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El "zar de la frontera" ratifica el plan de deportaciones masivas
03:28 - Fuente: CNN
Cerca de Des Moines, Iowa CNN  — 

Susana sentó a sus hijos adolescentes en la mesa del comedor después de la última victoria electoral de Donald Trump.

Era hora de revelar un secreto. Ella y su esposo, Carlos, lo habían ocultado a los chicos durante años. No les dijeron por qué la familia siempre viajaba en auto cuando se iban de vacaciones. No les habían explicado por qué nunca viajaban a México, donde viven muchos de sus seres queridos.

Los padres incluso se mantuvieron en silencio cuando su hijo menor, Andrés, de 13 años, declaró repetidamente durante la campaña presidencial de 2024 cuánto quería que Trump ganara.

Sin embargo, después de que los resultados electorales fueron claros, Susana y Carlos se sinceraron con sus hijos. Los padres explicaron que son indocumentados y que las cosas podrían cambiar pronto para su familia. La noticia fue un shock para los chicos, que nacieron en California y son ciudadanos estadounidenses.

“No sabían que no teníamos nosotros papeles”, dice Susana. “No queremos que les tome de sorpresa si un día nos pasa algo”.

Contarles a los chicos fue un primer paso importante, afirma ella. Ahora se avecina una decisión más difícil.

A medida que se acerca el regreso al poder de Trump, Susana dice que sus promesas de deportaciones masivas están obligando a su familia a enfrentar una pregunta que esperaba nunca tener que hacer: ¿deberían dejar EE.UU. por su cuenta, antes de que sea demasiado tarde?

Es una decisión que Susana asegura que se vuelve más difícil cada día.

Ella aceptó compartir la experiencia de su familia con CNN. Pero para proteger su seguridad, pidió que se les identificara con seudónimos, que no se mostraran sus rostros y que no se revelara la ubicación de su hogar.

“Siempre hemos estado con miedo, pero estamos con más miedo ahora”, dice.

De camino a recoger a sus hijos de la escuela, Susana pasa por un cartel en el jardín que apoya a Trump y un sitio de construcción lleno de trabajadores inmigrantes. "Él piensa que no le damos nada al país, pero pagamos impuestos y trabajamos", dice.

Su hija menor no conoce el riesgo al que se enfrenta su familia

Una mirada a través de su sala de estar en una tarde de invierno le recuerda a Susana lo difícil que sería irse.

Su hija de 6 años, Jessica, salta alegremente por la casa.

“¡Happy, happy, happy!”, canta Jessica en inglés.

“¿Por qué estás tan happy (feliz, en español)?”, pregunta Susana, salpicando un poco de inglés en su pregunta sobre por qué Jessica está tan llena de alegría.

“¡Porque hoy tengo tarea!”, dice Jessica, y realmente lo dice en serio. A Jessica le encanta cuando su maestra de primer grado le da tareas, y le encanta compartir las lecciones que está aprendiendo con sus padres. Por la noche, practica pronunciando palabras en inglés leyendo en voz alta para ellos. Un premio de liderazgo que ganó en la escuela está orgullosamente colocado en la puerta del refrigerador.

Ella está prosperando, y sus hermanos adolescentes también están encontrando su camino. Es lo que Susana y Carlos soñaron que sucedería. “Todo lo que hacemos es por ellos”, dice Susana.

Más de 4 millones de otros niños en todo Estados Unidos están en una situación similar, según estimaciones del Centro de Investigación Pew. Son ciudadanos estadounidenses, pero sus padres son inmigrantes indocumentados que pronto podrían ser blanco de las prometidas medidas represivas de Trump.

“Tenemos que tomar la decisión pensándola muy bien, porque es muy drástica la situación para nuestros hijos”, dice Susana. “Ellos nacieron aquí. Solo conocen aquí. No conocen la vida en México”.

Susana y Carlos no le han contado a Jessica sobre los riesgos que enfrenta su familia.

“Está muy chiquita todavía”, dice Susana. “Lo diría a todos”.

Además, es un alivio escuchar a Jessica hablar tanto sobre lo feliz que está. No hace mucho, las conversaciones de la pequeña estaban centradas en algo que su familia nunca esperó: una pérdida que los cambió para siempre.

Carlos ayuda a su hija de 6 años, Jessica, a prepararse para su día en la escuela. Jessica y sus dos hermanos mayores están entre más de 4 millones de niños que son ciudadanos estadounidenses y viven con padres indocumentados.

Ya perdieron su hogar una vez

Las señales de lo que sucedió en su casa hace varios años ya no son visibles. Pero Susana todavía las ve.

La casa adosada de tres habitaciones está impecablemente limpia, con mostradores de mármol en la cocina y un piso bien acabado. Los estantes de vino en la pared están llenos de sidra espumosa por si los niños alguna vez quieren unirse a sus padres en un brindis.

Aquí es donde Jessica dio sus primeros pasos, y donde Andrés, de 13 años, y Carlos Jr., de 15 años, pasaron de ser niños risueños a adolescentes amantes de los videojuegos.

Una colección de fotos que la hermana de Susana les envió llena un gran marco de madera sobre la chimenea que dice “FAMILIA” en el centro.

Sin embargo, Susana sabe que hay tantas cosas que ya no están aquí. Casi todos los recuerdos de los primeros años de sus hijos se han ido. No hay fotos de bautizos ni primeras comuniones. Tampoco ninguno de los juguetes que atesoraban cuando eran niños.

Alrededor de las 2 a.m. de un día de otoño hace varios años, dice Susana, un incendio estalló en el garaje de un vecino.

Su sobrino, que estaba de visita, vio las llamas y llamó al 911.

“Nos dijeron, ‘salgansé de inmediato’, porque podía explotar”, dice Susana. Su sobrino y sus hijos salieron corriendo por la puerta trasera. El fuego creció y Carlos intentó en vano salvar su auto y las herramientas que guardaba dentro. Susana envolvió a Jessica en una manta y salió corriendo por la puerta principal con su hija en brazos.

Asumió que pronto estarían todos de vuelta dentro de la casa. Seguramente, pensó, los bomberos podrían detener el incendio antes de que se propagara. Estaba equivocada.

El fuego comenzó siendo pequeño, pero rápidamente envolvió todo su edificio.

“Nunca imaginaba como se pudo quemar todo en media hora”, dijo Susana. “Quedaron cenizas”.

Hace varios años, un incendio arrasó con la casa de Susana. Ella dice que el evento traumático cambió a su familia para siempre.

Se preocupaba de que sus hijos nunca se recuperaran. Luego dijeron algo que la sorprendió

No fue la primera vez que su familia tuvo que reconstruir sus vidas, y Susana teme que no sea la última.

“Hemos empezado de cero muchas veces”, dice.

No tenían nada cuando llegaron a EE.UU. en 2006 y se establecieron en California. Mudarse a Iowa años después también los obligó a empezar de nuevo.

Y la devastación del incendio, dice ella, fue un trauma que le preocupaba que sus hijos nunca superaran. Durante semanas, Jessica le decía con tristeza a todos los que conocía que todos sus juguetes habían sido destruidos.

En ese momento, Susana estaba lista para dejar atrás su vecindario y encontrar un lugar diferente para vivir. La casa ya comenzaba a sentirse demasiado pequeña para su familia de cinco. Y perderla fue una pesadilla que quería olvidar.

Sin embargo, sus hijos dijeron algo que la sorprendió. Querían quedarse.

“Decían: ‘porque aquí tenemos todos nuestros recuerdos’”, asegura Susana.

Pensó en el parque cercano donde montaban sus bicicletas con amigos y en lo seguro que se sentía el vecindario. Y se dio cuenta de algo más: reconstruir la casa y regresar les enseñaría a sus hijos una lección importante.

“Que ellos enfrenten sus miedos, que no sean los que huyen de sus miedos”, dice.

Tomó casi dos años reconstruir la casa.

Susana y Carlos acaban de terminar de pagar la hipoteca, y finalmente está comenzando a sentirse como un hogar nuevamente.

Susana toma un descanso de doblar la ropa en casa. Dice que encontrar ropa que les guste a sus hijos es una de sus formas favoritas de pasar el tiempo.
Jessica moja su dedo en agua bendita antes de irse a la escuela. Susana siempre dice una bendición sobre sus hijos antes de que salgan por la puerta, una tradición transmitida por su madre en México.

No obstante, en lugar de sentirse aliviados por ser dueños de su casa, en estos días, sienten preocupación de tener que dejarla atrás.

“No sabemos el futuro”, asegura Susana. “No sabemos si vamos a tener que irnos y empezar desde cero otra vez”.

Suena tranquila y pragmática mientras habla de ello. Ahora no es el momento de llorar, dice. Es el momento de asegurarse de que los planes de respaldo estén listos.

Ella se apresura para obtener pasaportes para sus hijos mientras se avecina la presidencia de Trump

Susana aún puede sentir el dolor de las palabras del notario del día en que firmaron los documentos.

El documento designa a un amigo de la familia para que cuide temporalmente de sus hijos si Susana o Carlos son detenidos o deportados.

El día que lo completaron fue devastador, dice Susana, especialmente cuando el notario resumió el formulario.

“Lo dijo en voz alta. Sonó muy feo, como si estuviéremos regalando nuestros hijos”, dice. En realidad, Susana dice que están tomando todas las medidas posibles para mantener a su familia unida. Espera que el papeleo asegure que los niños puedan volar a México para reunirse con sus padres, en lugar de quedar atrapados en el sistema de cuidado de crianza de EE.UU.

También se está apresurando para obtener pasaportes estadounidenses para los chicos. Los necesitarían para viajar a México. Y le preocupa que Trump cumpla su promesa de terminar con la ciudadanía por derecho de nacimiento.

“Ya nos llega más la preocupación. Ahora tenemos que tener toda en regla”, afirma.

Carlos abraza a Jessica mientras se preparan para salir de la casa. Lleva a Jessica y a su hermano de 15 años a la escuela todos los días, y luego se dirige a su trabajo de pintura y construcción.

Sin embargo, incluso lo que debería ser un simple paso burocrático se ha complicado. El incendio que destruyó su hogar también destruyó los certificados de nacimiento de los chicos. Las nuevas copias de California aún no han llegado. La demora pone ansiosa a Susana, pero como tantas cosas, sabe que está fuera de su control.

Es una forma más en que el incendio ha cambiado a su familia y sus circunstancias. El fuego y sus secuelas fueron devastadores, dice, pero algunos cambios en sus vidas también han sido positivos.

Aprendieron a no preocuparse tanto por las cosas materiales, asegura, y a apreciar lo que significa para su familia estar juntos.

“Nos hizo más fuertes”, dice.

Y ahora, dondequiera que estén, siempre buscan las salidas.

En Iowa construyeron una vida mejor para su familia

Andrés entra tambaleándose en la sala de estar temprano en una mañana de día laborable.

“Ande al baño y arregle su pelo”, le dice Susana riendo. El joven de 13 años se pasa los dedos por el cabello sin mucho entusiasmo, agarra su mochila y se prepara para salir por la puerta del patio.

Es la misma salida por la que corrió hace unos años mientras el incendio se propagaba. Pero hoy, se apresura por una razón diferente. El autobús que lo llevará a la escuela secundaria está doblando la esquina.

Antes de que pueda irse lejos, Susana lo hace volver adentro y hace la señal de la cruz sobre su cabeza y recita una bendición. Le besa la mejilla mientras dice “amén”.

Durante años después del incendio, Susana tenía miedo de dejar a sus hijos en casa.

Cuando los niños eran pequeños, fue el miedo por su futuro lo que inspiró a Susana y Carlos a mudarse de San José, California, al área de Des Moines, donde vivía un familiar. Esperaban que la ciudad más pequeña fuera un mejor lugar para criar a su familia. Y lo ha sido, dice Susana.

Con los años, las visitas a la Feria Estatal de Iowa se han convertido en un punto culminante de sus veranos: las enormes patas de pavo, los juegos de carnaval, la cabina de fotos donde los niños se visten como vaqueros.

“Todos queremos estar aquí, nos gusta vivir aquí”, dice Susana.

Andrés, de 13 años, sale corriendo por la puerta para tomar el autobús escolar mientras Susana y Jessica observan. Hace varios años, salió corriendo por la misma puerta para escapar del incendio que destruyó su hogar.

Pero incluso antes de las elecciones, dejaron de sentirse bienvenidos

Sin embargo, Carlos y Susana comenzaron a sentirse incómodos el año pasado cuando los legisladores de Iowa comenzaron a debatir una medida estatal que permitiría a la policía local arrestar a algunos inmigrantes indocumentados y dar a los jueces estatales el poder de ordenar deportaciones.

“Fue entonces cuando nuestra forma de pensar comenzó a cambiar”, dice ella.

La ley fue aprobada y el gobernador de Iowa la firmó. Pero un tribunal bloqueó la medida antes de que entrara en vigor. Aun así, Susana teme que solo sea cuestión de tiempo antes de que la ley o medidas similares se conviertan en una realidad que haga la vida insoportable en el estado que su familia ha llegado a amar.

Durante las elecciones, aparecieron carteles de “Trump-Vance” por todo el vecindario de su familia. Una casa cercana todavía tiene uno en su jardín.

Susana lo pasa todos los días cuando sale a recoger a sus hijos de la escuela, y su mente se llena de preguntas.

¿Qué tan malo será esta vez?

¿Hará lo que ha prometido?

¿Cómo pueden apoyar a ese hombre?

“Piensa que no le damos nada al país. Pero pagamos impuestos. Trabajamos”, dice Susana.

“La vida no es fácil para nosotros. Piensan que venimos a invadir, o a tener cosas gratis. No pedimos nada. No les quitamos trabajo. El trabajo que hay es lo que hacemos. Vivimos de lo que ganamos”.

Ella piensa en los latinos que apoyaron a Trump y en cómo ellos probablemente no han enfrentado las dificultades de ser indocumentados.

Durante la campaña, su propio hijo dijo que le gustaba lo que Trump haría por la economía. Pero desde su reciente conversación en la mesa del comedor, Andrés ha dejado de mencionar el nombre de Trump. Susana dice que ahora parece más serio, y cuando se le pregunta qué piensa sobre el futuro de su familia, solo dice: “Tengo miedo”.

El sol se pone sobre el edificio del Capitolio del Estado de Iowa en Des Moines, Iowa. Cuando los legisladores allí comenzaron a debatir una ley estatal de inmigración el año pasado, Susana dice que la mentalidad de su familia comenzó a cambiar.

Para aligerar el ambiente mientras consideran qué hacer a continuación, la familia ha bromeado sobre cómo asegurarse de que nadie los mire con sospecha.

Uno de sus hijos sugirió izar banderas estadounidenses fuera de su casa y usar camisetas de Trump.

“No sabemos a qué estaríamos regresando”

Cuando llegaron por primera vez a EE.UU. después de su boda en 2006, Carlos y Susana no habían planeado quedarse mucho tiempo. Carlos esperaba que su trabajo como pintor les ayudara a ahorrar lo suficiente para comprar un auto y arreglar una casa que había comprado en su ciudad natal. Pero a medida que su familia crecía, regresar a México parecía cada vez más impensable.

En Iowa, Carlos aprendió a instalar pisos, colgar paneles de yeso y rehabilitar edificios históricos.

“Aquí, tenías que hacer de todo”, dice.

Susana también ha tenido varios trabajos. Durante años trabajó como conserje en una tienda Target local durante el día, luego limpiaba un cine mientras sus hijos dormían por la noche. También ha trabajado como cajera en una tienda que vendía productos mexicanos, en una pizzería y en una panadería.

Ahora, ocasionalmente limpia casas y oficinas cuando un amigo la llama y le pide que lo sustituya. Como inmigrante indocumentada, se está volviendo mucho más difícil encontrar trabajo estable, dice, porque los empleadores son más propensos a requerir documentos que no tiene. Después de que Trump asuma el cargo, Susana no tiene dudas de que el escrutinio se intensificará.

Ella y Carlos se han reunido con abogados varias veces para ver si hay una manera de legalizar su estatus migratorio. La respuesta siempre es la misma, dice.

“Estamos en las sombras, y no podemos hacer nada”, dice Susana.

Mientras tanto, en los años desde su partida, su estado natal de Jalisco, México, se ha convertido en un foco de actividad de cárteles. Los toques de queda impuestos por los criminales, no por el Gobierno, a veces mantienen a los residentes de su ciudad dentro por la noche.

Carlos se prepara para trabajar. Comenzó como pintor en California cuando llegó a EE.UU. Después de mudarse con su familia a Iowa, también aprendió a instalar pisos, colgar paneles de yeso y rehabilitar edificios históricos.
Una estatua de Nuestra Señora de Guadalupe y una biblia se encuentran en la repisa de la casa de Susana. Su madre las trajo cuando los visitó desde México. La biblia está abierta en una oración de protección.

“El año en que nos fuimos es cuando comenzó todo lo feo… Cuando mi mamá viene a visitarnos aquí, dice que es muy peligroso allí, y todo es muy difícil. No es como era antes”, dice Susana.

“No sabemos ni nosotros qué vamos a enfrentar”.

Y sus hijos estarían aún más perdidos, dice ella. Susana piensa en cómo fue para ella ir a EE.UU.

“Para mí era muy difícil”, asegura. “Si un día les toca irse, van a ver”.

Le preocupa que sus hijos se junten con la gente equivocada y se vean arrastrados a una vida de crimen, o que terminen en el lugar equivocado en el momento equivocado cuando estalle la violencia.

A Carlos también le preocupa eso.

“En México hay mucha inseguridad”, dice. “Les van a ofrecer rifles, armas, se les va a hacer fácil porque están chicos”.

Muchos de sus amigos también están considerando si deben irse

No obstante, cuando se trata de lo que sigue para su familia, el esposo de Susana ve la situación de manera diferente.

“Nos quedamos”, dice Carlos cuando se le pregunta sobre los planes de la familia. “Nos tenemos que quedar a ver qué pasa, hasta el final. No se puede uno salir sin saber”.

“Pero si vemos que está muy difícil la situación, nos vamos a ir antes de que nos deporten”, contraataca Susana.

No quiere que su familia enfrente otra situación traumática. Y si se van por su propia cuenta, dice, les daría tiempo para resolver sus asuntos y proteger los activos que han trabajado tan duro para ganar.

Dice que muchos de sus amigos están de acuerdo. Si deben irse, y cuándo, sigue siendo un tema recurrente cada vez que se reúnen.

Jessica se ríe mientras charla con Susana por la mañana, describiendo los detalles de un programa de YouTube que le encanta.

“Cuando nos reunimos, es el centro de la plática siempre. Es lo que nos está quitando el sueño. La mayoría estamos con este miedo. Estamos pensando qué vamos a hacer en lo que está por pasar. Depende de cómo se pongan las cosas; ya nos preparamos para irnos. Si va a estar muy feo, no podemos estar así, por el miedo”.

La incertidumbre ya está poniendo en pausa partes de su vida: las vacaciones que esperaban tomar a Disneyland, el paseo en limusina que Susana quería regalarle a Carlos Jr. para su último cumpleaños.

“No podemos hacer muchos planes”, dice Susana.

A veces, dejar EE.UU. parece inevitable. Pero todavía está dividida.

La economía de EE.UU. hace que muchas cosas sean posibles, dice, mientras que en México las opciones son mucho más limitadas.

Carlos Jr. quiere ser arquitecto algún día. Andrés planea estudiar negocios y reparación automotriz cuando llegue a la escuela secundaria. Jessica sueña con convertirse en doctora o maestra.

Susana quiere que sus hijos tengan la oportunidad de seguir la carrera que sea adecuada para ellos.

“Hemos batallado tanto para estar aquí, para vencernos tan fácil”, asegura.

Y todavía no quiere que sus hijos huyan de sus miedos. Pero el incendio también le enseñó algo importante: si no sales a tiempo, puedes perderlo todo.

Ella ve un mensaje poderoso en un lugar inesperado

Susana y su familia no lo perdieron todo cuando su casa se incendió.

Antes de que llegaran las excavadoras y empujaran los restos carbonizados de su hogar, Susana se dirigió al área que solía ser su armario y descubrió que algunos objetos preciados permanecían.

Las mantas de bebé para sus tres hijos estaban ennegrecidas con cenizas y apestaban a los productos químicos que los bomberos usaron para evitar que el fuego se reavivara. Pero aún estaban intactas, y Susana sabía que tenía que llevárselas.

Para algunos, parecerían trapos. Pero en esos trozos de tela, Susana vio la historia de su familia.

Una manta de bebé bordada fue uno de los pocos artículos que Susana pudo salvar de las ruinas de su hogar después del incendio. La manta estaba ennegrecida más allá del reconocimiento con cenizas cuando la descubrió por primera vez. Ahora solo queda un indicio en la tela. "Siempre hay algo que se puede salvar, incluso cuando parece que no hay solución", dice Susana.

La manta bordada a mano con ribete de encaje rojo y blanco vino de México. Las mantas con rayas azules y rosas una vez envolvieron a Carlos Jr. y Andrés en un hospital en San José. La manta gris con huellas rosadas vino del hospital en Des Moines, donde nació Jessica.

Han pasado tantas cosas desde los días en que sus hijos eran bebés en sus brazos. Pero su deseo de mantenerlos cerca y seguros solo ha crecido.

Susana frotó las mantas una y otra vez después de encontrarlas. Algunos de los colores se desvanecieron, pero eventualmente, la mayoría de las cenizas se lavaron. Hoy, las manchas grises tenues en la tela son apenas visibles a simple vista.

Al mirar las mantas ahora, Susana ve un mensaje que necesitaba escuchar.

“Siempre hay algo que se puede salvar cuando parece que no hay solución”, asegura.

Susana no está segura de qué sigue para su familia, pero sabe que hará todo lo posible para protegerlos.

Y sabe que mientras espera respuestas a tantas preguntas importantes, lavará estas pequeñas mantas una y otra vez.