi casa de vez en cuando durante medio siglo, he estado reflexionando sobre algunos hechos de la vida difíciles y muy tristes para mí y otros en mi posición. Durante los últimos tres meses, desde mi regreso de Francia el 13 de marzo, he permanecido cuidadosamente enclaustrado en nuestra cabaña en el bosque en el noreste de Pensilvania. En una larga conversación de telesalud con mi neumólogo de más de 30 años, recientemente llegué a la inquietante conclusión de que es posible que no pueda regresar a mi departamento de la ciudad de Nueva York o visitar a mi familia en París durante años.
En lo que respecta al coronavirus, mi pronóstico, como lo dijo con tacto el Dr. Stuart Garay del Centro Médico Langone de la NYU, no es bueno. A los 75 años, con asma de por vida, soy probablemente un desahuciado. Como me dijo mi médico, un reconocido neumólogo, soy la persona de más de 70 años con una capacidad pulmonar del 30% con más actividad que haya tratado alguna vez. Haber cubierto guerras, revoluciones, agitaciones políticas en 86 países puede haber contribuido a mi resistencia. Es probable que todo esto sea de poca importancia para los estragos del covid-19.
Difícilmente esté solo. Una parte sustancial de la población estadounidense está junto a mí: más de 50 millones de personas mayores de 65 años, 25 millones con asma, sin mencionar 34 millones de estadounidenses con diabetes y 121 millones con enfermedades cardíacas. Hay algunas sugerencias, particularmente en la investigación del Dr. Michael C. Peters y sus colegas, de que a algunos asmáticos que toman esteroides les puede ir mejor ya que sus tratamientos podrían bloquear los efectos más perniciosos del coronavirus. Para la mayoría, sin embargo, la vida está muy lejos de volver a la normalidad.
El New York Times encuestó recientemente a 511 epidemiólogos, de los cuales sospecho que pocos enfrentan los mismos riesgos que yo y mi grupo. Más de la mitad dijo que podría pasar hasta un año antes de comer en un restaurante, enviar a sus hijos a la escuela, campamento o guardería, o trabajar en una “oficina compartida”. Casi dos tercios dijeron que pasaría más de un año antes de que se presentaran en un evento deportivo, concierto u obra de teatro. Más del 40% dijo que esperaría más de un año antes de asistir a una boda o un funeral, ir a la iglesia o a la sinagoga, o salir con alguien que no conociese bien.
Y los comentarios recientes de otros expertos a duras penas han sido más tranquilizadores. El principal experto en enfermedades infecciosas del país, el Dr. Anthony Fauci, advirtió que “todavía estamos al comienzo de comprender realmente” esta enfermedad.
Hasta que haya un tratamiento o vacuna infalible, los riesgos de muerte simplemente superan cualquiera de los placeres de mi vida diaria anterior al covid-19. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU. (CDC, por sus siglas en inglés), la vacuna anual contra la gripe reduce el riesgo de contraerla entre un 40% y un 60% “durante las temporadas en que la mayoría de los virus de gripe circulantes coinciden con la vacuna”. Los CDC también señalan que “en varios estudios se ha demostrado que la vacunación contra la gripe reduce la gravedad de la enfermedad en las personas que se vacunan pero aún se enferman”.
Quedan preguntas importantes sobre si a los asmáticos como yo, cuyos pulmones ya han sido dañados durante décadas, les podría ir mucho mejor con una vacuna para este virus mucho más virulento y mortal.
El Dr. Paul Stoffels, director científico de Johnson & Johnson, confirmó mis temores cuando le dijo a Bloomberg News que hubo un debate en la comunidad médica sobre esta tasa de efectividad: “¿Es suficiente el 50%? ¿Tiene que ser el 70%? ¿Tiene que ser del 90%? Si puede evitar que 7 de cada 10 personas se infecten o se enfermen, es valioso realizar una gran vacuna”.
De hecho, más de un cuarto de siglo después de que hice el primer informe para CBS News sobre el descubrimiento del VIH en el Instituto Pasteur, todavía no hay vacuna ya que el virus en sí tiene una tasa de mutación extremadamente alta.
Incluso el tratamiento efectivo con un triple cóctel de drogas tardó más de una década en desarrollarse. De manera alarmante, hay indicios recientes de que el coronavirus también ha comenzado a mutar a una forma más fácil de transmitir, aunque queda mucho por investigar sobre lo que eso significa para las tasas de infección y el desarrollo de vacunas.
Stoffels dice que el objetivo de eficacia aceptado es del 70%. Pero incluso si se alcanza ese nivel, ¿realmente quiero tirar los dados con una probabilidad de 3 en 10 de contraer una enfermedad que casi seguramente resultará mortal? ¿Y en la que el riesgo podría ser aún mayor para aquellos que tenemos sangre tipo A, un factor que, según un estudio europeo, puede aumentar el riesgo y la gravedad de la infección?
Aunque muchos países están saliendo del confinamiento este mes, el virus está lejos de seguir su curso. Las cifras de la Organización Mundial de la Salud para el 22 de junio mostraron más de 8,8 millones de infecciones y 465.000 muertes en todo el mundo, con aproximadamente 152.000 de esos casos y más de 4.000 muertes registradas en las últimas 24 horas.
Mientras celebramos la apertura de Estados Unidos, debe haber millones de estadounidenses como yo preguntándose “¿será esta mi vida hasta el final?” “¿Debemos sentirnos marginados cuando nuestros amigos y familiares regresen al trabajo y retomen sus vidas?” Al mismo tiempo, Donald Trump parece haber salido de la campaña de lucha contra la pandemia. Sus reuniones con el grupo de trabajo sobre coronavirus de la Casa Blanca se han reducido y su preocupación ahora parece más cerca de la economía que de las víctimas de coronavirus.
Entonces, ¿qué es lo que debemos hacer personas como yo? Probablemente, precisamente lo que estoy haciendo ahora. Hibernar. Mi último libro ha sido escrito, será publicado a principios del próximo año y probablemente haré un recorrido virtual del libro por Estados Unidos, Europa y Asia.
Sospecho que difícilmente esté solo. La vida no emergerá para muchos de nosotros. Mi vibrante vida profesional es apenas una compensación por los amigos y familiares que me faltan y la capacidad de ver crecer a mi nieto de 7 años en persona, en lugar de al final de una llamada de Zoom. Pero Trump debe recordar que muchos de nosotros votaremos en noviembre (muchos por votación ausente). Debería prestar atención a nuestro bloque no insignificante antes de anularnos.