Durante más de 60 años, Cuba ha sufrido las sanciones económicas de Estados Unidos y los errores de su propio gobierno. Ahora, la vida en la isla de gobierno comunista pronto podría volverse aún más agotadora.
Uno de los adversarios más formidables del Gobierno de Cuba, el senador Marco Rubio, está a punto de convertirse en secretario de Estado bajo el mandato de Donald Trump, algo que no augura nada bueno para la ya de por sí en declive economía cubana.
Rubio, hijo de exiliados cubanos, lleva mucho tiempo empeñado en reforzar el embargo comercial de Estados Unidos a Cuba. Si es confirmado para el cargo, como se espera, Rubio estará perfectamente situado para apretar aún más las tuercas a Cuba, quizás hasta el punto de ruptura de la isla.
“[Rubio] alcanzó la cúspide del poder y una posición en el Gobierno de EE.UU. que nunca antes había ocupado y va a utilizarla en Cuba para demostrar su reputación como un extremista de línea dura respecto de la isla”, dijo Peter Kornbluh, coautor de ‘Back Channel to Cuba: The Hidden History of Secret Negotiations Between Washington and Havana’.
“Realmente podría ser el último clavo en lo que ya es una tumba muy profunda para Cuba”, señaló Kornbluh a CNN.
De ser confirmado como secretario de Estado, Rubio se enfrentará a asuntos mucho más urgentes como la guerra de Rusia en Ucrania, el conflicto en Medio Oriente y contrarrestar la creciente influencia china en el mundo, particularmente en América Latina.
Pero Cuba ha sido fundamental en el largo ascenso de Rubio desde comisionado municipal en West Miami a representante estatal, a senador estadounidense, a candidato presidencial republicano y ahora a posible secretario de Estado. El segundo párrafo de la biografía de Rubio en el Senado dice que entró en el gobierno “en gran parte por su abuelo, que vio su patria destruida por el comunismo”.
En Miami, la ciudad natal de Rubio, un refugio para exiliados que huyeron de los regímenes socialistas de Cuba, Venezuela y Nicaragua, se bromea desde hace décadas con que es la única ciudad de Estados Unidos con su propia política exterior.
Esa broma ya no parece tan graciosa ahora que un hijo de exiliados que huyeron de su patria se prepara para convertirse en el principal diplomático de Estados Unidos. Como secretario de Estado, Rubio podría dedicarse a idear sanciones económicas adicionales contra Cuba, aumentar la financiación de disidentes y programas prodemocráticos que La Habana considera equivalentes a un cambio de régimen, y restringir aún más los viajes de Estados Unidos a Cuba.
Bajo el gobierno de Biden, Estados Unidos volvió a ampliar los vuelos a destinos de toda la isla, abrió los sistemas de pago en línea a los empresarios cubanos y relajó las restricciones para que los ciudadanos estadounidenses viajaran a la isla.
Rubio, sin embargo, ha sido un feroz crítico de los estadounidenses que visitan Cuba, diciendo en 2013: “Cuba no es un zoológico donde pagas un boleto de entrada y entras y llegas a ver a las personas que viven en jaulas para ver cómo están sufriendo […]. Han dejado miles de dólares en manos de un gobierno que utiliza ese dinero para controlar a estas personas por las que sientes lástima”.
Dos organizadores de los llamados viajes pueblo a pueblo que organizan viajes para ciudadanos estadounidenses a Cuba declinaron hacer comentarios a CNN sobre lo que Rubio como secretario de Estado podría significar para sus negocios, dijeron, debido a las posibles repercusiones.
Plantear la cuestión de Cuba
Quienes han estudiado su carrera dicen que no hay tema más personal para Rubio que acabar con lo que considera una dictadura tiránica a 145 kilómetros de las costas estadounidenses.
“Está formado por haber crecido en la ciudad de Miami, rodeado de gente que tenía sentimientos increíblemente fuertes hacia Cuba, y realmente se ha definido a sí mismo como el hijo de inmigrantes cubanos”, dijo a CNN Manuel Roig-Franzia, autor de ‘The Rise of Marco Rubio’. “Sería impactante para mí si no encuentra una manera de elevar el perfil de Cuba en la política exterior estadounidense”.
Rubio ya lo ha hecho antes. Durante el primer gobierno de Trump, “Rubio llevaba la voz cantante sobre Cuba”, dijo a CNN un diplomático estadounidense que no quiso ser citado por su nombre. “Nos decían ‘lo que él quiera, lo consigue’. Solo hay que tenerle contento”.
Como secretario de Estado, Rubio podría presionar a los dirigentes comunistas de la isla y a sus aliados de forma mucho más directa. Sería difícil para un país tan ligado a EE.UU. económicamente como, por ejemplo, México, que en los últimos meses ha enviado a Cuba cientos de miles de barriles de petróleo y ha pagado a la isla para que les suministre médicos, ignorar las peticiones de un secretario de Estado estadounidense de recortar el apoyo a La Habana.
Y mientras Trump se ha codeado con jefes de Estado autoritarios como Vladimir Putin y Kim Jong Un, no ha mostrado ninguna disposición a hacerlo con líderes socialistas de Cuba o Venezuela, lo que podría perjudicar su creciente apoyo entre la comunidad latina en EE.UU.
Sin embargo, sancionar aún más a la ya debilitada economía cubana podría ser contraproducente.
“Que yo sepa, no hay planes sobre qué hacer con un Estado fallido a 145 kilómetros de las costas estadounidenses”, dice Ricardo Herrero, director ejecutivo del Cuba Study Group, que promueve el diálogo entre los dos gobiernos. “Que es a lo que Cuba parece acercarse o al menos parece estar mucho más cerca de convertirse —en un Estado fallido— que en una democracia jeffersoniana”.
Los funcionarios cubanos, que hasta hace poco a menudo se burlaban del senador de Florida como “Narco” Rubio, una referencia a la condena por contrabando de cocaína de su cuñado en la década de 1980, se han encogido de hombros ante la amenaza de nuevas sanciones de Trump, pero han dicho que están abiertos a negociar directamente con cualquier funcionario estadounidense, incluso con Rubio.
Sin embargo, los líderes cubanos han dejado claro que ninguna presión estadounidense les obligará a celebrar elecciones multipartidistas o a liberar a los presos políticos, como han exigido los gobiernos estadounidenses desde Eisenhower.
“Los resultados de estas elecciones no son nada nuevo para nosotros”, dijo el presidente de Cuba, Miguel Díaz-Canel, a los medios estatales en noviembre tras la elección de Trump. “El país está preparado. Seguiremos adelante, sin miedo, confiando en que con nuestro propio esfuerzo, con nuestro propio talento, podemos salir adelante”.
Pero el empeoramiento de la realidad económica sobre el terreno contrasta con esas bravuconerías.
El miércoles, un mes antes de la toma de posesión de Trump, las luces volvieron a apagarse en toda Cuba. El último apagón, causado por un fallo eléctrico en una vieja central de la era soviética, fue el tercero en toda la isla en otros tantos meses.