(CNN Radio Argentina) – Chicanas, denuncias, mensajes que incitan al miedo, algunos insultos aislados. Poca política de Estado, nada de educación. La campaña electoral para las PASO de este domingo se cerró sin ideas claras y mucha pelea.
La polarización está servida. La grieta no es nueva. Existe desde la fundación de la República. Y no es la más grave de la historia. No le llega ni a los talones al fusilamiento de Dorrego por orden de Lavalle.
La grieta es hoy el negocio más rentable de la política argentina. La usan todos. Los que son señalados por crearla y los que prometieron terminarla. Y hasta por aquellos que no juegan ni a placé y la usan de caballito de batalla para sumarse a la contienda. La grieta da votos, da prensa, hasta argumentos a la hora del sufragio.
Pero la grieta no es tan mala si se la sabe administrar. Ni es algo privativo de la Argentina. Jair Bolsonaro es un buen ejemplo de grieta que avanza sobre Brasil. ¿O acaso los pro-Trump y los anti-Trump no han creado una propia? Hasta la Italia de Matteo Salvini profundiza una división fomentada por las políticas migratorias entre los italianos. Y ni hablar de Venezuela. Cuba tiene una grieta tan grande como el estrecho de la Florida.
Lo malo de la grieta es cuando no genera debate. Cuando los argumentos se someten al odio. Cuando la descalificación se impone a las ideas. Cuando la ideología se impregna de eslóganes salidos de un garage de trolls político.
Los argentinos no sucumbimos a la grieta. Sucumbimos al negocio de la grieta. Son dos cosas distintas. Es cierto, estamos divididos. Porque la política divide. Pero ese no es el problema. El drama es cuando la política fomenta el odio y la pelea. Cuando la elección se define por la bronca. Cuando los argumentos se diluyen y el voto se pide “por favor” o por la negativa a las ideas del otro. Ahí es cuando claudicamos ante una manera de hacer política.