(CNN Radio Argentina) – La pandemia comienza a dejar algunas lecciones. Una de ellas es que la grieta no se ha tragado todo. En medio de la emergencia se observa un resquicio por donde el bien común actúa como un enduido ideológico. Aquí no hay lugar para derechas o izquierdas, para peronismo o anti-peronismo. Para odios.
Pero el coronavirus dejó al descubierto otra grieta: la grieta estructural. Esa que no es una simple rajadura. Esa que pone en riesgo estructuras mucho más importantes.
No por nada el cumplimiento de la cuarentena es casi total en los barrios acomodados o en los de clase media, incluso la más castigada por la crisis económica y con el severo impacto de este aislamiento total en sus bolsillos. Hay otra grieta más profunda: la que saca a los argentinos más pobres de sus casas en los barrios de emergencia en medio de la cuarentena y que provoca la reacción airada del otro lado del muro social que sí puede aislarse, algunos con más comodidad, otros con menos. Ellos, los que viven en grupos familiares de cuatro, seis o más personas en apenas una casilla, sin agua potable ni cloacas, viven hundidos en una grieta estructural. Y también los que salen desesperados a las calles a buscar un cajero para hacerse de unos pesos en colas interminables. Es una grieta invisible para muchos.
No es que no quieran aislarse. Es que es difícil, muy difícil, aislarse. Porque esa grieta es demasiado profunda. La verdadera grieta es la pobreza estructural.